Manolo Unciti, pionero del periodismo eclesial


Querido Manolo:

Seguro que los villancicos del cielo suenan distintos,
como a paz sin medida, donde ya no es necesario buscar la buena voluntad de los hombres porque allí se ha de comprobar que siempre estuvimos sumergidos en un mar de amor aunque no nos dábamos cuenta. Ahora conoces en directo la Navidad del corazón.

Te llevas mucho en tu mochila de sacerdote y periodista. ¿Recuerdas cuando luchábamos juntos por una Iglesia que supiera a Concilio antes del Concilio? Fuiste de los pioneros que intentábamos unir sin adjetivos piadosos la profesionalidad periodística y nuestra opción cristiana y sacerdotal. Tus tiempos en el “Ya” y aquella “Vida Nueva que empezaba a contar sin tapujos la verdad de la Iglesia, sus bondades y sus defectos, con su batalla informativa por ser espejo de la realidad y opinión pública dentro de la comunidad eclesial, como quería ya Pío XII y luego la“Inter mirífica”

Pero de lo que casi nadie recuerda es tu residencia para formar jóvenes periodistas cuando no había facultades en provincias y tenían que venir a Madrid para estudiar en aquellas escuelas, la Oficial y la de la Iglesia. Tu idea era formar profesionales cristianos pero en el sentido amplio del término, es decir coherentes con la verdad, no piadosistas meapilas de los que se sirven del periodismo para sus “bigotes espirituales”. Muchos de aquellos jóvenes ocuparon y ocupan importantes puestos en los medios de comunicación españoles.

Simplemente contar la verdad y no deformarla con intereses espúreos era para tí hacer la “Gaudium et spes” de cada día o cada semana. ¿Recuerdas cuando soñamos con un semanario con ese estilo? Creo que se llamaba “Mañana”. Hiciste un número cero. No salió, pero a la larga te cobijaste en 21rs y su apertura como tantos otros, cuando una censura impuesta desde dentro nos amenazaba durante la involución eclesial. Tus últimas columnas lo atestiguan, así como tu larga trayectoria en el periodismo sobre la misión y los misioneros. O tus libros sobre el Tercer Mundo y tu famosa “Teología en vaqueros”.
También como vasco. Recuerdo en mis tiempos de redactor-jefe y luego director de “Vida Nueva” que cuando necesitábamos un artículo fundado o un informe certero sobre ETA o la Iglesia vasca acudíamos a tí, porque escribías con un sereno equilibrio de amor a tu tierra y justicia social siempre en contra de la violencia.

Junto a otros periodistas sacerdotes como Javierre, Martín Descalzo, Llanos, Bernardino M. Hernando, Joaquín L, Ortega, Lamberto Echeverría, etc, algunos ya desaparecidos, hiciste posible que los lectores católicos alcanzaran un madurez crítica y se enteraran de aquel amanecer del Vaticano II. Luego sufriste como no podía ser menos ante el cerrojazo de las libertades. Y espero que te hayas ido con el buen sabor de boca a Francisco y el renacer del diálogo y el sabor a Evangelio.

No olvidaré nunca un noche que me invitaste a cenar a tu casa para que te narrara personalmente las vicisitudes que vivimos todo el equipo de redacción entonces a raíz del giro obligado en “Vida Nueva”. En aquellos momentos dolorosos encontré a un amigo y un hermano que me dijo: “No te preocupes. Sólo hay que esperar. La Historia pone todo en su sitio”. Y así ha sido.

Yo me alegro, Manolo, de eso: de que tú estás ya para siempre en donde tales miserias y tensiones, un tanto infantiles, con las que nos enfrentamos los humanos, también en la Iglesia, no existen porque todo es luz. Ahora, Manolo, estás ahí, en tu sitio.
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