"Los privilegios a los que todavía no pocos de ellos se sienten acreedores, son 'agua pasada'" ¿Para qué sirven hoy los obispos? Para servir

Osoro lava los pies
Osoro lava los pies

“Servir” es la única manera   de ser y de pertenecer a la Iglesia, que registran los catecismos con sus debidos “Nihil Obstar” e “Imprimatur”

"Prevalecen -y de qué manera¡- los relativos al culto en su expresión principal  de ritos, ceremonias e imposiciones del Código de Derecho Canónico y de los manuales de la sagrada Liturgia"

"Los obispos actuales no rechazan estos y otros signos externos, litúrgicos o para-litúrgicos, que los distingan y privilegien dentro y fuera de la Iglesia"

“Servir” es palabra reduplicativamente sagrada, además de religiosa y litúrgica, que se explica y aplica por la traslación-traducción de su significado a “beneficio o favor que se hace a otra persona”. El término “servir” es -será- piedra clave y angular, en la edificación- construcción de la Iglesia y de la convivencia de los seres humanos entre sí, con Dios y con la Naturaleza. “Servir” es la única manera   de ser y de pertenecer a la Iglesia, que registran los catecismos con sus debidos “Nihil Obstar” e “Imprimatur”. “Siervo de los siervos de Dios” campea en los escudos de armas pontificios de quienes dogmáticamente se asegura representarlo en la tierra, haciendo sus veces.

Los obispos, con sacrosanta inclusión del de Roma, sirven, por tanto, nada más y nada menos que para SERVIR. Esta es su vocación, razón de ser ministerio y oficio. 

En estas leves reflexiones sobre el tema me eximo de consideraciones teológicas -por aquello de “doctores tiene la Iglesia…”-, aunque no todos coincidentes al desglosar y explicar afirmaciones tales como la de “Sucesores de los Apóstoles”, o  la imposibilidad canónica de acceder al episcopado la mujer católica,  solo por el hecho orgánico  de no ser varón.

Demetrio

Mis perspectivas desde las que ubicar y activar estas sugerencias son más de orden sociológico, integradas e integrables en el catecismo de la vida en cuyo contexto   también, y de alguna manera no solo espiritual, los obispos se hacen, o los hacemos, presentes.  

Reflejando las agendas –“palabras de Dios”- la realidad de la vida de los miembros del episcopado, los capítulos y episodios a los que día a día entregan sus afanes y actividades, no todos ellos están signados con el compromiso del servicio al prójimo exigido por el Evangelio.  Prevalecen -y de qué manera¡- los relativos al culto en su expresión principal  de ritos, ceremonias e imposiciones del Código de Derecho Canónico y de los manuales de la sagrada Liturgia.

De los obispos en general y salvo raras y muy estimables excepciones, al pueblo fiel y al “otro” no le pasa desapercibida la creencia de que ni son ni pretenden ser y comportarse en la vida como personas “normales”. Y es que las mitras, el olor de por vida a incienso, la dirección con su código postal en los palacios episcopales, el modo de expresarse y vivir, los temas a tratar con mayor frecuencia y ardor y la distancia y rareza que presupone comunicarse con ellos, son causas que explican que la relación tenga que ser siempre y sistemáticamente ritual, forzada y sin naturalidad.

De por sí, “los obispos han de vivir en el mejor de los mundos”, y ante convencimiento tal, no hay más solución que la del “Amén” y la genuflexión. (Insisto en el “meritazo “ que tienen algunos de ellos, a quienes lo de “toma de posesión”, “entrada triunfal” – con mula blanca o en papamóvil- y la “entronización”,  les moleste y hagan lo posible por recusarlo.)

Báculo

Los obispos actuales no rechazan estos y otros signos externos, litúrgicos o para-litúrgicos, que los distingan y privilegien dentro y fuera de la Iglesia. A una persona revestida con ornamentos sagrados como los suyos, con añoranzas de las capas magnas --¡doce metros cardenalicios de cola¡- , es imposible exigirle que sea y actúe como persona normal. Pertenece a otro planeta. Precisamente el servicio y la condición de “servidor” de la que han de hacer gala en el escudo de armas, contradice su cualificación de “Sucesor de los Apóstoles”

En la actualidad y pese al creciente desarrollo de la secularización de los tiempos en multitud de ocasiones, circunstancias y sectores, los obispos siguen siendo indispensables como objetos-sujetos de lujo, con pérdida o quebranto de su condición sobrenatural. Tal vez indicativo de esta situación sea el hecho de que, por obispos, el número de canonizados sea tan reducido, y más si se constata que el de los papas -obispos de Roma-, de los últimos tiempos, la mayoría de ellos fueron canonizados. 

Obispos objetos-sujetos de lujo están siempre de más y en mayor proporción en las celebraciones de la Eucaristía retransmitidas por TV. Los párrocos, coadjutores y curas de pueblo, que alguna vez   las presiden, hacen más misas a las santas misas, que cuando son celebradas por los señores obispos con todos sus “arreos”

Báculo y mitra

Los obispos sirven para SERVIR, en idéntica o mayor proporción que el resto del clero y del pueblo de Dios. Los privilegios a los que todavía no pocos de ellos se sienten acreedores, son “agua pasada” y esta “no mueve el molino” en el que se inicia   el proceso salvador de la confección del pan de la Eucaristía.  Procesionar poder, riquezas y ostentaciones, no será jamás quehacer episcopal, por muchas libras de incienso y de panegíricos que consuman en el recorrido de las estaciones de la vida que se considere y estime de verdad cristiana. Los obispos son y ejercen “para estar reunidos”, que no unidos.

En la actualidad, y tal y como se ponen las cosas en España, los obispos han de servir con humildad, sin privilegios, con sentido penitencial y reparador, para facilitar la sagrada misión de clarificar todo cuanto se ha relacionado y relaciona con la pederastia eclesiástica”, y dejarse ya de una santa vez, de subterfugios leguleyos y concordatarios, para eximirse de responsabilidades por acción u omisión, que de todo ha habido y hay “en la Viña del Señor”.

Más que para mirar a Roma y a su Curia, los obispos están obligados a mirar “desde” Roma y servir al resto de la Cristiandad y al mundo, siempre con criterios del santo Evangelio.

  Revestidos  ante el pueblo con generosidad, poder y riqueza, de atuendos y arreos solemnemente episcopales, se empeñan en testificar que, más que ser y actuar de “Sucesores de los Apóstoles”, lo sean de emperadores, reyes y  señores feudales.

Palacio episcopal de Murcia

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