Otro tipo de poder

El Magníficat es un verdadero canto revolucionario. Pero no nos escandalizamos por este adjetivo. La revolución que propone tanto María como Jesús, es una revolución personal, comunitaria, pero que tiene profunda incidencia social, pues contribuirá a eliminar las estructuras de pecado que existen en todas las sociedades. Algún autor ha comentado que si se aplicaran en el mundo las enseñanzas del Magníficat, otra sería nuestra tierra: más justa, más pacífica, más fraterna.
Quizá el Magníficat sea una de las mejores síntesis del mensaje evangélico. Al igual que las bienaventuranzas, dentro del sermón del Monte, son el programa de vida resumido del mensaje liberador de Jesús.
Este mensaje está teñido de un color especial: el del servicio. Todo lo contario de lo que se proponía en el siglo I de nuestra era, y de lo que se sigue inculcando en todos los ámbitos de nuestro actual siglo XXI. El conquistar poder, disfrutar del poder, acogerse al poder, servirse del poder, oprimir desde el poder, es la práctica habitual que se lleva a cabo en la mayor parte de los países de nuestro mundo. Quien quiera conseguir algo tiene que estar cerca, valerse, congeniar, no enfrentarse, tener amigos cercanos al poder.
Y no solo hablamos del poder político, que es el que denigra y critica todo el mundo (con buena parte de razón en la mayoría de los casos).
El poder se ejerce en muchos ámbitos de la vida, de una manera personal y en lugares privados: profesores, padres y madres, sacerdotes… Pero también en la vida social y pública: los empresarios, las grandes empresas multinacionales, las modernas agencias de calificación con su poder inmenso sobre los países, los bancos que han provocado la actual crisis económica que estamos viviendo en nuestros días…
María veía cómo ejercía el poder el ejército romano invasor de su propia tierra, el dolor que infligía a su pueblo, la opresión, la imposición de su fuerza, el cobro excesivo de impuestos… O el poder religioso de los dirigentes de su pueblo, cómplice en muchos casos de la dominación romana, que excluía y marginaba a quienes no practicaban la Ley mosaica, tal como ellos la presentaban. O el dominio y el poder inmisericorde del hombre sobre la mujer y en la familia, en la sociedad israelita.
María era consciente que esas formas de practicar el poder estaban completamente al margen y en contra de la voluntad de Dios, y ella se había comprometido vitalmente a cumplir la palabra de Yahvé: “Hágase en mí según tu palabra”.
Sabía que su Dios era pura entrega desinteresada, gratuidad absoluta; todo lo contrario al poder empleado de forma egoísta o despótica. Así fue ella y así actuó durante toda su vida: en su familia, en su aldea de Nazaret, junto a sus familiares, en las fiestas a la que fue invitada; y más tarde en los sinsabores de la misión de su hijo Jesús, en el aliento continuo a sus discípulos y seguidores, en el inicio de la primitiva Iglesia…
“Los llamó y les dijo: Sabéis que los jefes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen. Entre vosotros no debe ser así, sino que si alguno de vosotros quiere ser grande, que sea vuestro servidor” (Mc 10,42-43).
Jesús impregnó su espíritu de esta forma de entender el poder. La enseñanza, el ejemplo de María y José, la aceptación de la voluntad de Dios, tanto en su oración personal con el Padre y en su vida diaria de encuentros, que le enseñaban lo que Dios quería, le mostró que lo mismo Él que sus seguidores no debían ser cómplices de ese poder, que va en contra de las relaciones entre las personas, de la libertad auténtica, de lo que nos dignifica o denigra como seres humanos.
Jesús sabía perfectamente que los grandes de la tierra, generalmente, explotan y oprimen a sus pueblos, algo que estaba totalmente en contra de la voluntad de Dios. Por lo tanto, había que trabajar en contra de toda explotación que oprima a los hombres y mujeres. Y en su comunidad de seguidores no podía ser tampoco así. Las relaciones deberían ser de un modo muy distinto, para reencontrar lo mejor de la persona, para mejorar la vida comunitaria, para transformar y armonizar la vida social.

(Del libro La buena noticia de María. El Magníficat hoy. Ed. CCS)
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