De visita en Armenteira

Este pasado fin de semana hemos estado hospedados Marisa y yo en el monasterio de Armenteira (Pontevedra). Hace años que llegamos hasta su puerta con unos amigos, admiramos la belleza de su iglesia y vimos desde fuera el hermoso y único claustro que tiene. Pero gozar de su tranquilidad, de su silencio, de sus anocheceres y sus amanecidas no tiene precio.
La comunidad es reducida en cuanto a miembros, pero acogedora, sencilla, alegre. Y lo transmite desde el primer momento. Sobre todo por medio de Lourdes, la hospedera, que nada más llegar ya te cuenta las normas de la hospedería y te da las llaves, para que te sientas como en casa. Es una navarra dicharachera, abierta, sonriente, que sabe de medicina natural, de cultivos ecológicos y de las distintas cualidades del jabón que elaboran en el monasterio. Entre otras cosas.
Pero con quien había tratado más por email es con la hermana Paula, a quien le he enviado mis poemas y escritos y que, en algunos casos, ella ha compartido con sus hermanas en algunas celebraciones comunitarias, e incluso en la última semana monástica, en la que estaba como ponente y realizó una hermosa, desafiante y profunda comunicación. Con Paula recorrimos la huerta, los cultivos de flores para la elaboración de los jabones, nos explicó que todo lo reciclan y que emplean solo productos ecológicos, que elaboran ellas mismas, charlamos tranquilamente en el sosiego de la tarde en la hospedería…
Armenteira es una comunidad que vive de forma austera, sencilla, confiada y feliz, que comparte lo que es y tiene, que celebra la ternura y el cuidado de Dios y la Vida, que sienten cada día palpitar entre sus manos y en su corazón; que contagia su alegría a quien quiera que se acerque a ellas con la amistad y la fraternidad en el abrazo, la mirada y el corazón.
Pero, sobre todo, este monasterio, que es la comunidad que lo habita, comunica algo que la gente de ciudad no cultivamos, pero que es vital para nuestra salud física, psicológica y espiritual: la serenidad, la paz, el silencio, el diálogo sosegado, la soledad llena de nombres y rostros, la oración, el cultivo de la vida interior.
Y se te mete dentro una inquietud, unas ganas de reforzar en lo posible alguna de estas necesidades vitales, para salir indemnes del maremágnum de nuestra vida cotidiana en una gran ciudad como Madrid. Paula, Lourdes, hermanas y amigas: seguiremos intentándolo. Y, de vez en cuando, tendremos que hacer una pausa para recargar pilas en el monasterio de Armenteira, desde donde fluye un manantial de piedra y de agua permanente. Gracias.

Bienaventuranzas de la Vida interior

Felices quienes no se dejan secuestrar por los cantos de sirena de la sociedad de consumo, pues se sienten libres ante todo desde su interior.

Felices quienes no se afanan por acumular, para poder encontrarse y vivir con entera libertad.

Felices quienes establecen un diálogo cercano, cordial, amistoso y profundo con los demás, dejando que hablen los corazones, los sentimientos.

Felices quienes intentan contemplar y penetrar en su hondón personal, para ser en verdad lo que buscan: ellos mismos.

Felices quienes, desde esa intensa vida interior, se muestran más solidarios con los demás, más cercanos a sus íntimos deseos y esperanzas.

Felices a quienes el desarrollo de la vida interior no les aparta, sino que les encarna en la realidad que les rodea.

Felices quienes cultivan una vida interior con hondas raíces de experiencias, tallos de delicadeza y ternura, hojas llenas de nombres y apellidos, frutos madurados al sol y la lluvia de la amistad y la proximidad.

Felices quienes creen que el fortalecimiento de la vida interior, solo tiene sentido si mejora su forma de ser, su humanidad, en contacto y unión íntima, vital con los demás, con el Misterio y el Manantial de la Vida.

(Bienaventuranzas de la vida. Editorial PPC)
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