En el centenario del nacimiento de René Girard (1923-2023) El baile de Salomé

René Girard
René Girard

Frente al Dios ante el que se está desprotegido o que exige irracional sumisión, frente al Dios declarado muerto por el ateísmo, ¿por qué no valorar la hipótesis del ser humano caído pero libre, y auxiliado por la gracia de Dios que le habita, capaz de ejercitarse en la elección de modelos de deseo, en las virtudes y la sabiduría, aún en medio de inexorables fallos, males y desdichas?

René Girard ve en la princesa Salomé una imagen de la humanidad. Tras danzar ante el rey Herodes Antipas, este le ofrece como premio cualquier cosa. No sabiendo qué pedir, le pregunta a su madre Herodías. Ya sabemos la respuesta: la cabeza de Juan el Bautista. Los seres humanos, pobres, indigentes, no sabríamos qué desear. De ahí nuestra constante necesidad de los demás para copiar sus deseos y hacerlos nuestros. De ahí las variadas posibilidades de una libertad limitada, que cabría ejercer eligiendo los modelos de deseo que imitamos, cuando somos conscientes de ello y capaces de no dejarnos llevar sin más.

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Para Ortega y Gasset la “crisis de los deseos” es una enfermedad contemporánea. En sociedades como la nuestra hay una infinidad de posibilidades materiales antes nunca vistas. Pero desear no sería tarea fácil. Ortega refiere la “angustia del nuevo rico”, que se encuentra con que “no sabe tener deseos”, advirtiendo que, en el fondo, “no desea nada”, “que por sí mismo es incapaz”, sirviéndose de los deseos predominantes de los demás. Seguramente deseos igualmente insustanciales, moldeados tantas veces por los medios de comunicación y su influjo social, como señala el filósofo Antonio Diéguez. Deseos que confunden a quienes pueden materializarlos gracias a su poder adquisitivo, y también a quienes no pueden, igualmente contagiados por ellos, pero además frustrados, privados de poder realizarlos. Aunque se trate de deseos prediseñados o inducidos por intereses ajenos, incluso incapaces de hacer felices a quienes los llevan a cabo, o hasta capaces de causarles daños.

¿Qué hay del ardiente y prioritario deseo de tener y mostrar felicidad que respiramos por doquier en nuestra sociedad? ¿No es sospechoso que escenifiquemos esa felicidad en tantos anuncios y redes sociales como deseo principal, satisfactible sobre todo cumpliendo deseos de determinados objetos, destinos de viaje, experiencias, marcas, alimentos…? ¿No es sospechoso que se nos oferte una felicidad alcanzable, tan artificiosa y fabricada a medida de nuestros bolsillos, como clientes y consumidores, basada en satisfacer lo antes posible el deseo, de por sí insaciable?

Cuadro 'El baile de Salomé', de Bonozzo Gozzoli
Cuadro 'El baile de Salomé', de Bonozzo Gozzoli

En el contexto protestante, en el que la salvación solamente se opera por la fe y no se puede hacer nada ante Dios, se ha buscado en el éxito económico y social la señal de la bendición divina, como posible indicio terreno de una futura salvación desconocida. Hay quien ha visto en la prioridad del deseo de felicidad individual y material, una transformación del deseo angustiado de salvación ultraterrena, convertido en un deseo no menos angustiado de salvación en esta vida. Sin embargo, hay formas de pensar alternativas. Frente al Dios ante el que se está desprotegido o que exige irracional sumisión, frente al Dios declarado muerto por el ateísmo, ¿por qué no valorar la hipótesis del ser humano caído pero libre, y auxiliado por la gracia de Dios que le habita, capaz de ejercitarse en la elección de modelos de deseo, en las virtudes y la sabiduría, aún en medio de inexorables fallos, males y desdichas? Puestos a elegir un modelo distinto de salvación secularizada como felicidad ¿por qué no un modelo más modesto y realista, más basado en esa ejercitación libre y responsable, para la que podemos creernos capaces? Con el Bautista, Herodes y Herodías podrían haber actuado de otra manera y Salomé haberse negado a pedir su cabeza.

El presente artículo quiere servir como homenaje a René Girard en el centenario de su nacimiento (25.12.1923) y a Juan Antonio Estrada, filósofo, teólogo, catedrático de la Universidad de Granada, que a tantos nos expuso por primera vez su pensamiento.

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