¿Es posible una vida religiosa más feliz? (I)

PUBLICADO EN la revista CONFER, V. 48, Julio-Diciembre2009, 629-672,

GUIÓN

A qué llamamos felicidad.
Qué nos dificulta encontrar, con sabiduría, felicidad.
Transitar algunos senderos de felicidad.
El camino del amor
El camino de la consciencia
El camino hacia la profundidad
El camino de la aceptación
El camino del presente
El camino del “control” de la mente y saber soltar tensiones innecesarias
El camino del cuerpo
El camino del sentido del humor
El camino del perdón
El camino de la solidaridad-religación fundamental
El camino del sentido del humor
El camino del cuidado.
El camino de vivir con sentido y con proyecto
El camino de saber integrar el dolor y la muerte.
4. Un Jesús feliz nos muestra sus caminos de felicidad.

¿ES POSIBLE UNA VIDA RELIGIOSA MÁS FELIZ? [1]

En este camino de intentar aportar modestamente, desde la Psicología, algunas ayudas a la vida religiosa, me había propuesto abordar un tema amplio que formulé así: hacia una espiritualidad de la vida religiosa más sana y más evangélica.

En mi opinión, urge sistematizar el necesario éxodo de una espiritualidad hasta ahora aún dominante hacia otra capaz de dialogar con el nuevo paradigma cultural en el que nos encontramos y, por tanto, más evangélica.


De un modo sintético y sin matizaciones formulo así este éxodo:

SALIR de una espiritualidad: Para TRANSITAR hacia una espiritualidad:

· Dualista
· Patriarcal
· Individualista
· Necrófila: centrada en el Sufrimiento y el dolor
· De las virtudes y la búsqueda de la perfección.
· Integradora
· De la igualdad en la diferencia
· Holística.
· Capaz de integrar el placer y la felicidad como signos del Reino.
· Mística del seguimiento de Jesús.

Cuando me puse a pensar en ello, caí en la cuenta de que, por un lado, abarcar todo este éxodo desbordaba las posibilidades de un solo artículo y, por otro, algunos de estos éxodos los he abordado y desarrollado en otros lugares[2]. Por esta razón he decidido centrar mi aportación en uno de los “éxodos” que estimo fundamentales y que formulo así: cómo pasar de una espiritualidad más centrada en el sufrimiento y el dolor a una espiritualidad que integra la búsqueda de felicidad como un signo del Reino.

Sin duda, en esta decisión ha influido, entre otras, la experiencia de una religiosa a la que he acompañado en un serio proceso de discernimiento en el que se planteaba si continuaba o en la vida religiosa. Me contó cómo cuando fue a comunicar al sacerdote encargado de tramitar su exclaustración cuál era su situación diciéndole: “en estos momentos mí la vida religiosa se ha convertido para mi en un lugar de sufrimiento y muerte”, él le contestó: “a eso hemos venido, hermana, a sufrir y morir por Cristo”. Me decía cómo desde su perplejidad logró contestarle: “a eso habrá venido Vd.; yo he venido a ser feliz en el seguimiento de Jesús y no lo soy”.

Ésta no es una anécdota aislada, sino una constatación largamente avalada en mi experiencia de acompañamiento a personas y comunidades. Tenemos que reconocer que en el proyecto de vida, los ideales y la formación de la vida religiosa no entraba como objetivo – al menos explícitamente – la búsqueda de felicidad como meta a conseguir. Era algo que se “daba por supuesto” pero que no entraba entre los ejes vertebradores de la opción por la vida religiosa. Curiosamente, preguntar a alguien por el estado de su vocación, sobre todo en las etapas iniciales de formación, no incluía el preguntarle si se sentía bien físicamente, psicológicamente, afectivamente, sexualmente, relacionalmente, institucionalmente, etc.

Si esto era (¿y sigue siendo?) así, no puedo dejar de preguntarme: ¿es quizás porque este concepto está muy vinculado a un modo individualista y burgués de vivir?, ¿se podría y puede deber a una concepción más dolorista, y en algunos casos masoquista, de la espiritualidad cristiana y, por tanto, de la espiritualidad de la vida religiosa? ¿acaso no se ha trabajado más una espiritualidad “de la renuncia” que una espiritualidad “del don”? ¿acaso no se ha identificado “espiritualidad” con aquello que está más allá de los límites de las necesidades básicas humanas, a las que de un modo u otro – muchas veces incluso en nombre de una supuesta madurez personal – se las ha silenciado, ignorado, dejando a la persona librar ella sola estas “batallas”?.

Pienso en el contenido explícito e implícito de muchos textos de las Órdenes, Congregaciones Religiosas y Sociedades de Vida Apostólica que constituyen la senda por la que caminan l@s consagrad@s. Sería interesante analizar con qué frecuencia aparecen en su articulado expresiones que indiquen que el objetivo del seguimiento evangélico a la luz de un determinado carisma es, sencillamente, la realización del sueño de Dios sobre los hombres y mujeres: descubrir y cultivar la llamada a la felicidad que constituye el seguimiento de Jesús y que se despliega y desarrolla en la medida en que el/la consagrad@ encarne y crezca en una espiritualidad de felicidad.

Te invito a que en estos momentos leas el primer Capítulo de tu Regla de Vida o de tus Constituciones, el que sintetiza la “Identidad” ¿puedes decir cuántas veces nombra la “felicidad personal” como objetivo del Proyecto que desarrolla en los diferentes Capítulos?

Si la menciona ¿con qué connotaciones?

Si no la tiene en cuenta ¿dónde pone el acento del Proyecto de Vida que se propone?

Por esto llevo tiempo repensando cómo incorporar a la espiritualidad cristiana y por tanto, también, de un modo aún más urgente a la espiritualidad de la vida religiosa, el cuerpo, la sexualidad, el placer, la felicidad… no como absolutos, por supuesto, sino como realidades humanas ineludibles, como experiencias a vivir en coherencia con la fe cristiana, con la vocación religiosa, en diálogo con una nueva antropología y más ampliamente con la cultura actual.

Hablar de una “espiritualidad” que integra la búsqueda de la felicidad como signo del Reino requiere una primera aproximación al concepto de espiritualidad.

I. QUÉ ENTENDEMOS POR ESPIRITUALIDAD

La “espiritualidad” se ha puesto de moda. Basta buscar en Google este concepto[3] y echar una mirada a la literatura religiosa, psicológica, esotérica, etc. para darnos cuenta del aluvión de literatura que hay sobre ella y, por tanto, de la diversidad de significados que esconde[4].

La búsqueda de espiritualidad es, sin duda, un “signo de nuestro tiempo” puesto de relieve por muchos sociólogos, psicólogos, teólogos[5].

Son muchas las lecturas que podemos hacer de este hecho. Por un lado, es una buena noticia que se haga visible cómo al ser humano no le basta con tener cubiertas sus necesidades básicas para ser feliz, sino que necesita “algo más” que no siempre acierta a nombrar. Me alegra verificar que en el corazón de nuestra sociedad consumista, materialista, utilitarista que nos lleva a valorar lo vistoso, rentable, útil… se hace patente la sed espiritual. Es cierto que no es un movimiento mayoritario y que aún son minorías las voces que nos alertan de que además de la crisis económica estamos insertos en una crisis, no menos fuerte y peligrosa, de valores, de sentido, en una crisis cultural y espiritual.

Pero por desgracia también nuestro sistema capitalista está convirtiendo esta sed en un negocio muy rentable, en un lugar para sacar beneficios, una comercialización de la misma, en un lugar para cultivar nuestro narcisismo y para adormecernos ante los graves retos que tenemos que afrontar en este momento histórico. No es una novedad este mecanismo perverso mercantilista. Por eso es bueno alertarnos y preguntarnos: qué entendemos por espiritualidad y de qué espiritualidad hablamos.

1.1. Concepto de espiritualidad

Soy consciente de las dificultades con las que se encuentra, aún hoy, la reflexión teológica para precisar sus posibles significados[6]. No es el objetivo de estas páginas hacer un análisis exhaustivo del término[7], sino explicitar por cuál de sus múltiples acepciones me decanto en este momento.

Lo que sí constato es que en parte de nuestra sociedad y de algunas comunidades cristianas y religiosas, la palabra “espiritualidad” sigue contaminada por el dualismo y, con mucha frecuencia, se utiliza para expresar lo contrapuesto a lo material, corporal, temporal, terreno. Porque, queramos o no, en el universo simbólico de nuestro pueblo, la palabra “espíritu” sigue siendo algo contrapuesto a “materia” y la identificación de espiritualidad con inmaterialidad sigue vigente aún en muchas mentes.

En los cursos que imparto a religios@s y laic@s sobre espiritualidad, suelo comenzar invitando a una lluvia de ideas en torno a lo que les sugiere esta palabra. Me sigue sorprendiendo lo poco que, de hecho, cambia el universo simbólico de significados: un bloque de contenidos se sitúa en esta línea de identificar lo "espiritual" con lo “no material”, lo “no carnal”, el “no disfrute de la vida”, lo “no temporal”; y otro bloque hace referencia al mundo de la oración, la meditación, la celebración, lo que tiene que ver con "lo religioso", con "lo de Dios".

”Ser espiritual”, para mucha gente, sigue siendo la renuncia al goce y disfrute de la vida, del cuerpo, del sexo, del placer. Es dedicarse a las cosas “divinas” como la oración pero no a la política y a la economía, ni a la cultura, ni a las cosas cotidianas como hacer la comida, limpiar la casa, ni a la lucha por la supervivencia, ni al esfuerzo por transformar este mundo, ni a la búsqueda de felicidad y el descanso necesario. Todo esto son cosas muy humanas, no espirituales.

Ya desde hace años, José María Castillo ha puesto el dedo en la llaga denunciando este problema: "Lo más entrañablemente humano resulta ajeno a la espiritualidad. Por esto adentrarse por los caminos de la espiritualidad significaría renunciar a algo esencial a sí mismo y, por tanto, irrenunciable. Las personas quieren ser felices y tienen derecho a serlo. Una espiritualidad que entra en conflicto con una aspiración tan profundamente humana está llamada al fracaso”[8].

Para verificar esto que digo te sugiero que contestes tú mism@, o incluso que hagas una breve encuesta en tu comunidad preguntándoles: ¿Qué contestarías a quien te pregunte sobre cómo va “tu vida espiritual”?. O esta otra: ¿que es para ti cultivar la “vida espiritual”?.

En el mundo cultural semita, como sabemos por la Biblia, "espíritu"[9] no se opone a materia ni a cuerpo, sino a maldad, carne, muerte (la fragilidad de lo que está destinado a la muerte), a ley (imposición, miedo, castigo).

"En este contexto semántico, "espíritu" significa vida, construcción, fuerza, acción, libertad. El espíritu (la "Ruah") no es algo que está fuera de la materia, sino que está dentro, que habita la materia, el cuerpo, la realidad y les da vida, les hace ser lo que son, los llena de fuerza, los mueve, impulsa, los lanza al crecimiento y a la creatividad en un ímpetu de libertad"[10]. Es como el hálito de la respiración.

El espíritu no es otra vida sino lo mejor de la vida. Algo es espiritual por la presencia que en sí tenga de espíritu.

Según lo dicho, podríamos decir que "el espíritu de una persona es lo más hondo de su propio ser: sus motivaciones últimas, su ideal, su utopía, su pasión, la mística por la que vive y lucha y con la cual contagia a los demás”[11].

Entendido así, el espíritu es la dimensión de más profunda calidad que el ser humano tiene[12]. Podemos, por tanto, entender la espiritualidad de una persona o de una determinada realidad como su carácter, como el hecho de vivir o de acontecer con espíritu, sea el que sea. Su espiritualidad será la talla de su propia humanidad.

El espíritu (la espiritualidad) de una persona, comunidad y/o pueblo es, en esta acepción "macroecuménica" – como frecuentemente la llama Pedro Casaldáliga – su motivación de vida, su talante, la inspiración de su actividad, de su utopía, de sus causas. Enrique Martínez Lozano, en un libro publicado recientemente, define la espiritualidad en esta misma línea como “la dimensión de profundidad de todo lo real… el Misterio que Somos y Es”[13].

Si entendemos, por tanto, que "espiritualidad es el espíritu, el talante, con que se afronta lo real, la historia en que vivimos con toda su complejidad, se podrá entonces hablar de qué espíritu es adecuado y de cuál no lo es en cada momento de la historia, pero cualquiera de ellos está remitido a lo real para confrontarse con ello y para decidir qué hacer de ello"[14].

En esta concepción, preguntarnos qué espiritualidad tenemos, significa preguntarnos qué espíritu nos mueve en nuestro acontecer cotidiano, con qué talante afrontamos lo real, desde qué dimensión de profundidad vivimos el aquí y ahora de nuestra historia. Por supuesto que tiene que ver con cómo cultivamos el silencio, la meditación, la contemplación…, pero igualmente con cómo y desde dónde afrontamos la vida social y cívica, nuestros compromisos sociopolíticos, con qué uso hacemos del dinero y del tiempo, por la seriedad y honradez en el trabajo, por nuestros modos de relacionarnos, por los caminos por los que buscamos ser felices, por cómo afrontamos el dolor y la muerte, por el modo de vivir nuestra vida cotidiana...

En este sentido, para discernir si nuestra espiritualidad es cristiana o no lo es tenemos que preguntarnos, no por nuestro concepto de espiritualidad, sino por el hecho real de si nos dejamos mover, re-hacer nuestras vidas y estructuras familiares, comunitarias, institucionales… por el Espíritu de Jesús o por otros espíritus y si somos capaces de vivir con fidelidad creativa o a su Espíritu y a nuestro mundo.

Una vez clarificado el concepto de espiritualidad con el que me muevo, las preguntas a las que en este artículo intento contestar son:

¿es posible una “espiritualidad evangélica” de la felicidad?, es decir,

¿podemos vivir y afrontar la realidad como buscadores de una felicidad sana, sabia, solidaria, en diálogo con nuestra cultura y al tiempo profundamente evangélica?;

¿es posible que la búsqueda de felicidad personal, comunitaria, social forme parte explícitamente de las utopías, proyectos, valores, planes de formación, Capítulos Generales, Asambleas… de la vida religiosa?.

Yo creo que sí y de alguna manera ya va siendo verdad tanto en algunos grupos cristianos como en órdenes y congregaciones religiosas.

Voy sólo a intentar esbozar algunas pistas y senderos por los que buscar felicidad que sean capaces de ser acogidos y transitables por nuestros contemporáneos o que al menos podamos dialogar sobre ellos y que, al tiempo sean coherentes con la propuesta evangélica de felicidad. En esa dirección quiere ir, modestamente, esta aportación.
Volver arriba