"La historia no retrocede y Francisco ha abierto una puerta que no se cerrará" Los cardenales nostálgicos y la tentación del Papa gatopardista: un regreso a la Iglesia del poder

La Iglesia del poder
La Iglesia del poder

"Quieren un Papa que no “haga lío”, que no sacuda las conciencias ni incomode a los poderosos. Quieren un Papa que restaure el clericalismo más rancio, ese que convierte a los clérigos en una casta privilegiada"

"Un Papa que aleje a las mujeres del altar y de los puestos de responsabilidad, devolviéndolas al silencio de una Iglesia machista y patriarcal"

"Detrás de esta nostalgia hay algo más que ideología. Hay dinero, influencia, poder. Un Papa así no solo garantizaría el statu quo curial, sino que blindaría los intereses de quienes, desde las sombras, manejan los hilos de la Iglesia como si fuera una multinacional"

"Este escenario no solo debilitaría a la Iglesia, sino que la convertiría en un instrumento de los intereses de quienes, como Trump y sus aliados, ven en la religión un medio para justificar su agenda"

En los pasillos vaticanos, entre susurros y maniobras, un grupo de cardenales nostálgicos, rigoristas y, en algunos casos, tocados por el aroma de las mafias curiales, teje su estrategia. No es un secreto: quieren un Papa que no les sacuda, que no les moleste, que borre de un plumazo el legado de Francisco, como si este pontificado no fuera más que un molesto paréntesis en la historia de la Iglesia. Su objetivo es claro: un Papa de la involución, un guardián del pasado, un restaurador de la “Iglesia de siempre”. Pero, ¿qué hay detrás de esta cruzada? ¿Qué razones, tan absurdas como peligrosas, los mueven? Y, sobre todo, ¿qué consecuencias tendría para la Iglesia y el mundo un Papa así? 

Las razones de los nostálgicos: poder, control y clericalismo 

El sueño de estos cardenales es una Iglesia piramidal, ordenada, controlada. Una Iglesia donde el Papa no sea un servidor, como insistía Francisco, sino un monarca absoluto, revestido de poder temporal y espiritual. Un Papa que no “haga lío”, que no sacuda las conciencias ni incomode a los poderosos. Quieren un Papa que restaure el clericalismo más rancio, ese que convierte a los clérigos en una casta privilegiada, “elegida por Dios” para guiar a unas ovejas que, según ellos, no saben nada ni deben opinar. 

Especial Papa Francisco y Cónclave

Con olor a oveja

Este Papa soñado no olería a oveja, como pide Francisco, sino a incienso de sacristía. No caminaría entre los pobres, sino que se rodearía de los poderosos, silenciando las denuncias contra sus manejos, mirando para otro lado ante las injusticias. Un Papa que, en nombre de la tradición, entierre el proceso sinodal, ese camino de escucha y comunión que tanto asusta a los que prefieren el control al diálogo. Un Papa que aleje a las mujeres del altar y de los puestos de responsabilidad, devolviéndolas al silencio de una Iglesia machista y patriarcal. Un Papa, en definitiva, gatopardista: que simule cambiar algo para que, en el fondo, nada cambie. 

Detrás de esta nostalgia hay algo más que ideología. Hay dinero, influencia, poder. Un Papa así no solo garantizaría el statu quo curial, sino que blindaría los intereses de quienes, desde las sombras, manejan los hilos de la Iglesia como si fuera una multinacional. No es casualidad que esta estrategia resuene con los sectores más conservadores de Estados Unidos, esos “católicos devotos” que ven en Trump un aliado y en Francisco un peligro. Un Papa de la involución sería su perfecto compañero de viaje: un líder que bendiga su visión de una Iglesia fortaleza, cerrada, elitista, aliada de los poderosos. Un poder que trae consigo el dinero, pero a costa de no denunciar los manejos de los poderosos del mundo. Un Papa que restablezca el más puro clericalismo de la casta clerical, convertida en un grupo de funcionarios de lo sagrado, elegidos por Dios para dirigir a las ovejas, que no tienen ni idea de nada

El legado de Francisco, en la diana 

El pontificado de Francisco ha sido una revolución silenciosa pero profunda. Su apuesta por una Iglesia pobre y para los pobres, su defensa de la fraternidad universal, su apertura a las periferias y su valentía para abordar los abusos y el clericalismo han removido los cimientos de una institución anquilosada. Pero, sobre todo, Francisco ha devuelto a la Iglesia su credibilidad profética: era el abogado de los pobres, el defensor de los descartados, el pastor que no temía ensuciarse las manos. 

Revuelta
Revuelta

Para los cardenales nostálgicos, esto es intolerable. No quieren un Papa que les exija coherencia evangélica, que les pida salir de sus palacios y meterse en las villas miseria. Quieren un Papa que les devuelva el control, que restaure la distancia entre el clero y el pueblo, que haga de la Iglesia una máquina bien engrasada, pero sin alma. Por eso, su plan es sepultar el legado de Francisco, presentándolo como una anomalía, un desvío que hay que corregir. 

Las consecuencias: una Iglesia sin mujeres, sin jóvenes, sin pobres 

Si este plan triunfara, las consecuencias serían devastadoras. Una Iglesia que vuelva a ser machista y patriarcal perdería a las mujeres, que ya están hartas de ser relegadas a un segundo plano. Una Iglesia que entierre la sinodalidad y se encierre en sí misma no logrará que los jóvenes regresen; al contrario, los alejará aún más, confirmando su percepción de una institución desconectada y autoritaria. Y una Iglesia que abandone a los pobres, que deje de ser su voz y su refugio, perderá su razón de ser. El Papa dejaría de ser el profeta de la fraternidad para convertirse en un mero administrador de lo sagrado, al servicio de los poderosos

Este escenario no solo debilitaría a la Iglesia, sino que la convertiría en un instrumento de los intereses de quienes, como Trump y sus aliados, ven en la religión un medio para justificar su agenda. Una Iglesia así no sería la sal de la tierra, sino un adorno de los poderosos, una sombra de lo que Jesús soñó. La estrategia es perfecta… para vaciar la Iglesia y sepultar el Evangelio bajo toneladas de nostalgia, miedo y poder.

La resistencia: la Iglesia del Evangelio no se rinde 

A pesar de las maniobras de los nostálgicos, la semilla de Francisco ya está sembrada. Miles de comunidades, movimientos y cristianos de a pie han abrazado su visión de una Iglesia en salida, sinodal, cercana a los últimos. Las mujeres que reclaman su lugar, los jóvenes que buscan una fe viva, los pobres que ven en el Papa a su defensor no se rendirán tan fácilmente. La Iglesia del Evangelio, la que camina con los descartados y denuncia las injusticias, está más viva que nunca

Papa de la primavera
Papa de la primavera Andrés Brown - En Orsai

Los cardenales nostálgicos pueden soñar con su Papa gatopardista, pero la historia no retrocede. Francisco ha abierto una puerta que no se cerrará. Y mientras haya un solo cristiano dispuesto a oler a oveja, a tender la mano al pobre y a gritar por la justicia, el sueño de una Iglesia viva, profética y fraterna seguirá adelante. Porque, como decía el propio Francisco, “el Evangelio no es una utopía, es una esperanza”. Y esa esperanza no la sepultará nadie. 

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