Jesús en la playa del Tarajal

Esta vez no bajaron corriendo, sino lentamente, con velas, linternas y todo lo que pudiera iluminar una noche tan oscura, sin luna.
Una procesión en silencio, desde los montes hasta la playa del Tarajal. La playa de la muerte. De nuevo cientos de inmigrantes convocados para tener un recuerdo, una oración, un deseo de que una tragedia de este tipo no se vuelva a repetir. Les acompañan miembros de la ONG Caminando Fronteras, Red Interlavapiés, Ferrocarril Clandestino, SOS Racismo, Servicio Jesuita a Migrantes, Asociación sin Papeles, Coordinadora de Barrios, Madres Unidas y muchas otras personas solidarias con sus luchas y esperanzas.
Al llegar a la playa se reunieron en círculo, unidos unos a otros, dándose calor y esperanza. La valla con sus cuchillas asesinas a un lado. El mar abierto al otro. Solo se escuchaban las olas cuando rompían sobre la arena ensangrentada, en medio de los gritos ahogados de la desesperación y la rabia. Pero, en medio de esa calma tensa, se oyó la voz de alguien que les llamó desde una barca situada a tres o cuatro metros de la playa. Asombrados, enmudecidos, dolientes, escucharon atentos sus palabras:
- Esta noche hemos sido convocados por las 15 personas que perdieron la vida al intentar cruzar esta valla infame de muerte. Hoy seguimos denunciando sobre esta tierra sagrada, por la muerte infame de nuestros hermanos, todas las vallas y fronteras que separan, que hieren, que matan a personas deseosas de vivir en un país de acogida, fraterno, donde puedan sobrevivir al hambre, la persecución, la guerra.
- Estas personas que han muerto aplastadas por la indiferencia, oprimidas por el racismo, ahogadas por el pragmatismo, tenían familia, nombres y apellidos: Keita Ibrahim, Blaise Fotchin, Armand Debordo Bakayoko, Yves Martin Bilong, Larios Fotio… Nombramos a los que se han identificado, para hacerlos presentes en esta noche fría de la Europa libre y civilizada, donde pueden circular libremente los capitales, o los inmigrantes ricos, pero no los empobrecidos que estáis aquí, en esta playa, con enorme tristeza y dolor contenido.
- Pero yo os digo a vosotros y a todas las personas solidarias que les acompañáis, protegéis, cuidáis, buscáis papeles o trabajo y denunciáis las injusticias que se cometen contra ellos y ellas:
- Felices seréis si habéis comprendido que la pluralidad, las culturas, la diversidad os enriquece, os hace crecer como personas, os invita a sentiros como hermanos de una sola familia humana.
- Felices sois ya quienes acogéis con profundo respeto y calor a quienes vienen de lejos, de fuera de nuestras fronteras, quienes os acordáis de cuando vuestros abuelos, vuestros padres o vuestros hijos y hermanos hoy han tenido que emigrar a otro país.
- Seréis dichosos si gritáis a toda la sociedad que nadie es extranjero, que ningún lugar es propiedad privada. Porque todos y todas somos ciudadanos, vecinos, compatriotas.
- La dicha se mostrará en vuestros ojos si disfrutáis al ver en el metro, en el autobús, en el parque a tantas personas, de diferentes razas, culturas, religiones, que dan tanto calor y color a la vida.
- Seréis perseguidos, difamados, incomprendidos si defendéis a los inmigrantes ante tantos ataques de racismo, de desprecio, de odio, de indiferencia, de nacionalismo excluyente. Pero la satisfacción y la libertad interior no os la podrá quitar nadie.
- Os invadirá el gozo cuando descubráis que todas las naciones y culturas son el resultado de una mezcla de muchos pueblos que, a lo largo de los siglos, han creado los países de los que hoy formamos parte.
- Os llenaréis de regocijo cuando acudáis presurosos, como esta noche, a las llamadas de quienes defienden los derechos de los inmigrantes, cuando se respeten sus derechos, cuando consigan trabajo, integración, amistad, cercanía.
- Solo seréis felices de verdad si trabajáis por un mundo sin fronteras, por romper prejuicios, por la multiculturalidad, por conocer otras culturas y religiones, por hacer sentirse como en su casa a quienes vienen de lejos, solos, asustados, apenados y les ofrecéis cariño, respeto y solidaridad.
Entonces bajó de la barca, y se integró en el círculo de la fraternidad sin fronteras. Hoy volverán a refugiarse en los montes cercanos. Pero cualquier otro día volverán a intentar saltar la valla de la vergüenza. Porque el Espíritu de la libertad y la dignidad, la santa Ruah, les habita y les da fuerza, esperanza y audacia. Y, ¡ay de quienes no lo entiendan así! Es el inaceptable pecado contra el Espíritu del buen Dios, Padre y Madre de los inmigrantes y de todos los oprimidos de nuestro mundo.
Decenas de personas curiosas, con uniforme o sin él, les miraban ocultos por la oscuridad detrás de la valla. Parte de ellos permanecían indiferentes, otros cumpliendo las órdenes de vigilancia a que les obligaban las autoridades políticas, forzadas a su vez por las inhumanas directrices europeas. Pero muchos otros sentían deslizarse por su rostro las lágrimas que brotaban, culpables y desafiantes a la vez, desde el manantial de su corazón.
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