"En el diálogo, donde se escucha y aprende, se percibe la voz del Espíritu" "El Sínodo es diálogo"… sin limitaciones

Diálogo
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"Diálogo. Ssí lo expresó el papa Francisco a los periodistas que le acompañaban en su viaje de regreso a Roma desde Mongolia: 'El diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico'"

"El Instrumentum laboris del Sínodo insiste en su carácter dialogante con libertad y sinceridad porque la Iglesia sinodal es 'una Iglesia de encuentro y diálogo' donde se manifiesta y comunica el Espíritu"

"Un diálogo sin limitaciones que requiere, tanto en la forma como en el fondo, respeto mutuo y escucha comprensiva, sin restricciones ni censuras, con actitudes de respeto, atención, empatía… para conseguir una compresión mutua y llegar a un auténtico discernimiento"

"No será fácil lograr que el 'Sínodo sobre la sinodalidad' en sus dos fases consiga dar respuesta a los plurales y amplios temas que se han planteado. Pero probablemente abrirán caminos"

"En este contexto de preocupación mundial extrema, también, este Sínodo, como dice Luciani: 'Es el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad'"

Así lo expresó el papa Francisco a los periodistas que le acompañaban en su viaje de regreso a Roma desde Mongolia. Y continuó: “Diálogo entre bautizados, entre miembros de la Iglesia, sobre la vida de la Iglesia, sobre el diálogo con el mundo, sobre la humanidad”. Recalcó que el Sínodo no es una invención suya sino que fue san Pablo VI quien lo instituyó e inició afirmando en la encíclica Ecclesiam suam (1964) que ”la Iglesia debe ir hacia el diálogo en el mundo en el que le toca vivir”. “El diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico”.

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"El diálogo debe caracterizar nuestro oficio apostólico"

“La Iglesia se hace coloquio”. La Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II afirmaba que el diálogo es la “prueba conciliar mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la humanidad… para buscar soluciones plenamente humanas” a los problemas que nos afectan. El Instrumentum laboris del Sínodo insiste en su carácter dialogante con libertad y sinceridad porque la Iglesia sinodal es “una Iglesia de encuentro y diálogo” donde se manifiesta y comunica el Espíritu.

Un diálogo sin limitaciones

Tanto en la forma como en el fondo el diálogo requiere respeto mutuo y escucha comprensiva, sin restricciones ni censuras, con actitudes de respeto, atención, empatía. Se basa, dentro de la Iglesia, en la igualdad de todas las personas por el bautismo y, en el conjunto de la humanidad, en la consideración de la fraternidad y sororidad de mujeres y hombres.

En el diálogo, donde se escucha y aprende, se percibe la voz del Espíritu que nos habla de múltiples y diversas maneras través de voces diferentes que sintonizan para componer desde sus pluralidades la sinfonía de toda la humanidad.

El diálogo, por tanto, nos conduce a relaciones diferentes en el interior de la Iglesia y en el mundo para lograr esa fraternidad universal como proponía la Constitución pastoral, lo ha subrayado el papa Francisco en la encíclica Fratelli tutti y es el anhelo de todas las personas de buena voluntad.

Esta apertura dialogante conduce a la Iglesia a abordar todos los temas sin restricciones tanto en su interior como en los diversos contextos locales y mundiales. Nada puede limitar el diálogo y en su mesa caben todos los temas que nos afectan como personas, como Iglesia, como pueblos, sociedades y mundo en que vivimos.

Actitudes y retos para el diálogo sinodal

Todo diálogo es comunicación recíproca donde no emite y habla un sola persona cuyo mensaje reciben y escuchan los demás. Implica una relación múltiple, pluridireccional que hace interlocutores a todas las personas en la expresión de sus opiniones y puntos de vista; todas son emisores y receptores en igualdad comunicativa.

Por tanto el diálogo supera cualquier posición de superioridad, de imposición. La escucha del otro es la clave para que sea auténtico. Una escucha que no debe ser selectiva, sino comprensiva, empática porque solo quien comprende a la otra persona puede ofrecer también sus puntos de vista críticos y discrepantes; implica, por tanto, saber ponerse en el lugar de la otra persona paraconseguir una compresión mutua y llegar a un auténtico discernimiento. Los prejuicios previos, las censuras impuestas, las limitaciones selectivas (solo escucho y atiendo lo que me interesa) imposibilitan el diálogo.

Para ello lo que en técnica de la comunicación se denomina ‘feed-back’ es imprescindible a todo diálogo a fin de que no se reduzca a un monólogo improductivo. El feed-back es la respuesta o retorno de lo que se ha entendido y percibido en el mensaje de la persona emisora para lograr un ajuste mutuo comprensivo. Desde ahí el receptor se hace también emisor de sus propios puntos de vista.

Todo ello exige un aprendizaje que los hábitos y tendencias impositivos todavía mantenidos por muchos jerarcas no favorecen y al que no están habituados. Requiere, por tanto, una conversión espiritual en la que las personas se sientan escuchadas y comprendidas que debe ser, por supuesto, mutua y no significa siempre acuerdo, aprobación y aceptación de lo que la otra persona dice, una vez que lo ha comprendido adecuadamente. Es la condición indispensable para que la crítica sea honesta y para poder avanzar creativamente desde las opiniones diferentes y divergentes, para superar enfrentamientos y estancamientos.

En lenguaje sinodal diría que este diálogo es espiritual en la medida en que cada persona dialogante expresa desde su interioridad orante, con plena sinceridad y respeto sus convicciones y puntos de vista abiertos a la confrontación con otras opiniones. En efecto, el Espíritu no habla en un sola opinión, sino en su mutua relación y complementariedad. Desde ahí percibimos la verdad, el don profético del “pueblo santo de Dios que participa también del don profético de Cristo… que tiene la unción del Santo” (Lumen gentium 12).

Esto no significa, por supuesto, diluir o relativizar “la dirección del sagrado ministerio”, sino reconocerla en la comunidad de los fieles que “sigue fielmente su dirección”, compatible también con una actitud crítica. En consecuencia el diálogo entre comunidad de fieles y magisterio es inseparable para comprender y realizar “el sentido de la fe que el Espíritu de verdad suscita y sostiene” (Lumen Gentium id.) y lograr un auténtico “discernimiento personal y comunitario desde la tradición de fe y signos de los tiempos” (‘Vademecum’ Por un Iglesia sinodal 2.2.).

Facilitador del diálogo

Esta figura, nueva en la dinámica sinodal, consiste en una función de ayuda para que se den la condiciones apropiadas para el diálogo que conduzca a la conversión profunda donde el Espíritu se manifiesta.

Por tanto la persona facilitadora ejerce este rol sin imponer caminos ni líneas o conclusiones. No es un censor o controlador, sino un observador del proceso dialogante, de las formas en que el diálogo se va realizando, de las actitudes de escucha y de expresión, de las relaciones que se van estableciendo para favorecer la interlocución, para facilitar la dinámica grupal, en definitiva. Entre las diversas formas y medios para esta función en el proceso de diálogo su tarea consiste sobre todo en facilitar, promover, estimular proponiendo pautas para una participación adecuada, para una escucha mutua y una emisión clara de opiniones, en ayudar al grupo para llegar a una síntesis aceptada de conclusiones que refleje la opinión del conjunto con sus acuerdos y discrepancias.

Faciliatdor del diálogo

La persona facilitadora debe ser capaz de promover un clima de escucha en el respeto mutuo y en la libertad de expresión, así como el mutuo reconocimiento.

Dada la complejidad y profundidad de los temas que plantea el Instrumentum laboris, su función deberá ayudar a encontrar respuestas adecuadas, consensuadas o no, lo cual requiere por parte del facilitador saber reformular las intervenciones, si es necesario, o invitar a hacerlo a quien las ha formulado para que sean comprendidas por todas las personas participantes.

Como sugería, en una entrevista en Religión digital Leonardo Lima, facilitador en el Sínodo, esta función debiera ser también aplicable a consejos y grupos diocesanos para una práctica dialogante, plural y creativa.

Un Sínodo para otro modelo renovado de Iglesia y un mundo nuevo

No será fácillograrque el ‘Sínodo sobre la sinodalidad’ en sus dos fases consiga dar respuestaa los plurales y amplios temas de hondo calado que se han planteado desde la base en su progresiva consulta y que recoge, aunque no en su totalidad, el Instrumentum laboris. Tampoco quizás sus respuestas no resultarán del todo satisfactorias para las muchas expectativas de quienes las han expresado. Pero probablemente abrirán caminos que requerirán ser recorridos a medio y largo plazo y, tal vez, conduzcan a un futuro concilio ecuménico.

A mi entender las aportaciones más significativas de este Sínodo deberán consistir en promover, realizar, mostrar, dar testimoniode un estilo de Iglesia cuyo dinamismo está en el diálogo permanente del que esta Asamblea puede ofrecer una experiencia excepcional y modélica. Ya el ‘Vademecum’ Por un Iglesia sinodal afirmó que lo que busca este Sínodo es “promover un nuevo estilo de vivir la comunión, la participación y la misión de la Iglesia” y que “ la esperanza es que la experiencia del proceso sinodal conduzca a una nueva primavera en términos de escucha, discernimiento, diálogo y toma de decisiones” para todo el Pueblo de Dios.

Pero no hay que olvidar que el Sínodo es un responsabilidad y ejercicio de toda la Iglesia. Ha intentado serlo en su preparación durante las fases anteriores diocesanas y continentales. Ahora la Asamblea del Sínodo deberá impulsar -así lo esperamos- un cambio profundo en sus diversos niveles y estructuras. Ante la postura aun mantenida por ciertos jerarcas de imposición y directivismo carentes de pluralidad auténtica, será necesario lograr nuevos estilos de relación y praxis pastoral.

Desde el Vaticano II no han faltado ejemplos y testimonios comprometidos por parte de obispos de la talla de Pedro Casaldáliga, Aloisio Lorscheider, Oscar Romero, Samuel Ruiz y otros que impulsaron ese nuevo estilo eclesial y que las comunidades cristianas de base y populares han ido realizando con una praxis liberadora en sus formas de evangelizar y ser Iglesia. Pero sus posiciones, prácticas y teología fueron en varios casos censuradas o vistas con recelo, sospecha y reservas bajo la férrea vigilancia de la Curia romana.

Este nuevo estilo basado en una concepción integral de la Iglesia como Pueblo de Dios, que ya el Vaticano II impulsó, afecta y compromete a todo el conjunto eclesial en su integridad: desde las pequeñas comunidades hasta la cúpula eclesiástica con sus órganos de gobierno. El mismo Papa está ofreciendo ejemplo de ello y la convocatoria y proceso de este Sínodo expresa su clara voluntad de un cambio profundo de relaciones en la Iglesia.

Pero el Sínodo y su intencionalidad pastoral van más allá. En nuestro mundo que se debate agónicamente entre enfrentamientos de poder geopolítico, de un amenazante armamentismo con capacidad destructiva total, de la mortífera devastación ecológica, la debilidad de un diálogo entre Estados es cada día más ineficaz, ante sus enfrentados objetivos hegemónicos, condicionados y controlados por los intereses de un capitalismo global, donde la armonía con la naturaleza, sometida a los intereses productivos y consumistas sin límite ha desaparecido.

En este contexto de preocupación mundial extrema, este Sínodo, unido a la voz profética del papa Francisco, puede ser, como indicaba Rafael Luciani en Religión digital, “el aporte epocal más importante que los cristianos podemos hacer al resto de la humanidad”; debe ser expresión del clamor de los pobres, de los humildes por un diálogo renovador y trasformador de la misma Iglesia y ofrecer su testimonio y colaboración simbólica para un diálogo entre naciones, pueblos y con la madre Tierra.

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