"Hablar en cristiano de la verdad no significa exclusión, sino comunicación, relación e inclusión" ¿Una fundamentación teológica para el diálogo interreligioso?

Fermín Rodríguez
Fermín Rodríguez

"La primera semana del mes de febrero fue instituida por la Asamblea General de la ONU como la Semana Mundial de la Armonía Interconfesional entre todas las religiones"

"Sin duda, el Papa ha dado un fuerte empuje al diálogo interreligioso al firmar en Abu Dabi el 'Documento sobre la Fraternidad Humana. Por la paz y la convivencia común' junto al Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb"

"Si bien el diálogo interreligioso se inserta en esta llamada a la cooperación en favor del bien común, todavía podemos dar un paso más y buscar una fundamentación teológica de éste"

"La Iglesia, cuerpo de Cristo animado por el Espíritu, no es impedimento para el diálogo, sino que este es parte de su vocación y misión; por eso, el tercer argumentoes eclesiológico"

"En última instancia, la verdad no es algo que algunos poseamos en oposición a otros, sino Alguien que nos posee, sostiene y nos ama a todos, y así nos pone en su misma órbita de relación de amor de los unos con los otros"

La primera semana del mes de febrero fue instituida por la Asamblea General de la ONU como la Semana Mundial de la Armonía Interconfesional entre todas las religiones. En su resolución de aprobación (20 de octubre de 2010), afirma que la comprensión y el diálogo entre religiones constituyen dimensiones importantes de la cultura de paz y pone de relieve la necesidad imperiosa de que las distintas religiones dialoguen en favor de una mayor comprensión mutua, armonía y cooperación y que las creencias e imperativos morales de todas ellas incluyan la paz y la tolerancia.

Además, el 4 de febrero de este año, se celebró por primera vez el día mundial de la fraternidad humana. Precisamente, esa fue la fecha escogida en 2019 para la firma en Abu Dabi del “Documento sobre la Fraternidad Humana. Por la paz y la convivencia común” por el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb, y su Santidad el Papa Francisco. Sin duda, haciendo honor al santo de Asís, el Papa ha dado un fuerte empuje al diálogo interreligioso.

Cultura del encuentro

A ello se comprometió el 20 de marzo de 2013, una semana después de su elección, ante los representantes de otras religiones en Roma afirmando que “la Iglesia católica es consciente de la importancia de la promoción de la amistad y del respeto entre hombres y mujeres de las diversas tradiciones religiosas”. Por eso, la expresión ‘cultura del encuentro’ y todo lo que ella implica son una constante presente a lo largo de su magisterio. Sobre este compromiso, video de la intención del Papa (enero 2016): https://thepopevideo.org/dialogo-interreligioso/?lang=es

Recientemente, en su discurso inaugural como presidente, Joseph R. Biden hacía hincapié en que “la historia y el futuro de los Estados Unidos no depende sólo de uno de nosotros, tampoco de algunos de nosotros, depende de todos nosotros”. Palabras que podemos suscribir para cualquier nación en particular y para toda la humanidad en general.

Igualmente, coincide la Encíclica Fratelli Tutti sobre la necesaria inclusión de todos para así caminar hacia la construcción de un mañana en armonía: “El futuro no es monocromático, sino que es posible si nos animamos a mirarlo en la variedad y en la diversidad de lo que cada uno puede aportar… porque la paz real y duradera sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana” (n.º 100 y 127).

Fundamento teológico

Si bien el diálogo interreligioso se inserta en esta llamada a la cooperación en favor del bien común, todavía podemos dar un paso más y buscar una fundamentación teológica de éste. La razón última de este encuentro y cooperación entre las religiones no es sociopolítica, tampoco nace en último término comoobligada respuesta al desafiante contexto que vivimos, ni es fruto de la diplomacia que busca la paz a toda costa; si así lo fuera, quedaría en un mero ‘buenismo’ o en una ‘moda efímera’.

La razón última, argumenta Francisco hacia el final de la Fratelli Tutti, está en Dios, es teológica: “El punto de partida debe ser la mirada de Dios” (n.º 281). Por eso, porque la razón no está en nosotros, podemos permanecer firmemente enraizados en la propia identidad cristiana, “de la que no se debe abdicar para complacer al otro y, al mismo tiempo, tener la valentía de la alteridad, que implica el pleno reconocimiento del otro y de su libertad” (Francisco, Abu Dabi, 4 de febrero de 2019).

Y es que, la razón misma del diálogo interreligioso, no nos viene impuesta desde fuera; al contrario, la encontramos dentro de los contenidos de nuestra propia fe, por eso, este no es un añadido, ni algo opcional, sino algo fundamental a la misión de la Iglesia. Es posible hacer una hermenéutica de la fe que nos conduzca a la conclusión de que el diálogo pertenece a la fe en Jesucristo y no una imposición externa, y que, además, lejos de poner en tela de juicio la propia identidad, la refuerza y la expresa en toda su virtualidad. He aquí cuatro argumentos teológicos que fundamentan el diálogo interreligioso.

Universalidad del amor de Dios

El primer lugar, ya lo apuntábamos más arriba, está el argumento teológico. El origen ontológico del diálogo de la Iglesia con otras religiones se encuentra en el misterio mismo de la Trinidad. La vida inmanente de la Trinidad es un misterio dialogal. La doctrina trinitaria explica este misterio poniendo juntos elementos aparentemente irreconciliables, a saber, la unidad e indivisibilidad de la naturaleza divina junto a la pluralidad de personas y de relaciones.

Amor universal

Lejos de constituir un mero trabajo de arquitectura teológica, es un intento en el que, desde la fe, la Iglesia trata de alcanzar una comprensión de la revelación divina en Jesucristo que nos permite vislumbrar la presencia de una vida de comunión e intercambio en Dios. Algo que Juan, en su primera carta, condensaba en palabras más sencillas, pero profundamente llenas de contenido, “Dios es amor”.

Basado en este breve enunciado, Karl Rahner sostenía que toda teología que pretendiese alcanzar una comprensión cristiana de las otras religiones que, a su vez, sostenga el diálogo interreligioso ha de empezar por el principio fundamental de la libre voluntad salvífica universal de Dios (Cf. Kirche, Kirchen und Religionen, 357). Porque hablar en cristiano de la verdad no significa exclusión, sino comunicación, relación e inclusión. Pues, en última instancia, la verdad no es algo que algunos poseamos en oposición a otros, sino Alguien que nos posee, sostiene y nos ama a todos, y así nos pone en su misma órbita de relación de amor de los unos con los otros.

En las siguientes palabras traducía el Papa Franciscoeste principio en un discurso en Nairobi en 2015: “El diálogo interreligioso brota de nuestra convicción en la universalidad del amor de Dios y en la salvación que Él ofrece a todos”. Como reflejo ad extra de la misma vida divina ad intra, la historia de salvación se desarrolla en un constante diálogo de salvación de Dios con quien es su otro, el ser humano. Dios es el único creador de todo y, así, es el Padre de todos. Una es la familia de Dios desde su origen hasta su destino final que no es otro que el mismo Padre creador de todo lo que existe por su Palabra universalmente presente en la creación.

En continuidad con lo dicho hasta ahora, el segundo de nuestros argumentos es doble, cristológico y pneumatológico, y presente en la oración de la Iglesia:“Santo eres en verdad Padre, ya que, por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu das vida y santificas todo” (Plegaria eucarística III). El diálogo de salvación con la humanidad, que brota desde la mismísima vida inmanente de Dios, alcanza su culmen y cumplimiento en la encarnación del Hijo por la acción del Espíritu Santo.

En Gaudium et Spes, sostiene el Concilio Vaticano Segundo que, por su encarnación, el Hijo único se ha unido a toda persona humana, sin excepción, redimiendo a toda persona humana y, de esta manera, “incluso cuando la persona no es consciente de ello, Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre a toda persona —a toda persona y a todas las personas— su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación” (Juan Pablo II, Redemptor Hominis, 14).

Esa luz universal es el Espíritu Santo mismo, quien trabaja en el corazón de cada persona individual y activo en una diversidad de los dones entregados a la pluralidad de los pueblos, culturas y religiones para el bien de la única familia de Dios. Por eso, concluyen los Padres del Concilio: “Debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (Gaudium et Spes 22).

La Iglesia, cuerpo de Cristo animado por el Espíritu, no es impedimento para el diálogo, sino que este es parte de su vocación y misión; por eso, el tercer argumentoes eclesiológico. Habiéndose propuesto el Vaticano II“presentar a todos la naturaleza y la misión universal de la Iglesia”, la definió “como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen Gentium 1).

Bastaría aquí preguntarnos si entre las muchas formas de llevar a término esa sacramentalidad no se encuentra el aceptar el desafío del encuentro con las otras tradiciones religiosas en busca de la verdad y la cooperación en favor de soluciones compartidas a los desafíos que afectan a la humanidad. La naturaleza íntima de la Iglesia es ser familia, pues el principio inmanente que la anima desde dentro es la misma vida trinitaria; este ser de la Iglesia se manifiesta y despliega externamente como familia creando relaciones familiares de comunión y amor con las otras familias religiosas.

Búsqueda común de la verdad

El cuarto y último argumento es el antropológico. Dios dona su misma vida trinitaria a la persona, habitándola y capacitándola para creer en Él, esperar en Él y amarlo. Esas tres virtudes teologales encuentran una expresión concreta, entre otras, en el diálogo interreligioso. Como búsqueda común de la verdad, es un acto de la obediencia de la fe en la verdad que nos sobrepasa a todos y está más allá de todos los interlocutores. En esperanza ponemos nuestros ojos en el futuro y vemos más allá de nuestras presentes discrepancias y dificultades. Es el Horizonte quien nos mueve a todos desde dentro, en él percibimos y vislumbramos un futuro de reconciliación y paz para todos cuando Dios sea todo en todos.

El diálogo no se centra en el presente ni encuentra su motivación última en las diferencias; al contrario, lo que realmente dinamiza y fundamenta el diálogo entre los diferentes es la promesa divina de un futuro de reconciliación cuando nuestras diferencias cobrarán sentido. De la misma manera que el amor no se busca a sí mismo ni su propio beneficio, el verdadero diálogo introduce a los interlocutores en una dinámica de auto vaciamiento que les previene de la tentación del proselitismo, de seguir agendas ocultas que sólo buscan transformar al otro en la imagen de uno mismo.

Futuro

Sin embargo, regresando al primer argumento, el diálogo refleja la mirada amorosa de Dios quien descubre la bondad propia de la creación. El diálogo es, así, la aceptación y el respeto del otro, no a pesar de las diferencias, sino en sus diferencias. Nos descubre que esas diferencias son los canales por los cuales la gracia nos alcanza; es, como afirmóBenedicto XVI en Africae Munus “la capacidad de reconocer lo que hay de positivo en el otro, acogerlo como un don que Dios me hace a través de aquel que lo ha recibido, que se transforma entonces en un administrador de las gracias divinas”. Esta forma de diálogo expresa simultáneamente nuestro amor común al Padre de todos y nuestro compromiso común y recíproco por el otro.

Ojalá se nos hayan quedado muchas cosas por decir y preguntas por responder, pues se nos abre la posibilidad de seguir dialogando. Nuestro objeto por el momento era reconocer, como decía Juan Pablo II en Redemptoris Missio que “el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. No está en contraposición con la misión ad gentes; es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones”.

Diálogo

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