La frambuesa


Diminuta, coqueta, áspera y dulce, aterciopelada, casi escondida en el bosque, hermana distinguida de la zarzamora, la frambuesa seduce desde el silencio de su encarnada timidez y lo más escondido del bosque. Se vende cara, en cajitas de exquisitez, y aromatiza el frutero selecto, aunque en el campo casi pasa inadvertida al apresurado caminante que no la busca. Como las mejores esencias de la vida, que no llaman la atención, tiene un sabor intenso, indefinible, a presencia y perennidad.

Es la “perla preciosa” de la naturaleza y el “tesoro escondido” del huerto. Cuando me sirven frambuesas, pido por favor que no la adulteren con azúcar o zumo, porque me recuerda el sabor agridulce del tiempo presente, su inquietud y su alegría, su variedad inefable de aromas y sensaciones. Como una muchacha tímida, que guardara sus secretos para un imposible príncipe lejano y silencioso, capaz de comprender y saborear toda su perfección. Es verdad que cada flor y cada fruto reza de una manera distinta, pero la frambuesa lo hace desde la esquina en sombra del hermoso templo del universo. -

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