Viva la libertà

En pleno desprestigio de la clase política, Viva la libertad es un alegato irónico contra el deterioro de ésta, y una reflexión evocadora sobre la doble cara de todo ser humano, la autenticidad y la mentira.
Si en algún mundo reina sin cortapisas la falsedad y el engaño, la corrupción y la imagen manipulada, es en el de los partidos políticos y las esferas del poder, como se pone de manifiesto en los informativos de cada día. Roberto Andò, de formación literaria, amigo de Leonardo Sciascia, su mentor, y luego ayudante de dirección de algunos grandes, como Francesco Rosi, Giacomo Battiato, Federico Fellini (E la nave va), Michael Cimino (Il Siciliano), Francis Ford Coppola (El Padrino parte III), ha tenido varias incursiones en la novela y el teatro. Entre sus films, El manuscrito del Principe (1999), La stanza, Anniversario di Harold Pinter (2001), y Sotto falso nome (2002), con Daniel Auteuil.
El film nos sitúa en el actual descalabro político italiano, donde Enrico Oliveri, secretario general del principal partido de la oposición, saturado y cercado por sus colaboradores ante los repetidos fracasos, decide quitarse de en medio y ocultarse en París en casa de una actriz francesa su antigua amante, ahora casada. Su desesperado asistente, Valerio Mastandrea, para salir del apuro y el caos que amenaza al partido, toma la decisión de sustituirlo por Giovanni Ermani su gemelo, un filósofo bipolar, excéntrico y humanista, recién salido del psiquiátrico y que hace veinte años que no se relaciona con su hermano. Mientras Enrico intenta recuperar la serenidad y el gusto por la vida en la cotidiana vida parisina, Giovanni cosecha éxitos con sus genialidades rupturistas en mítines y declaraciones. De modo que la locura del filósofo sonriente, y hasta un poco idiota, resulta más eficaz que los métodos manidos y carentes de credibilidad del político real.
La historia, basada en una novela del propio realizador, pese a la aparente simplicidad del argumento –el juego de los hermanos gemelos opuestos- cobra en la pantalla cierta magia y fuerza por el estilo sugerente de la realización y, sobre todo, por la admirable interpretación de Toni Servilo, protagonista de la reciente La gran belleza, que borda aquí con maestría el doble papel. De manera que hasta parece otro actor cuando pasa del desinhibido Giovanni al contraído y serio Enrico. El cambio no sólo descalabra el rol de la política, sino también el de la vida. Tanto la esposa Anna, como la amante Danielle revisan sus trayectorias y redescubren nuevos mundos. A ello contribuyen escenas de humor surrealistas, lejanas tanto del panfleto fácil como de la comedia burda, por ejemplo el baile con la canciller alemana, un trasunto de Angela Merkel.
Pero sobre todo Viva la libertad, profusamente premiada, y sin duda beneficiada por el oportunismo de la situación que vivimos, pone el dedo en la llaga del engaño y la frustración que sufre el electorado ante sus representantes políticos. Hemos llegado a tal extremo de falta de credibilidad que, con tal de oír algo nuevo que suene a auténtico, nos llega a convencer más una propuesta humanista iluminada, incluso un poco loca y una sonrisa, que cualquier dosis de terrible realismo, que suena casi siempre a engaño, con que nos tienen machacados.
Para Andò Giovanni, a diferencia de su hermano, dedicado a la política, es una persona que traduce el pensamiento complejo en palabras sencillas. En este sentido, señala que el hombre de cultura para el político hoy en día es "un animal inútil". Pues el hombre de cultura auténtico es el que consigue "convertir en algo comprensible lo complejo, cosa que no hace el político, que tiene un pensamiento corrupto: no puede decir la verdad y tampoco afirmarla con complejidad". Salvando los abismos, es algo de lo que está sucediendo en la Iglesia católica con el “fenómeno Francisco”.
Por ello el realizador se pone al lado del filósofo frente a los discursos de los políticos, que se limitan a proferir anuncios. “Giovanni se lo toma como un juego, porque tiene pasión por la verdad y quiere comunicar, y no puedes ser un político si no quieres entrar en contacto con los demás", afirma el director.
La idea es genial, el guion y la realización más que aceptables, pero la parábola se queda algo truncada,
como sin desarrollar del todo, sin profundizar en ese juego de verdad y mentira, esa doble personalidad auténtica y ficticia que llevamos todos dentro. Andó solapa este defecto con sus claroscuros, sus elocuentes primeros planos psicológicos del doble personaje y por esa manera de dejar abiertas las secuencias, como sin querer explicarlo todo. Pero, aun siendo un valioso film, sobre todo original en su idea y atractivo en su lenguaje, deja una sensación de inconcluso en su reflexión sobre el tema central. Pues ni Enrico ni Giovanni pueden quedarse en estereotipos, sin ser analizados en toda su complejidad ni llevados a sus últimas consecuencias.
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