Pobres y pobreza - II: Jesús protege a sus discípulos y ruega por ellos.

Continuando el artículo anterior sobre Mateo 25, 31 resulta espontánea la interpretación del discurso de Jesús como educativo y para prevención de riesgos. Basta relacionar otros pasajes y sentencias. Entre ellos: «Quien a vosotros oiga a mí me oye, quien a vosotros desprecie a mí me desprecia». (Mt 28, 10; Lc 10, 16) ¿Vosotros? ¿Qué vosotros? Indiscutiblemente, los discípulos, los Apóstoles que difundirían lo aprendido directamente de la boca del Maestro. De donde debe entenderse que no es fiel al Evangelio lo que no se ajuste a lo que nos enseñó la tradición, como San Pablo nos advertía: “Guardad las tradiciones que os hemos transmitido." (2 Tes 2, 15 y 1 Cor 11, 2; Col 2, 8). No otras tradiciones sino las transmitidas por los Apóstoles.

Con respecto a la salvaguarda de la vida hay en este capítulo de San Mateo muy serias consignas que guardar y anécdotas que analizar. Primero, que no debemos arriesgarla imprudentemente. Así miremos, por ejemplo, la noche del prendimiento en el olivar de San Marcos. Jesús no duda en comprometerse ante los guardias del Sanedrín por librar a sus discípulos: «Dejad marchar a estos.» (Juan 18, 8). «Estos» eran, por supuesto, los que estaban con Él y no otros cualesquiera que estuvieran bebiendo cerveza en una cantina. Es lo consecuente con este otro ejemplo: «Cuando herís al más pequeño de los míos me herís a mí.» (Lc 19, 27). O este otro: «Cualquiera que os diere un vaso de agua fresca en razón de que sois mis discípulos, no perderá su paga, os lo aseguro.» (Mc 9, 41) Igualmente para reacciones contrarias cuando Jesús les manda que de los lugares donde no fueran bien recibidos se sacudieran el polvo de las sandalias, es decir, se marcharan. (Mt 10, 14).

Para el sentido común está claro que lo que Jesús hacía era proteger a los que predicarían su Evangelio errantes y forasteros por todos los caminos. Es como si avisara: "¡Cuidado! A ver cómo os portáis con estos mis hermanos a los que he encargado os comuniquen mi enseñanza”. Es la interpretación que siempre se enseñó... y ahora se tiñe con otras tintas.

Pero, ya metidos en esto no dejaremos otros signos de interés adheridos al objeto. El más evidente, que la Iglesia que nacía debería preocuparse por sus apóstoles. Es lo que está ordenando Jesús con premio de ser Él mismo quien lo agradecerá, o con castigo de ignorar al que se despreocupe. Así se practicó con verdadero gusto en las iglesias, desde el siglo I, cuyos hogares abrían sus puertas a cualquier misionero que les hablase de Jesús. Es la razón del respeto y cariño de que ha gozado nuestro clero hasta apenas cinco o séis décadas. Especialmente por Mateo 25, 40, los cristianos sabían que en los discípulos de Jesús recibían al mismo Cristo. El apóstol peregrino, cansado, hambriento, enfermo o desnudo; el encarcelado por negar los ídolos o porque se separaba de la sinagoga, por mandato de Jesús pasó a ser acreedor de todos nuestros cuidados. Apoyo básico para que el Evangelio se predicara. Quienes quieran leer otra cosa por fuerza han de manipular los textos canónicos.

Prudencia y mansedumbre.- Así comprendemos la insistencia de Jesús para que huyeran de contiendas y provocaciones. Por cierto, quien hacía este discurso es el mismo que deseaba que ardiera la tierra con su Evangelio (Lc 12, 49); o el que se quejaba de quienes se apuntaban a una mansedumbre ridícula, borrando que vino a traer división por su doctrina (Lc 12, 51-52), y profetizó llegaría el momento en que los justos vendieran hasta el manto para comprarse una espada. (Lc 22, 36).

Pero, en aquella ahora que estamos contemplando, y para las situaciones que se apuntan, las instrucciones son las concretas y debidas para asegurar el trabajo. Jesús les pide prudencia y mansedumbre para que no sea abortada la difusión de su doctrina, consciente de los momentos que seguirán, de confirmada violencia. Se comprende que en Getsemaní, cuando un San Pedro inesperado desenvainó su espada y cortó una oreja a un soldado del Sanedrín, Jesús le reprendiera: «Guarda tu espada porque los que empuñan espada, por espada perecerán.» (Mt 26, 52; Mc 14, 47)

Según yo lo veo, todo resalta el cuidado extremo de Jesús en la misión que le había encomendado el Padre: «He velado por ellos y ninguno se ha perdido salvo el hijo de perdición.» (Jn 17, 12). Se comprenden los “oísteis” del capítulo cinco de San Mateo, por ejemplo aquel: «amad a vuestros enemigos, prestad sin esperar recompensa y seréis hijos del Altísimo que es bueno con los ingratos y los perversos.» (Mt 5, 43) Por desgracia esto se tergiversa hasta la idiotez en el sentido de que aceptemos por buena la ingratitud y la perversidad. Lo mismo diremos de que si Dios hace salir el sol para buenos y malos no implica que nosotros aceptemos lo malo como premiado por Él. No por disfrutar de la misma autopista es el conductor borracho igual al sobrio. Las interpretaciones de aprobación son una ofensa a la justicia de Dios. Más terminante es el consejo: “(...) si alguien os abofetea en la mejilla derecha presentadle también la otra.» (Mt 5, 39) Es curioso esto de la mejilla derecha que indica que el agresor era zurdo, esto es, judío. Lo cual induce a observaciones muy atrevidas.

También las negaciones de San Pedro. Por mucho que le doliese al impulsivo Simón bar Jonás, es de cajón que tuvo que hacerlas por la situación crucial en que se encontraba. (Mt 26, 69) De haberse identificado, probablemente habría sido muerto por los soldados. Es curioso, y ahora oportuno señalarlo, que a la puerta del palacio de Caifás le dejaron entrar portando la espada que ya había usado en el huerto de los olivos. (Lc 22, 54; Jn 18, 15). Lo cual contradice las versiones progres de que San Pedro era un donnadie.

Todos estos pasajes indican que la parábola llamada “juicio de las naciones” no busca hacer piruetas ecuménicas ni humanitarismos indiscriminados con la “pólvora del rey”. Es lo que se remacha en todo el capítulo 25, que antecede la parábola con otras dos: la de las vírgenes necias y la de los talentos, ambas muy poco "caritativas".

El próximo artículo: “Pobres y pobreza (III): Babilonia y los pobres por amor a Dios."
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