El sodalicio y la mente colmena La tesis doctoral de los abusadores que parece redactada por Cantinflas

Erwin Scheuch
Erwin Scheuch

"No resulta exagerado hacer una comparación entre el Colectivo Borg (Star Trek) y el Sodalicio de Vida Cristiana. Ningún sodálite debía tener pensamientos propios, ni espíritu crítico hacia la doctrina emanada de la institución, ni iniciativas personales, ni voluntad propia e independiente"

"Esto se repite en la tesis doctoral que ha presentado mi hermano Erwin Scheuch en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma), institución de estudios superiores a cargo del Opus Dei"

"Su participación activa en esta colmena de lobotomizados espirituales le ha pasado factura. El 25 de septiembre de 2024, por orden del Papa Francisco, fue expulsado del Sodalicio, junto con otros nueve miembros de la secta"

"Es indudable que esta tesis doctoral elaborada por un cortesano del Sodalicio caído en desgracia pretende proporcionar elementos y herramientas para favorecer a los abusadores que aún buscan mantener en pie la impunidad de que gozaron durante décadas"

En el universo de Star Trek, los Borg son una de las civilizaciones más icónicas y aterradoras. Aparecen por primera vez en un episodio de 1989 de la serie “Star Trek: La nueva generación” (“Star Trek: The Next Generation”) y juegan un papel importante en el largometraje “Star Trek: Primer contacto” (“Star Trek: First Contact”, 1996), dirigido por Jonathan Frakes. Son una especie de colectivo cibernético, una mezcla de seres biológicos y tecnología avanzada, que opera como una mente colmena. No funcionan como individuos, sino que todos están conectados a una conciencia común llamada el Colectivo Borg. Su lema más famoso es: «Resistance is futile» («La resistencia es inútil»).

Especial Papa Francisco y Cónclave

No resulta exagerado hacer una comparación entre el Colectivo Borg y el Sodalicio de Vida Cristiana. El Reglamento de la Comunidad que Luis Fernando Figari elaboró y que estuvo vigente hasta la primera mitad de la década de los 90 decía textualmente: “El espíritu de independencia es muerte para la comunidad”, principio que se ha mantenido posteriormente con una formulación similar (“muerte para la vida fraterna”) en las “Pautas para la vida fraterna”, documento que rigió la vida comunitaria de los miembros del Sodalicio hasta su disolución definitiva y oficial el 14 de abril de este año.

Colectivo Borg. Star Trek
Colectivo Borg. Star Trek

Este principio se traducía en la práctica en que ningún sodálite debía tener pensamientos propios, ni espíritu crítico hacia la doctrina emanada de la institución, ni iniciativas personales, ni voluntad propia e independiente. Todas las fuerzas cognitivas, afectivas y volitivas del sodálite debían estar orientadas hacia la supervivencia de ese colectivo abstracto llamado Sodalicio de Vida Cristiana. Y para ello había que destruir los rasgos sustanciales de la personalidad individual, convirtiendo al sujeto en un terminal dócil de la maquinaria sectaria.

Eso se ha manifestado en que, por lo general, ningún escrito de ningún sodálite ha sido principalmente expresión de ideas propias, sino que ha respondido a la ideología que le servía de sustento al colectivo. Y esto se repite en la tesis doctoral que ha presentado mi hermano Erwin Scheuch en la Pontificia Università della Santa Croce (Roma), institución de estudios superiores a cargo del Opus Dei, con el título de “La crisis de los abusos sexuales de menores en la Iglesia. Una lectura desde la fe a partir de los informes de Estados Unidos, Australia, Alemania y Francia”. Allí dice: «agradezco a la comunidad de vida cristiana con la que crecí en la fe y a la que he dedicado cuarenta años de mi vida, que me mostró siempre su apoyo y comprensión ante los desafíos que esta tesis representó, y a quienes quedaré eternamente agradecido».

Debo aclarar que Erwin es mi hermano menor y que fui yo quien, allá a finales de los 70, lo puse en contacto con otro sodálite, el futuro sacerdote Juan Carlos “Chaly” Rivva, para que éste le hiciera el consabido proselitismo al que llamaban “apostolado”. Erwin logró ascender en la jerarquía de la institución, ocupando varios puestos de responsabilidad y llegando incluso a ser Superior Regional del Perú. Mientras yo, a partir de la década de los 90, iniciaba —aun sin ser muy consciente de ello— un largo proceso de desintoxicación psicológica y desprogramación del lavado de cerebro, Erwin siguió conectado como un borg al colectivo institucional. Su participación activa en esta colmena de lobotomizados espirituales le ha pasado factura. El 25 de septiembre de 2024, por orden del Papa Francisco, fue expulsado del Sodalicio, junto con otros nueve miembros de la secta.

En la introducción a su tesis —que tuvo un largo proceso de gestación, pues fue iniciada antes de la pandemia de COVID-19— dice que uno de los retrasos para terminarla, que duró varios meses, fue provocado «por verme involucrado como testigo y protagonista de una serie de investigaciones de abusos, no de carácter sexual, lo cual ha sido ocasión para constatar muchos de los aspectos explicados en esta tesis. Incluso con un recto afán de alcanzar justicia para quienes denuncian abusos, la tendencia de las autoridades eclesiásticas puede ser inclinar el péndulo —indebidamente— a favor de los acusadores por el solo hecho de serlo, creyendo sin prueba alguna su versión. Tal proceder provoca procesos sumarios, que prescinden del debido proceso —imprescindible para determinar la verdad y establecer justicia—, donde no se diferencia la posición del denunciante de quien juzga, se declina escuchar en un ejercicio racional las defensas de los acusados y emana sentencias arbitrarias, sin mayor motivación y sin otorgar derechos de apelación. Tal proceder puede convertir a personas inocentes en víctimas del abuso de poder de la autoridad eclesial, reeditando lo que ha ocurrido en el fenómeno de los abusos sexuales, abuso que supuestamente se ha buscado corregir».

Erwin Scheuch
Erwin Scheuch

Resulta evidente que Erwin no ha aceptado la decisión del Vaticano y se considera una víctima inocente, y rechaza maliciosamente los testimonios de las víctimas, siendo que esos mismos testimonios son lo que se llama pruebas testimoniales, corroboradas mediante un análisis que examina la credibilidad del testigo, la coherencia de su relato y su relación con las partes para determinar el peso de la prueba. Además, se calcula que las acusaciones falsas sobre abusos en la Iglesia fluctúan entre el 2% y el 3%, siendo la mayoría de los testimonios veraces y creíbles. El riesgo de que algún miembro del clero o religioso sea acusado falsamente de abusos es mínimo.

Desde un inicio se nota que Erwin —y junto con él los remanentes del Sodalicio— cuestiona que la Iglesia del Papa Francisco haya tomado partido por las víctimas. En consecuencia, habrá en su tesis una defensa implícita de quienes fueron acusados de abusos en el Sodalicio, aunque no mencione a la institución por su nombre.

También hay un cuestionamiento del rol que jugó el periodismo, cuando dice que «la prensa desempeña un rol fundamental en la imagen que se comunica de la Iglesia, hoy puesta en el banquillo de acusado. Espero que este estudio permita también ofrecer elementos que ayuden a una genuina comunicación de la Iglesia». En otras palabras, la imagen de la Iglesia que ofrece el periodismo no es genuina sino falseada.

Los dos primeros capítulos de la tesis son meramente descriptivos, donde Erwin explica en el primero la metodología, fuentes y conceptos que aplica, y en el segundo capítulo describe minuciosa y comparativamente los informes que son objeto de estudio. Allí asume un punto de partida que derivará en que su estudio no pueda ser considerado científicamente riguroso según estándares académicos, punto de partida descrito en las conclusiones finales de su tesis de la siguiente manera:

«Todos los informes —dice— fueron confeccionados por comisiones “independientes”. Sin embargo, la aproximación al fenómeno de estas comisiones es diversa, principalmente cuando se habla de causas y soluciones. […] las claves de interpretación del fenómeno, en varios casos, están basadas en ideologías que se alejan —o incluso se oponen— de la visión que la antropología cristiana que la Iglesia profesa, lo que evidentemente lleva a conclusiones muy distintas sobre las causas de los abusos y las posibles soluciones. Este problema incide también de modo notorio en la divulgación de la comprensión en el ámbito público, y particularmente en la prensa. […] si quienes investigan no entienden y/o no comparten la naturaleza y estructura de la Iglesia, y no son verdaderamente “independientes”, los informes se pueden convertir en un instrumento que no refleja la verdad del fenómeno, y se pueden utilizar contra la misma Iglesia».

En las mismas conclusiones finales resumirá así su postura:

«...esta tesis ha buscado una mirada desde el fenómeno desde la fe, recurriendo a las bases doctrinales de la teología y la antropología católicas expuestas en la tradición, en el Magisterio y el derecho de la Iglesia. En éstos podemos encontrar mejores luces para un fenómeno interdisciplinario que involucra las ciencias humanas, médicas, jurídicas y teológicas».

Esta concepción concuerda con el postulado de Luis Fernando Figari, que rechazaba la validez de las ciencias psicológicas y sociológicas si no iban acompañadas de una visión cristiana del hombre. Es decir, sólo quien tiene y practica la fe cristiana puede ejercer estas ciencias con solvencia y rigurosidad. De ahí que el enfoque que asume Erwin —como digno representante del Sodalicio y de su ideología religiosa— será la de una mirada de fe, que en realidad no es la de una fe en estado puro sino la de una interpretación determinada y particular del contenido de la fe. Para ello recurrirá principalmente a textos de los Papas Benedicto XVI y también de Juan Pablo II, Pablo VI y en pocos momentos, de Francisco, así como al Derecho Canónico. Sus fuentes bibliográficas serán teólogos e intelectuales del espectro conservador de la Iglesia, a los cuales citará como si fueran exponentes incuestionables de la fe auténtica que profesa el pueblo católico. Podemos decir inequívocamente que nos hallamos ante una tesis que se sustenta en una doctrina teológica y no en disciplinas científicas, que serían las más apropiadas para quien ha hecho estudios universitarios en el área de Comunicación Social Institucional.

Y es aquí donde la tesis se vuelve problemática, pues Erwin asumirá la teoría de Benedicto XVI de que la crisis de abusos en la Iglesia es producto de la Revolución Sexual de los 60, una teoría sin mucho sustento esgrimida por un clérigo que ha dedicado su vida a la teología y no por representantes de la psicología, la sociología y las ciencias históricas, que cuentan con herramientas adecuadas para analizar ese fenómeno. Señala que, según los informes, la mayoría de los abusos ocurrieron entre los años 60 y 70 —lo cual no se puede inferir con certeza, pues no se tiene en cuenta la cifra oscura de casos no documentados o no denunciados, ni tampoco se considera las denuncias que podría haber en el futuro referentes a abusos cometidos posteriormente a esas décadas—. Incide en que algunos autores de esa época consideraron normal y deseable el sexo entre adultos y menores, sin mencionar —por supuesto— que se trató siempre de propuestas marginales que nunca obtuvieron consenso entre los representantes de la Revolución Sexual.

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Además, esta revolución no explica los casos de pederastia clerical presentes a lo largo de la historia de la Iglesia, casi desde sus inicios. La Didaché, un catecismo primitivo del siglo II, pide a los clérigos “no seducir a jóvenes”. Este mal es mencionado y abordado en el Concilio de Elvira (aprox. 306, España) —que prohibía explícitamente a los clérigos “cometer adulterio con niños” (stupratores puerorum)—, el Concilio de Aix-la-Chapelle (836) —que reconoció los abusos sexuales, incluyendo la pedofilia, como problemas endémicos en la Iglesia y emitió regulaciones para controlar el comportamiento sexual del clero— y el Concilio Lateranense II (1139) —a partir del cual la Iglesia comenzó a desarrollar una estructura administrativa más centralizada, lo que permitió establecer políticas para abordar el abuso sexual—. No se debe olvidar que San Pedro Damián, un monje y reformador del siglo XI, en su “Liber Gomorrhianus”, dirigido al Papa León IX en el año 1049, denunció los abusos sexuales generalizados entre el clero, incluyendo la sodomía y el abuso de menores.

Además, se calcula en la actualidad que aproximadamente entre el 4% y 6% de los clérigos habrían cometido abusos sexuales contra menores. La cifra de abusadores de menores en la sociedad civil se calcula entre 1% y 2%. Si asumiéramos como cierto el postulado de la tesis de Erwin, ¡qué raro que haya un porcentaje más alto de abusadores entre los clérigos —que supuestamente estarían mejor protegidos contra la influencia del mundo— que entre los civiles comunes y corrientes, más expuestos a las consecuencias de la Revolución Sexual!

Según Erwin, los abusos sexuales han disminuido porque las medidas tomadas por la Iglesia han sido efectivas:

«Según las estadísticas reveladas en los informes [de Estados Unidos, Australia, Alemania y Francia] que hemos visto, los abusos sexuales contra menores han disminuido notablemente en las últimas décadas, lo cual sugiere que las medidas impuestas en la enseñanza de la teología moral, en los centros de formación de las nuevas generaciones de sacerdotes, en el acompañamiento, tutelando la dignidad de las personas, y en la prevención surgieron efecto”.

Sin embargo, la afirmación de la disminución de abusos sexuales es dudosa, pues habría que suponer que hasta la fecha de corte de los informes ya se habrían hecho todas las denuncias de abuso sexuales referidas a los períodos de estudio, ignorando que podrían haber denuncias en el futuro que se sumen a los abusos ocurridos en fechas posteriores a las décadas de los 60 y 70, que es donde la tesis considera que se efectuaron la mayor cantidad de abusos. Además, no se considera la cifra oscura de las víctimas que por diversos motivos no denuncian.

Así como la tesis llega aquí a enunciados que no cuentan con sustento científico, lo mismo ocurrirá con otras afirmaciones, como, por ejemplo, la condena de la homosexualidad como un desorden psicológico y su vinculación con los casos de pederastia:

«...contrariamente a los que sostienen que no sería un factor relevante, en nuestra opinión, sí podemos concluir que tanto la homosexualidad, como la bisexualidad e incluso la llamada “confusión sexual” —todas incluyen la homosexualidad— expresan un desorden grave de la madurez sexual, desorden que sí fue determinante en la comisión de los abusos de menores».

Consideremos los abusos contra niñas y jovencitas menores de edad que, si bien fueron menores en número que los abusos contra varones menores de edad, también los hubo. ¿Hay que atribuirlo a la heterosexualidad de los abusadores? Siguiendo la misma lógica, ¿hay que condenar también la heterosexualidad —y, por lo tanto, toda actividad y orientación sexual— como lo hicieron los cátaros en la Edad Media?

Según los autores que han estudiado el fenómeno de la homosexualidad en la Iglesia católica, entre el 30% y 50% de los clérigos serían homosexuales y, por consiguiente, la gran mayoría de ellos no habrían cometido abusos sexuales en perjuicio de menores. Y no por ser homosexuales dejan de ser personas normales capaces de la misma madurez humana que las personas heterosexuales.

Pero es aquí donde Erwin realiza un acto de malabarismo intelectual para intentar demostrar que sólo los clérigos homosexuales que rompen su voto de celibato son realmente homosexuales:

«El sacerdote homosexual es quien mantiene relaciones y actos con personas del mismo sexo. Esta es una noción fundamental que, cuando se relativiza o elimina, sólo trae confusión, como sucede en los ejemplos de sacerdotes que dicen: “soy homosexual, pero soy célibe”. Según la doctrina, en términos estrictos un célibe no comete actos sexuales, y aun cuando puede sentir la atracción a personas del mismo sexo, si no comete actos no es homosexual».

¿Según qué doctrina? Parece que según aquella que le sale del forro, pues la doctrina católica no dice eso.

En consecuencia, insistirá en el tema de la homosexualidad cuando intente definir el concepto de pederastia:

«Los informes [de Estados Unidos, Australia, Alemania y Francia], que no toman en cuenta criterios teológicos, sugieren que los abusos podrían haber sido causados por las dificultades que impone en algunos la exigencia del celibato sacerdotal.

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Debido a sus características, el término que mejor describe el fenómeno es la pederastia, que consiste en la actividad homosexual con jóvenes varones de cualquier edad con la intención del placer sexual o de afectos desordenados antinaturales, que es también aplicable al caso de jóvenes adultos que son seducidos por sus autoridades o maestros».

Esteúltimo párrafo, que parece redactado por Cantinflas, suscita algunas preguntas. Los autores de los informes, que tratan un problema que en el fondo poco o nada tiene que ver con fe o religión sino más bien con la psicología, la sociología y la criminología, ¿deben ser también cristianos creyentes o teólogos para poder abordar el problema, sólo porque los abusadores son clérigos? ¿Y los abusos con niñas o jovencitas menores de edad ya no constituyen pederastia? ¿Y tampoco hay que ser necesariamente menor de edad para poder ser víctima de pederastia?

Siguiendo este mismo estilo, cuando intente explicar las causasde la pederastia clerical, nos dará una explicación que no es otra cosa que una verdad de Perogrullo a la legua:

«Según las estadísticas de los informes revisados los abusos de menores no se explican por las patologías de la sexualidad. Como hemos señalado, la pedofilia pudo haber intervenido en el 10% de los caso, y la efebofilia en el 20%. Siendo así, el 70% de los casos, o más, quedarían sin explicación. […] si las causas no fueron las patologías, ¿qué explica la gran mayoría de los casos? En nuestra opinión los abusos fueron provocados por la fuerza de la concupiscencia, inherente a la condición humana como fruto del pecado. En ese sentido, se trata del viejo y conocido pecado de la lujuria, esto es, “el deseo o el goce desordenado del placer venéreo, separado de las finalidades propias del sexo”».

Como si hubiera descubierto la pólvora, Erwin nos dice que los abusos sexuales se deben a la búsqueda desordenada del placer sexual. ¿No se trata de una afirmación de sentido común, que no requiere de demostración y que todos sabemos antes de cualquier estudio o investigación del tema? ¿O acaso buscaban sexo para causarse sufrimiento y dolor? Lo que nunca explica Erwin es por qué ese desorden llevó a algunos clérigos a abusar sexualmente de menores.

Ni siquiera la pretendida Revolución Sexual, que tanto Benedicto XVI como su lamebotas sodálite elevan a la categoría de una crisis de Occidente, explicaría este asunto. Erwin indica que «los elementos señalados que componían la crisis cultural y moral de Occidente provocaron un impacto en la preparación para el sacerdocio, la selección de candidatos, la vida de los clérigos y los religiosos, y la atención a los problemas que luego presentaron». Suponiendo que esos aspectos —no debidamente demostrados— fueran ciertos, explicarían el incumplimiento del voto de celibato por parte de clérigos y religiosos, pero no por qué ese incumplimiento tendría como objeto en algunos casos a menores de edad.

Insistiendo aún más en su perogrullada, Erwin cree encontrar en la falta de dominio personal la razón de los abusos sexuales en la Iglesia católica:

«En el fenómeno de los abusos sexuales de menores se evidencia que el dominio personal de la propia sexualidad jugó un papel determinado. Como hemos analizado con amplitud, con independencia de la inclinación o la atracción sexual, los abusos se producen cuando no hay un control interior de la persona, es decir, un dominio virtuoso que permita manejar racionalmente los impulsos, y no dejarse dominar despóticamente por éstos”.

Con relación a los abusos cometidos por sacerdotes, las estadísticas muestran que allí donde se promovió una libertad sexual sin frenos, y no se cumplía la obligación del celibato, se produjeron más abusos. Particularmente problemáticas fueron las “subculturas homosexuales” que se crearon en las diócesis y en los seminarios, donde varones homosexuales interactuaban sexualmente entre ellos o con gente externa, y que compartían experiencias, comprensiones y significados mutuos». 

Todo esto no explica cómo en instituciones tan conservadoras y tradicionalistas como Los Legionarios de Cristo y el Sodalicio de Vida Cristiana —supuestamente fieles a la doctrina moral católica— haya habido tantos casos de abusos de menores de edad. Ni tampoco explica los abusos sexuales cometidos por clérigos ocurridos en la arquidiócesis de Boston, entonces gobernada por el arzobispo conservador Bernard Law, donde el escándalo de abusos en la Iglesia obtuvo resonancia internacional, gracias a la labor de investigación periodística del Boston Globe. Tampoco explica los casos de abusos ocurridos , debidamente documentados, que ocurrieron en la arquidiócesis de Múnich cuando su arzobispo era Joseph Ratzinger.

Cuando se trata del abuso de poder como causa de los abusos sexuales contra menores, Erwin no duda en relativizar este motivo, como se puede constatar en el siguiente texto:

«El abuso de la potestad de gobierno, de oficio o del cargo consiste en todo acto de violación de la ley eclesiástica realizado por quienes posee legítimamente el cargo o el poder. Para la designación de un oficio se debe cumplir los requisitos exigidos por la ley. El delito sólo es imputable cuando el abuso haya ocurrido durante el desempeño del cargo, y puede consistir en el uso perverso de la autoridad, interviniendo más allá de las competencias o de las normas que el derecho otorga, o imponiéndose arbitrariamente en ámbitos que deben estar regidos por la libertad, usando modos deshonestos. Esta potestad se ejerce en el fuero externo, y nunca puede decidir sobre el fuero de la conciencia, por lo cual se limita la libertad de acción. No se trata de abuso cuando se respetan las normas, que en algunos casos pueden ser exigentes, como es el caso en ciertas instituciones religiosas». 

Se refiere aquí implícitamente al Sodalicio, donde el respeto a normas “exigentes” no habría constituido abuso, considerado como tal sólo por las víctimas que no habrían podido soportar estar sometidos a esas normas, las cuales además afectarían solamente el fuero externo, quedando la conciencia intacta, pudiendo discernir la víctima en ese momento si se trataba de un abuso o no. Que eso no ocurrió así en la realidad a Erwin le importa un bledo.

También relativiza el concepto de vulnerabilidad, distinguiendo entre una vulnerabilidad radical, «que se encuentra en todo ser humano que se abre al influjo de otro», y una vulnerabilidad especial, «cuando la fragilidad proviene de una condición especial (p.e. una enfermedad, una situación temporal, etc.)», señalando que esta última no se aplica en la mayoría de los casos a abusos en perjuicio de mayores de edad. Y sobre la primera vulnerabilidad señala que «es un dato antropológico, aplicable a todos, más aun cuando en la búsqueda de perfección y comunión la persona se deja influenciar por los demás. La vulnerabilidad permite abrirse al amor, y por ello, también a cualquier abuso. En ese sentido la formación de la conciencia es fundamental para evitar ser afectados por una influencia abusiva». 

Dicho de otro modo, como todos somos vulnerables cuando nos abrimos al influjo de otro, la responsabilidad de evitar el abuso recae sobre cada uno de nosotros y no sobre la persona que ejerce el influjo. Se trata de una sutil manera de culpabilizar a la víctima del abuso que pudiera haber sufrido. Señala algo parecido cuando habla del abuso de conciencia: «El abuso también puede darse involuntariamente o puede ser provocado por la propia víctima que busca seguridad y se abandona».

Asimismo cuestiona la constatación hecha por muchos de que el abuso sexual suele darse en una situación de “abuso de poder”, trastocando el significado corriente del término, en un párrafo que, por lo absurdo que resulta, cae en el humorismo involuntario, y que provocaría más de una carcajada, a no ser porque aparentemente el autor de la tesis, dentro de sus limitaciones intelectuales, cree que lo que afirma es verdadero y acertado: 

«...los abusos sexuales se han convertido en un vehículo para cuestionar y confrontar el poder, y eso también sucede en la Iglesia. Una consecuencia de esta lógica idealizada es explicar los abusos sexuales meramente como un abuso de poder. Sin embargo, es necesario especificar de cuál poder se trata, que en este caso es el abuso del poder sexual, que sin duda puede también comprometer otras facetas del poder humano».

En otras palabras, el abuso se debería a la potencia sexual de la que goza el abusador. Creo que no hace falta escribir una tesis para llegar a esta conclusión, y es evidente que cuando se habla de “abuso de poder”, nadie se refiere a esto.

Otra cantinflada de esta tesis es su crítica al papel de los medios en la crisis de abuso sexual en la Iglesia católica:

«Finalmente, no podemos olvidar el poder mediático, es decir, el que ejercen los medios de comunicación, y hoy en día también las redes sociales. Mediante este poder se pueden cometer grandes abusos, destruyendo el buen nombre de los implicados en un caso de abuso, ya sea porque se desacredita al acusador, o se condena al acusado injustamente. No sin razón ha sido llamado el cuarto poder, por el cual se juzga a los implicados en la arena pública tomando partido y adelantando opinión mientras se desarrolla un juicio. Si bien la Iglesia, según sus normas, debe mantener la reserva en los procesos canónicos, se ha visto también como los mismos participantes del proceso utilizan a los medios para promover sus causas y presionar a quienes deben ejercer la justicia». 

La cúpula del Sodalicio

¿Nunca le han dicho a Erwin que la imparcialidad y el evitar adelanto de opinión son características propias de un juez? ¿Y que los medios de comunicación no tienen la obligación de ser imparciales, sino solamente de ser objetivos y rigurosos en la información que proporcionan? ¿Y que si se remiten a sus fuentes de manera profesional, no pueden cometer la falta de adelanto de opinión? ¿Y que tampoco se les puede obligar guardar silencio mientras haya un proceso judicial en curso, lo cual sería flagrante censura? ¿Y que las víctimas de abuso sexual en la Iglesia sólo han logrado obtener justicia cuando sus casos se hicieron públicamente conocidos a través de los medios?

La tesis termina con un alegato de defensa a favor de los acusados de abuso, presentándolos como víctimas de las nuevas estrategias judiciales introducidas por el Papa Francisco para luchar contra el flagelo de la pederastia eclesial:

«...algunos casos vienen siendo procesados mediante procesos extrajudiciales, los cuales ofrecen menos garantías de defensa para el acusado que en un juicio. El recurso al proceso extrajudicial es razonable en situaciones muy evidentes que no ameritan dilatar el proceso, pero es también una ocasión en la que el Ordinario puede cometer un abuso sin brindar todas las garantías para una defensa adecuada. A eso hay que añadir un asunto particularmente complejo y no resuelto: un juez puede imponer el silencio a las partes en algunas cusas, cuando al mismo tiempo se considera que el el acusador no puede ser silenciado, como establece Vos Estis Lux Mundi. Ello deja al acusado en una posición desventajosa respecto del acusador.

Finalmente, un acto de justicia es reparar el daño cometido. Se ha incorporado en el Nuevo Libro Penal el deber de reparación de las víctimas de abuso. Pero nada se dice respecto al deber de reparar el daño que se comete a los indagados, muchas veces lesionados por las acciones de los acusadores o de las autoridades. Varias acusaciones ventiladas en la prensa, que luego fueron probadas falsas, han dañado profundamente a sacerdotes o religiosos acusados. La autoridad tiene el deber de restituir el buen nombre del acusado, más aún si éste ha sido afectado por acciones de la autoridad. Ello, que debería ser una acción regulada por la ley, sólo es posible si la persona dañada exige esa reparación mediante una demanda judicial». 

Después de todo lo señalado, es indudable que esta tesis doctoral elaborada por un cortesano del Sodalicio caído en desgracia pretende proporcionar elementos y herramientas para favorecer a los abusadores, sobre todo a aquellos pertenecientes a esa suprimida sociedad de vida apostólica, que aún buscan mantener en pie la impunidad de que gozaron durante décadas.

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