150 AÑOS DEL PADRE RUBIO


JOSE MARÍA RUBIO Y EL PAPA FRANCISCO
Hoy celebramos la fiesta del padre Rubio en el año que se cumple el 150 aniversario de su nacimiento. Enterrado en Madrid en el claustro de los jesuitas de Serrano, su sepulcro sigue siendo visitado sistemáticamente por cientos de fieles. Desde que escribí su biografía con motivo de su beatificación y luego la actualicé para su canonización, me ha parecido un personaje fascinante por su sencillez y constituir un canal de energía y gracia de Dios, donde el “yo” desaparecía por completo para ayudar a la gente. Rompió el cliché de jesuita intelectual y brillante, no tenía grandes cualidades de orador, era más bien tímido y humilde, sin embargo llenaba iglesias y atendía a todos con la palabra justa y liberadora.
Este aniversario del nacimiento de san José María Rubio se cumple en un momento crucial para la historia de la Iglesia. Cuando la sede apostólica la ocupa por primera vez un jesuita. Momento providencial, porque confluyen muchos puntos de contacto entre el santo de Dalías y el papa felizmente reinante.
Como José María, Jorge Mario Bergoglio nació en el seno de una familia sencilla. Si los padres del primero eran agricultores rurales, los de Jorge eran simples emigrantes procedentes del Piamonte italiano. Ambos hombres se formaron primero en un seminario diocesano. Ambos vivieron la experiencia de la enfermedad desde muy jóvenes y ambos ingresarían después en la Compañía de Jesús. El argentino lo hizo pronto, antes de ordenarse sacerdote; el andaluz tuvo que esperar a que falleciera su protector Torres Asensio. Pero ambos admiraban desde su juventud la orden que fundó san Ignacio de Loyola.
Sus caminos difieren en la edad madura, cuando Bergoglio, tras ocupar importantes cargos en la orden, vuelve de alguna manera a la diócesis como obispo auxiliar y arzobispo luego de Buenos Aires, mientras que el sacerdote Rubio trabajó en Madrid como cura de pueblo y capellán de las bernardas. Pero vuelven a identificarse en un punto focal que los une indisolublemente: su preocupación por los pobres y marginados de la sociedad. Rubio con los traperos, modistillas y el cinturón ignominioso de Madrid; y el obispo Bergoglio con las Villas Miseria en medio de la represión de la dictadura de Videla.
El padre Rubio, ya jesuita, no ocupará ningún cargo importante, pero brillará “como lámpara encendida” en la sociedad pre-republicana. Bergoglio llega a ser Papa con el nombre de Francisco y un programa pastoral que tiene como centro la figura de Jesucristo y el trabajo en la periferia. Rubio es hoy un santo canonizado que arrastró a la fe en vida, gracias a la irradiación de una fuerza interior, por encima incluso de su carácter tímido y sus limitadas cualidades humanas como predicador. El papa Francisco se sirve de sus extraordinarias dotes de comunicador y experiencia de gobierno, aunque su verdadera fuerza radica en una autenticidad que convence a los fieles y a su peculiar y atractiva “revolución de la ternura”, sólo atribuible a una profunda espiritualidad y una sencillez que convence incluso a los que no creen. Ambos beben sin duda de una misma fuente: la oración y la unión con Jesucristo, que les mueve a “amar y servir”, o en palabras de José María “hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”.
De tal manera que bien se puede afirmar que Francisco tiene, aun sin saberlo, un claro antecedente en su hermano jesuita san José María Rubio. Sus épocas, sus circunstancias históricas son bien diferentes, aunque la tarea de los dos transcurre entre dificultades, la increencia y la soledad misteriosa de convencidos apósteles de Jesucristo. Les une además la espiritualidad ignaciana del “magis”, la entrega total a los hermanos, y una trayectoria de convencidos “contemplativos en la acción”. No hay duda de que el jesuita andaluz ha de “echar una mano” desde el cielo a su compañero argentino en la ardua tarea que tiene por delante, pues ambos comparten con justicia el calificativo de “jesuitas para el pueblo”. O como certeramente los definía el inolvidable padre Pedro Arrupe, verdaderos “hombres para los demás”. Encomendamos pues a nuestro entrañable padre Rubio, cuyos milagros y favores siguen multiplicándose, las intenciones y el ministerio petrino de quien pretende devolver el Evangelio a la calle del siglo XXI y convertir a la Iglesia en una casa alegre y esperanzada para todos.
(Reedición de la biografía puesta al día en Ediciones Paulinas, Madrid, 2014)Ir a Como lámpara encendida: un jesuita para el pueblo.
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