Corpus Christi en la cárcel de Navalcarnero La custodia de los pobres

Corpus Cristi 2021
Corpus Cristi 2021

"Hace unos días visitaba, entre cristales, a Miguel Angel, un hombre de unos cuarenta años, que lleva en prisión en esta campaña"

“¿Sabes quién me ayuda de verdad? Pues solo tú y los voluntarios que venís cada día por aquí a darme ánimos, a escucharme y a estar conmigo"

"Como Miguel Angel, hay muchos rostros que día a día me representan al Jesús crucificado y al Jesús presente en la Eucaristía"

"En la cárcel, Jesús 'anda cada día de procesión', solo tenemos que tener ojos para contemplarlo y corazón para acogerlo"

"Ojala que la Iglesia descubra hoy la auténtica custodia donde tiene que llevar a Jesús, que descubra que solo desde la custodia de los pobres puede hacer 'homenaje al cuerpo y sangre de Jesús'"

La fiesta del Corpus Christi es una fiesta popular, y llena de tradiciones, que nos trae quizás a la memoria recuerdos de nuestra infancia, de nuestro pueblo. Recordamos las procesiones, los niños vestidos de primera comunión tirando pétalos de rosa en los altares, las alfombras de flores de mi querido Lanzarote….Y, como no, la fastuosa procesión del Corpus de Toledo o de Granada, y de tantas ciudades españolas, donde la custodia de oro o de plata (sustraído por no decir robado de nuestra no menos querida América latina), preside las celebraciones de este día.

Y en ese contexto, leemos la lectura del Evangelio de San Marcos del día de hoy, donde dice que Jesús envió a dos de sus discípulos para preparar la cena de pascua, la que iba a ser su cena de despedida, o lo que es lo mismo su testamento, para que sus seguidores le recordáramos e hiciéramos ese mismo gesto, cada vez que nos reuniéramos en su nombre.

Desde aqui, y desde esta festividad tan importante, a mí lo que me viene a la memoria son muchos rostros de presos de la cárcel, a los que voy visitando y con los que comparto cada día parte de mi vida (por cierto, ahora solo se puede hacer la visita entre cristales, por el tema del covid, lo cual todavía aumenta más la dureza y el aislamiento). Me vienen a la cabeza y al corazón, vidas rotas, lágrimas de desconsuelo, problemas de difícil solución… y en ellos la llamada de ese “Cuerpo de Jesús”, a hacerme presente entre ellos, a veces sin saber cómo hacerlo y casi sin poder hacer mucho más de lo que hago: estar y compartir con ellos.

Corpus

Hace unos días visitaba, como digo entre cristales, a Miguel Angel, un hombre de unos cuarenta años, que lleva en prisión en esta campaña (las campañas para ellos es la manera como llaman a las diferentes condenas que van teniendo), cinco años, toxicómano hace muchos años, y que estaba ahora sin saber qué hacer y desesperado porque le negaban de nuevo el permiso penitenciario. Llegó a la cabina, se puso delante del cristal, y con un rostro entre angustiado y triste, me dijo que no sabía qué hacer. Ya el encuentro primero fue duro, porque no pudimos abrazarnos como en otras ocasiones, porque nos separaba un frio cristal.

Comencé preguntándole cómo estaba y enseguida, chillando, me dijo que muy mal. Que le habían negado otra vez el permiso y que no sabía por qué. Que él estaba cumpliendo, porque había dejado la metadona y la droga, pero que ahora le negaban todo. Que estaba dispuesto a quitarse la vida o lo que hiciera falta, porque ya no tenía sentido nada para él. Todo esto de pie, y chillando a todo chillar. Conseguí calmarlo un poco diciéndole que lo importante es que se estaba curando y eso es lo que merecía la pena. Pero él chillaba y chillaba sin parar, con los ojos que se le salían casi de la órbita. “No tengo nada en esta vida, me miro al espejo y no me reconozco, tengo ganas de salir de aquí para poder vivir. Quitarme esta barba larga, arreglarme y poder vivir como todos, pero no me dejan”, No había modo de callarle y sobre todo de darle un poco de aliento que aliviara su angustia.

“Aquí todo es un negocio. Los trabajadores sociales, los educadores y la madre que los parió, solo buscan un sueldo, pero nosotros no les importamos nada”. Y enseguida comenzó a llorar como un niño. “¿Sabes quién me ayuda de verdad? Pues solo tú y los voluntarios que venís cada día por aquí a darme ánimos, a escucharme y a estar conmigo. Tú eres el mejor psicólogo porque eres capaz de escucharme, y no me criticas ni me juzgas nunca, sino que siempre estás ahí. Ahora mismo, por qué has venido. Yo no te he llamado pero tú sabes cómo estoy y sabes que te necesito. Sabes que voy a Misa solo por ti, porque estoy muy enfadado con tu Dios, pero cuando voy a Misa tú me tratas de otra manera, como a los demás, pero me haces sentir importante, y en esa misa tuya me encuentro muy bien".

Corpus

Confieso que, al escucharle, no pude por menos que también ponerme a llorar con él (yo soy de lágrima fácil, lo reconozco, pero a veces yo creo que hasta el más fuerte aquí se derrumba). Y ponerme a llorar porque estaba ante una persona angustiada pero en la que Dios se estaba haciendo presente de alguna manera. No a llorar por lo que decía de mí, sino por lo que decía de Dios, porque ese Dios pan, que hoy celebramos, en la fiesta del Corpus Christi, le estaba llenando con su vida a través de mí. Reconocer en el rostro, en la angustia de Miguel Angel, el propio rostro de Jesús en la Eucaristía, es sin duda el sentido real de la fiesta de hoy a mi entender; la presencia real de Jesús en la Eucaristía, que decimos en teología, y que tan estupendamente nos explicaba Manuel Gesteira, gran teólogo y testigo de Jesús, en sus clases, se estaba haciendo realidad en aquel hombre, chillando y llorando entre los cristales.

Hizo un silencio, en la conversación, y de pronto me dijo de nuevo chillando “es que además, llevo cinco años sin relaciones con una mujer” (bueno, empleó otra palabra que no escribo aquí). Y aproveché la oportunidad para decirle, que no se preocupara, que también estaba yo así, igual que él…. Y eso desató una sonrisa también muy especial en él. “Es verdad, estás como yo, sin catarlo… bueno pues ya somos dos”. Aquella broma fue por lo menos un momento diferente, que le hizo reír y di gracias a Dios porque por lo menos había sonreído en algún momento del encuentro.

Me pidió que hablara con la trabajadora social y con el educador para ver si podían revisar el tema de sus permisos, o si podían ir al menos a verle para decirle, por qué se los habían negado. Y le dije que así lo haría, consciente de que para poco podría servir, pero él si confiaba mucho en mí y que en si hablaba con ellos, pudieran rectificar, si no para esta vez, si para la próxima.

Se hacía tarde, era la hora de comer y el funcionario dijo que ya teníamos que cortar. Su rostro era distinto al del comienzo. Con las manos en el cristal, antes de despedirse, me dio las gracias y me pidió perdón. “Gracias por haber venido a verme, y perdona, porque te he utilizado de escupidera, he echado todo lo que tenía dentro, pero me voy mucho mejor, gracias porque me has escuchado. Ahora te irás tu mal, por todo lo que has escuchado, pero no te preocupes por mí, yo estoy ya mejor, gracias a haber podido escupir todo, eres el mejor psicólogo y amigo”.

Y después, pusimos de nuevo las manos en el cristal, que ya no estaba tan frío como al principio, porque estaba lleno de las lágrimas y el cariño compartido en apenas aquella media hora que habíamos compartido. Ahora se marchó con una sonrisa y poniendo las manos en su corazón mientras me despedía. Cuando se fue marchando es verdad que me quedé con un sabor un tanto agridulce: por un lado contento porque había hecho posible que se pudiera tranquilizar pero a la vez preocupado, porque este chaval estaba mal, muy mal, aunque él dijera lo contrario. Pero aquel día, Miguel Angel fue “el Corpus Christi”, el rostro del Jesús machacado por la vida, crucificado y lo que es peor, con poca esperanza de salir hacia adelante. Pero poco más podía hacer yo.

Corpus

Es curioso que cuando salí de la cabina de cristal, y fui a ver al funcionario lo que me dijo es que como había sido capaz de aguantar aquello, que por qué me chillaba, encima que iba a verlo. Y le hice ver que no me chillaba a mí, que probablemente se chillaba a sí mismo, a la vida que le había tocado vivir y a todo, pero que por fin se iba más tranquilo. “Aguantas demasiado", me dijo. Y sonriendo, solo le dije que no, que era un hombre enfermo y necesitaba que se le escuchara.

Cuando salí de allí, hacia las oficinas de los trabajadores sociales y educadores salía demasiado afectado por todo lo que había vivido, y cuando vi a su trabajadora social, enseguida me dijo que me notaba como cansado. Le dije que había sido una mañana de mucha escucha. Nada más verla, le hablé de Miguel Angel; “cuando puedas vete a verle, yo creo que con eso será suficiente, si ve que te acercas y te preocupas por él, eso le va a tranquilizar”, Y me prometió que así lo haría.

Como Miguel Angel, hay muchos rostros que día a día me representan al Jesús crucificado y al Jesús presente en la Eucaristía. La cena de despedida, la presencia real de Jesús en la Eucaristía es una realidad tangible en cada una de las vidas de los chicos de la cárcel. Es una presencia ciertamente sacramental y sagrada. Una presencia que no se saca en custodias, pero que estoy seguro que Jesús la prefiere a “otras presencias diferentes”. Esa cena de despedida que hoy conmemoramos en esta fiesta del Corpus Christi, nos tiene que llevar, a mi entender, a descubrir la presencia de Jesús en cada ser humano que nos necesita.

Celebrar la fiesta del Corpus, es una fiesta que nos tiene que hacer mirar en dos direcciones: en la dirección de Dios y en la dirección de los hermanos, pero ambas direcciones tienen que estar inseparablemente unidas. Mirar a Jesús y a su vida entregada, que celebramos en cada Eucaristía, significa mirar también al hermano con el que nos cruzamos en cada instante. Significa mirar a Miguel Angel y ver en él el mismo rostro del Jesús que nos da su cuerpo y su sangre en la última cena. El día del Corpus es un día y una fiesta para compartir el pan de Jesús con los hermanos, que no es ni más ni menos que compartir nuestra vida con ellos. Sentarse a la mesa con los hermanos necesitados es la auténtica procesión que los cristianos debemos hacer cada día. Ensalzar la presencia real de la Eucaristía, afirmar teológicamente la presencia sacramental de Jesús en el pan , es ensalzar, de la misma forma, desde la misma Teología, la presencia real de Jesús en los hermanos, en los presos y en los necesitados de nuestro mundo.

Cárcel

Y esto es, a mi entender, hacer memoria de Jesús. “Haced esto en memoria mía”, que nos dice hoy el Evangelio, y que repetimos los cristianos al terminar la consagración en cada celebración, es simplemente recordar a Jesús cada vez que nos acercamos a alguien desvalido y necesitado. Y por eso, la cárcel siempre es un lugar privilegiado de esa memoria del maestro. En la cárcel, Jesús “anda cada día de procesión”, solo tenemos que tener ojos para contemplarlo y corazón para acogerlo. Cuando me encontré con Miguel Angel aquel día, entre cristales, yo no hice nada, simplemente estuve a su lado, y eso sí, le escuche con atención y el captó que lo que me decía, me llegaba dentro y me preocupaba. En sus palabras, “yo era mejor que el psicólogo”. Utilizando palabras del evangelio “lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hicisteis”.

Solo así, la eucaristía y la fiesta del Corpus, podrán ser, en palabras de Pedro Casaldáliga “fraternas y subversivas”. El Jesús subversivo es el que defiende a los indefendibles, el que se hace uno con los excluidos, con los pecadores, con los que están al margen; y es subversivo precisamente porque cambia el orden establecido. La palabra subversión siempre nos suena a “quemar contenedores, a violencia”, o incluso, como criticaban a Monseñor Romero, suena a comunista. Pero en el evangelio el sentido de esa palabra tiene solo un significado de cambio, subvertir el orden establecido, al estilo del relato lucano del Magnificat: “Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos “ (Lc 1, 52-53 ).

La semana pasada, llamé de nuevo a Miguel Angel, hacia unos días del último encuentro que he relatado, y ahora venía distinto. Lo primero que hizo, con una sonrisa de oreja a oreja, fue darme las gracias. “Por fin ha venido la trabajadora social y ha estado hablando conmigo, me dijo que tu le hablaste de mí”. Y de nuevo con la cara iluminada me ha vuelto a decir que solo se podía confiar en mí. Después me ha pedido perdón por haberse puesto así conmigo, que yo no tenía culpa de nada, y que había pagado los “platos rotos”, pero que a él le había servido. “A ver si ya puedes pasar y tenemos de nuevo la misa, ya sabes que a mí me gusta ir, porque estamos como en familia y me siento muy bien ”. Yo solo le dije que siguiera adelante, que nunca mirara para atrás y que lo hiciera con esperanza. Sus palabras solo fueron “gracias por todo, sobre todo por estar”.

Y junto a Miguel Angel muchos rostros y muchas vidas machacadas que hacen presente “la custodia del Corpus” de modo especial. Ojala que los cristianos nunca olvidemos esto. Pero que especialmente cada día que paso a Navalcarnero, a la cárcel, nunca se me olvide que Jesús está presente en cada uno de los chicos con quien me encuentro. Y que cada uno de ellos, además, no es que sean objeto de mi caridad, ni de mi beneficencia, sino que son hermanos míos a los que me envía el mismo “Cuerpo de Jesús”. Que nunca olvide que está presente realmente en cada uno de ellos, y que para mí es un privilegio poder pisar aquella “tierra santa”.

Monseñor Romero

La homilía de Monseñor Romero en el día del Corpus Christi del 17 de junio de 1979 comenzaba diciendo: “Queridos hermanos: resulta bien oportuno un homenaje al Cuerpo y a la Sangre del Hijo del hombre mientras hay tantos ultrajes al cuerpo y a la sangre entre nosotros. Yo quisiera reunir, en este homenaje de nuestra fe a la presencia del Cuerpo y de la Sangre de Cristo derramada por nosotros, tanta sangre, el amontonamiento de cadáveres aquí en nuestra patria, en nuestra hermana república de Nicaragua y en el mundo entero”. Palabras actuales, porque podríamos hablar de los cuerpos de los encarcelados, de los inmigrantes, de los enfermos, de los pobres…. Que hacen presencia del Cuerpo de Jesús, en nuestro mundo concreto de hoy.

Ojala que la Iglesia descubra hoy la auténtica custodia donde tiene que llevar a Jesús, que descubra que solo desde la custodia de los pobres puede hacer “homenaje al cuerpo y sangre de Jesús”. Los discípulos desde el comienzo descubrieron que la palabras “haced esto en memoria mía”, significaban hacer vida y presencia de la vida de Jesús en medio de los demás. Que nuestra Iglesia también lo pueda descubrir así, y que sienta que solo puede ser fiel al Jesús del Evangelio, y celebrar la Eucaristía con dignidad, como Jesús quiere, cuando es capaz de estar al lado de los que sufren. Que sintamos todos los cristianos que no podemos mirar con dignidad al proyecto de Jesús, a lo que El llamó, el Reino, sin mirar antes a los necesitados, estando cerca de ellos. Y que yo, como cura, cada vez que celebre la Eucaristía, en la parroquia, en la cárcel o donde sea, lo haga celebrando el encuentro que cada día intento tener con los encarcelados.

Que hacer memoria de Jesús sea llevar a cabo el envío de Jesús a aquel joven que le pregunta acerca de la vida eterna, del proyecto de felicidad. Ese envío que le hace a aquel joven y que nos hace a todos, después de escuchar la parábola del Buen Samaritano, “Vete y haz tu lo mismo”. (Lc 10, 37). Y que lo hagamos conscientes de que solo así somos fieles a su proyecto, y que de lo contrario, por muchas custodias de oro, por muchos pétalos de flores y por muchas procesiones que hagamos, estaremos sin llevar a cabo lo que Jesús quiere para nosotros, sus seguidores y para todo el mundo: un Reino de solidaridad, de amor y de paz para todos, donde todos podamos sentirnos iguales, hermanos y trabajando por el bien de todos. Haciendo que cada día TODOS podamos ser plenamente felices.

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