"Raza es una palabra maldita, una patología del lenguaje" No existen razas, existe el racismo

Las razas humanas no existen
Las razas humanas no existen

"No existen razas, afirma el antropólogo italiano Marino Niola. No son más que un 'mito político'. s necesario eliminar la palabra raza de los vocabularios de la ciencia, el marketing y la Constitución brasileña"

"La resiliencia del término 'raza' en nuestra cultura se debe a que el racismo pretende atribuirle bases científicas a su postura execrable"

"La categoría 'raza' es muy conveniente para legitimar prejuicios y discriminaciones. Sin embargo, la genética ha comprobado que el DNA es común a todos los seres humanos y las diferencias no se derivan de los genes, sino de la convivencia"

"Sabemos que los recursos del planeta se aproximan al límite. Excepto uno: el ser humano. De ahí el esfuerzo por tratar de naturalizar las diferencias, con el fin de justificar la explotación, la sumisión y la exclusión"

"Admitir que todos estamos dotados de las mismas características biológicas y la misma dignidad significa una amenaza. Hay que eliminar definitivamente del vocabulario ciertas palabras"

No existen razas, afirma el antropólogo italiano Marino Niola. No son más que un “mito político”. Es necesario eliminar la palabra raza de los vocabularios de la ciencia, el marketing y la Constitución brasileña, cuyo artículo 3, inciso XLI, reza: “Constituye objetivo fundamental de la República Federativa de Brasil promover el bienestar de todos, con independencia del origen, la raza, el sexo, el color de la piel, la edad o cualquier otra forma de discriminación”.

Raza es una palabra maldita, una patología del lenguaje. Solo existen dos “razas”: la de los que tienen y la de los que no tienen. En el capítulo VIII del clásico Don Quijote, el héroe alerta a su fiel escudero: “… ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra”. Escéptico, Sancho Panza le pregunta: “¿Qué gigantes?” El escudero se esfuerza por despertar al Quijote a la realidad. Vale preguntar: ¿Qué razas?

La resiliencia del término “raza” en nuestra cultura, que llega al punto de que un gobierno progresista como el del PT creara la Secretaria de Políticas de Promoción de la Igualdad Racial, se debe a que el racismo pretende atribuirle bases científicas a su postura execrable. Nuestras diferencias de actitud nada tienen que ver con la Madre Naturaleza; son hijas de la Madre Cultura. Nuestros prejuicios y comportamientos discriminatorios son resultado de la educación que recibimos, de las influencias que tuvimos, de las experiencias que vivimos.

Mi generación, nacida en la década de1940, es tributaria de los filmes de Hollywood, en los que los galanes siempre eran rubios, de ojos claros, y los villanos se asemejaban a los latinoamericanos o los indígenas. Lo mismo sucedía en los animados de Disney, como los del Pato Donald, en los que los aborígenes aparecían como seres inferiores e ignorantes.

La “biblia” de los racistas es un libro del francés J. A. Gobineau publicado en 1853: Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas. En él, el filósofo francés les aplica a los pueblos los parámetros empleados en la zoología para clasificar las especies animales.

El primero en denunciar esa falacia, en 1952, fue otro francés, Claude Lévi-Strauss, en su libro 'Raza e historia', que es una reacción al uso y el abuso del término por los nazis. El antropólogo francés retomó el asunto en El color de las ideas, de1971, en el que desenmascara los silogismos raciales que buscan su base en la ciencia.

La genética ha comprobado que el DNA es común a todos los seres humanos y las diferencias no se derivan de los genes, sino de la convivencia con otras personas que nos transmiten el patrimonio inmaterial: idiomas, tradiciones, costumbres, valores, gustos. Pertenecemos a etnias diferentes, que son resultado de la cultura, no de las razas, que supuestamente se erivarían de la constitución biológica.

Vale recordar que no hay nadie más culto que otro. Hay distintas culturas socialmente complementarias. Es un error confundir los niveles de escolaridad con los niveles de cultura. El físico nuclear que no sabe cocinar depende de la cultura culinaria de su cocinera para sobrevivir.

La humanidad siempre se ha dividido entre seres “superiores” y seres “inferiores”. La supuesta superioridad no se deriva del color de la piel, como alegan los blancos racistas. Se deriva de instrumentos empoderadores como el dinero y los recursos bélicos, que alimentan la ideología de que las características del dominador legitiman su superioridad con respecto al dominado. Así, los romanos de la época del imperio calificaban de “bárbaros” a los extranjeros, y los colonizadores europeos se atribuían derechos y privilegios negados a los pueblos colonizados.

Para los españoles y portugueses que invadieron la América Latina, los pueblos originarios eran ignorantes. Los ibéricos nunca tuvieron ojos para ver la inmensa riqueza cultural de las naciones indígenas, como la de los mayas, que utilizaron el cero antes que los europeos y hacían pronósticos meteorológicos tan acertados que aún hoy intrigan a los científicos.

En el ensayo “El idioma analítico de John Wilkins”, Jorge Luis Borges escribió que “no hay clasificación del Universo que no sea arbitraria y conjetural”. Y cita como ejemplo la enciclopedia china Emporio celestial de conocimiento benévolos, donde consta que los animales se dividen en catorce categorías. La última es la de los que “de lejos parecen moscas.”

Vistos a la distancia, desde lo alto de la arrogancia y la prepotencia, los demás seres humanos “parecen moscas”. Eso vale para la mirada del estadounidense prejuicioso a los africanos; del blanco a los negros; del cristiano al musulmán; del hombre a la mujer; del habitante de la ciudad a los indígenas. Por eso la categoría “raza” es tan conveniente para legitimar prejuicios y discriminaciones.

Todos sabemos que los recursos del planeta se aproximan al límite. Excepto uno: el ser humano. Somos el único recurso abundante sobre la faz de la Tierra, entre otras cosas porque nuestra reproducción exige pocas calorías y nos produce un inmenso placer. De ahí el esfuerzo por tratar de naturalizar las diferencias, con el fin de justificar la explotación, la sumisión y la exclusión.

Admitirque todos estamos dotados de las mismas características biológicas y la misma dignidad significa una amenaza para quienes detentan los medios de control de unos sobre los otros, la riqueza de la elite en relación con los pobres, y hasta la fuerza física del hombre en relación con la mujer.

Hay que eliminar definitivamente del vocabulario ciertas palabras. No existen razas, sino racismo, que debe ser igualmente prohibido de la convivencia humana.

Frei Betto es autor, entre otros libros, de Por uma educação crítica e participativa (Rocco). Librería virtual

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