ESTATUTO ONTOLÓGICO, ÉTICO Y TEOLÓGICO DEL EMBRIÓN HUMANO

Un tema tan delicado y polémico como es éste, la sensatez nos dice que es necesario estar  abiertos al diálogo para escuchar a todos y respetar las distintas opiniones, incluso debatirlas con razones científicas, antropológicas, filosóficas, teológicas, éticas y jurídicas, superando prejuicios, posturas estrechas, dogmáticas y fundamentalistas, con una actitud, efectivamente, siempre a favor de la vida.

Comienzo con un símil: ¿El hueso de un dátil es una palmera?  El hueso de un dátil tiene posibilidad de ser palmera, pero no es palmera. Esa posibilidad necesita de otras condiciones externas. Para que surja una palmera se requiere: primero, el hueso de un dátil (factor genético), y segundo, el medio o interacción con el ambiente (factor extragenético): tierra húmeda, nutrientes, clima... Este hueso en los países nórdicos nunca germinaría.

 El embrión –cigoto- que resulta de la fecundación del óvulo o gameto femenino por el espermatozoide o gameto masculino, necesita del elemento hormonal en la cavidad del endometrio (membrana mucosa que tapiza la cavidad uterina).

 El proceso de desarrollo del embrión es dinámico. Interviene la interacción de los genes, contenidos en los gametos masculino y femenino, con factores del medio intracelular, pero también el entorno externo al embrión, como es el cuerpo de la madre[i]. Tanto los genes, como el medio, que es el elemento hormonal del endometrio, son necesarios para que se autoconstituya un ser viviente.

 En el desarrollo del embrión intervienen, por lo tanto, factores genéticos y extragenéticos en los que se dan interacciones moleculares. Por ejemplo, cigotos colocados en madres normales, aun siendo idénticos en su constitución genética, pueden desarrollarse en fenotipos diferentes [ii].

 El criterio fundamental para definir, incluso, la valoración ética de importantes actividades biomédicas,es conocer cuándo se inicia la vida como persona humana. Es decir, si el cigoto, y en general  el embrión preimplantado, es un individuo humano o simplemente es un conglomerado de células.

 En primer lugar, hay que señalar que el proceso de fecundación no es un  hecho instantáneo, sino que la unión del complemento cromosómico de las células germinales masculina y femenina dura varias horas. La fecundación  acontece en las trompas de Falopio y el óvulo fecundado –convertido en embrión- comienza a avanzar lentamente por las mismas en un proceso que dura 3 ó 4 días. Finalmente penetra en el útero en cuyo interior queda libre durante 2 ó 3 días más. Una semana después de la fecundación, en la fase biológica de blastocito, el embrión comienza a emitir unas pequeñas raicillas, con las que anida o se implanta en el endometrio. El proceso de anidación o implantación finaliza 13 ó 14 días después de la fecundación [iii].

Para aclararnos en cuanto a la terminología, es preciso recordar que se denomina “embrión” al conjunto de células desde la fecundación hasta que termina la organogénesis (formación de los distintos órganos), esto es, al tercer mes [iv]. Durante la primera fase (1ª semana) el embrión recibe el nombre de cigoto. Y a partir de la 2ª semana se le denomina blastocito, que es cuando comienza la organogénesis. Ésta termina, como decíamos, al tercer mes y a partir de ahí se denomina “feto”.

 Asimismo, también hay que recordar que el embrión tiene un “código embrionario” que está formado, no sólo por el ADN (molécula responsable de la información genética) sino también por la interacción de otros elementos  que se extienden al organismo como a un todo[v].

Para el desarrollo de un nuevo individuo, no solamente se requiere su genoma completo, que se encuentra en cada una de las células del embrión y contiene la totalidad de la información genética almacenada en el ADN de las células, sino que se requiere también una serie de interacciones de las células entre sí y con el medio en el que están inmersas, lo cual va a dar lugar a una información genética emergente, necesaria para que el nuevo organismo pueda autoorganizarse y desarrollarse hacia el estado embrionario, fetal y después ya como persona adulta [vi].

 Muchos expertos de la medicina embriológica afirman que el momento de la implantación en el útero es de necesaria valoración biológica, pues anterior a él, el desarrollo embriológico se mueve en la incertidumbre, y con él, se inicia la gestación y se puede comprobar la realidad biológica que es el embrión.

 El embrión no permanece siempre exactamente el mismo, no es una realidad acabada, con poder propio y autónomo para desarrollarse y lograr la condición de persona, sino que experimenta discontinuidades en su desarrollo, pues puede seccionarse e incluso eliminar naturalmente células resultantes de la fusión de gametos femenino y masculino[vii], de ahí que haya abortos naturales en la fase embrionaria. En este sentido, Alonso Bedate subraya que la incipiente realidad humana, es decir, el embrión, tiene lo “necesario”, pero no lo “suficiente”, para dar origen al niño que nacerá.

 Más aún, según el nicho endometrial donde se coloque,  el cigoto  puede derivar en fenotipos diferentes [viii]. ¿Puede llamársele, entonces,”ser humano”, cuando todavía le falta el otro  elemento sin el cual no tendría vida ni identidad? Esto nos indica que hay una insuficiencia constitucional del embrión, cuyo desarrollo va a depender de la interacción con el medio. En este sentido, retomando lo que decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mis circunstancias”, podríamos decir que “yo soy mis genes y toda la interacción de los mismos en el ambiente” [ix]. De hecho, por ejemplo, se pueden clonar los genes, pero no el desarrollo embrionario.

 Regresando a la pregunta clave ¿Es el embrión persona humana?  ¿Es persona humana el preembrión menor de 14 días? Algunos filósofos, como el profesor Ludger Honnefelder de la Universidad de Bonn, creen que para las consideraciones sobre la categoría ético-jurídica del embrión se debe aplicar el argumento de la potencialidad, es decir, el embrión como potencial ser humano.

 Una cosa es la semilla y otra el fruto, así como una cosa es la potencia y otra la realidad. El cigoto posee el potencial de diferenciarse escalonadamente del embrión, pero no la potencialidad y la capacidad autónoma y total.

 El embrión, en su deslizamiento por las trompas, antes de anidarse en el endometrio es, sin duda, un ser vivo, pero todavía no tiene fijadas las propiedades de unicidad, es decir, como un ser único e irrepetible, y de unidad, que es ser uno solo,  que determinarían su individualidad, pues puede seccionarse.

 Una cosa es la semilla y otra el fruto, así como una cosa es la potencia y otra la realidad. El cigoto posee el potencial de diferenciarse escalonadamente del embrión, pero no la potencialidad y la capacidad autónoma y total, como señala J.J. Tamayo.

 Efectivamente, el cigoto o embrión preimplantatorio, puede dividirse espontáneamente originando dos nuevos gametos dando lugar al desarrollo de mellizos o trillizos. Por tanto, hasta que finaliza el proceso de implantación, el nuevo serno es “ni uno ni único”, ya que puede dividirse en dos o más. Esto significa que algo tan característico del ser humano como es su individualidad, su identidad, el ser él y no otro, no está definitivamente determinado hasta aproximadamente dos semanasdespués de la fecundación [x]. No hay un cigoto que sea al mismo tiempo dos individuos distintos.

 Entonces, ¿puede considerarse una individualidad biológica y ontológica a un embrión que puede dar lugar a dos o más individuos?  Durante esta primera fase, antes de la organogénesis (proceso de construcción de los árganos), comprendida entre la fecundación y  la anidación,  no parece razonable que al embrión se le considere “persona humana”. Más bien habría que decir que es un ser vivo con destino a ser persona. El Concilio Vaticano II se guarda afirmar “persona humana”, dice sencillamente “la vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con sumo cuidado”[xi].

 Pero ¿cuándo comienza en verdad un  cigoto a ser persona humana? Hay diferentes opiniones:

 Unos dicen que en el momento de la concepción, es decir, que la fecundación se realiza en el mismo momento del coito, resultado de la fusión del espermatozoide y el óvulo, en el estadio comprendido entre la unión de las membranas de los gametos masculino y femenino y de sus dos pronúcleos. Sin embargo, en base a los conocimientos científicos hoy disponibles no se puede afirmar categóricamente que un óvulo impregnado por un espermatozoide sea un ser humano. Hay quienes defienden que ahí ya hay un nuevo ser humano personal. Esto nos llevaría a pensar que todo óvulo fecundado y no anidado, eliminado después de unos días de retraso del periodo menstrual sería un ser humano que va desagûe abajo [xii].

 Otros, defienden que la vida humana comienza en el momento en que inicia la formación de la primera célula embrionaria, el cigoto, estadio comprendido entre la fusión de los pronúcleos y la primera segmentación celular completa, en las trompas de Falopio, es decir, entre 5 a 7 horas después del coito. Afirman que los cigotos son personas con la misma identidad que aquellos a los que eventualmente dará lugar  al término de un largo y complejo proceso de desarrollo. Argumentan que “el embrión es realidad humana, individuo de la especie, desde que es cigoto porque posee toda la información del sistema respecto al término: posee como propia la capacidad de un desarrollo orgánico. Y actualizará en cada tiempo de su vida toda la información de ese momento vital”[xiii]. Según este pensamiento, el embrión humano posee un derecho absoluto a la vida que excluye toda manipulación que atente a su integridad [xiv].

 Otros afirman  que la persona humana comienza en el momento de la anidación o implantación en el endometrio uterino, que es cuando el embrión que ha descendido de las trompas, comienza a emitir pequeñas raicillas, para dar comienzo a la organogénesis, que como dije, es el proceso de formación de los distintos órganos, lo cual acontece aproximadamente a los 14 días de la fecundación. Pues en las dos primeras semanas el embrión no tiene definida su individualidad y no es, “ni uno ni único”, pues, como hemos señalado, el embrión puede dividirse espontáneamente originando los gemelos idénticos monocigóticos y, además, está abierto a la fusión espontánea, de dos embriones en uno solo [xv].

 Otros, como Byrne, Laín Entralgo, Alonso Bedate, Zubiri, Diego Gracia, Benjamín Forcano, Juan Masiá… sostienen que el cigoto es  persona humana cuando concluye la organogénesis y comienza el proceso de maduración y crecimiento, es decir, cuando deja de ser embrión y comienza a ser feto. Lo cual acontece pasado el segundo mes de la fecundación. Si las informaciones extragenéticas no hacen acto de presencia, el embrión se altera, o simplemente, resulta inviable. Esto quiere decir que los factores genéticos y extragenéticos son necesarios para la aparición de un organismo vivo. Por lo tanto, el defecto de cualquiera de las dos hace imposible el logro de una nueva realidad biológica. Entonces, se podría afirmar que la realidad embrionaria no tiene poder intrínseco y autónomo para convertirse en persona humana. De ahí que no vale decir que destruido el embrión se destruye una persona, pues el embrión no es persona sino simplemente un conglomerado de células vivas en vía a ser persona. “La biología molecular demuestra que la individualidad humana ocurriría en torno a la octava semana del desarrollo, justo en el tránsito que va de la fase embrionaria a la fetal. Solo en su estadio de feto adquiriría el embrión el estatuto ontológico propio de un ser humano”, afirma Forcano. Asimismo, el Dr. Diego Gracia dice que “la constitución individual acontece en torno a la octava semana, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto  sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto,y a partir de ese momento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” [xvi]. En esta línea se sitúa también el filósofo Zubiri, quien afirma que la suficiencia constitucional se adquiere en un momento del desarrollo embrionario, que bien puede situarse, de acuerdo con los últimos datos de la embriología, a partir de las ocho semanas, que es cuando termina la formación de los distintos órganos y se le denomina ya “feto”, pues la biología molecular demuestra que la individualidad humana ocurriría justo en el tránsito que va de la fase embrionaria a la fetal. Sólo en su estadio de feto adquiriría el embrión el estatuto ontológico propio de un ser humano, lo cual acontece al segundo mes.

 Otros sostienen que hay persona humana a partir del tercer mes, pues cuando las informaciones extragenéticas no hacen acto de presencia, el embrión se altera, o simplemente, resulta inviable. Esto quiere decir que los factores genéticos y extragenéticos son necesarios para la aparición de una organismo vivo. El defecto de cualquiera de las dos hace imposible el logro de una nueva realidad biológica. De donde se deduce que la realidad embrionaria no tiene poder intrínseco y autónomo para convertirse en persona humana, y por lo tanto no vale decir que destruido el embrión se destruye una persona, porque el embrión no es persona sino simplemente un conglomerado de células en vía a ser persona.

 Finalmente, otros defienden que es a partir del sexto mes, cuando el niño sería viable si naciese. Es decir, en el momento en que el niño es ya susceptible de vida independiente de la madre y de adquirir plena individualidad humana. La referencia a una vida independiente suscita, sin embargo, como señala el Dr. Marcos Gómez, “la duda de si se refiere a la ya apuntada temprana diversidad genética respecto a la madre o, más bien, al momento muy posterior en que el feto ha alcanzado una previsible viabilidad, de precipitarse el nacimiento”.

 Frente a las distintas concepciones sobre el estatuto ontológico del embrión es necesario distinguir entre los valores éticos que son exigibles a todo ser humano y los que son propios de determinadas concepciones religiosas. De ahí la necesidad de articular las exigencias éticas mínimas para una sociedad plural y multicultural.

 Juan Pablo II, en 1981, con ocasión de reconocer la injusta condena a Galileo por parte de la Iglesia, proclamó que “no corresponde a la Iglesia pronunciarse sobre temas propios de las ciencias experimentales ni condenar a los que defienden otros enfoques derivados de sus respetivos campos de investigación”. Estas mismas palabras habría que aplicarse a las ciencias genéticas. Es misión de la Iglesia respetar la investigación científica y ofrecer orientaciones éticas, sin imposición alguna, pues a lo largo de la historia  ha habido posturas diferentes de la misma Iglesia. La misión de la ciencia es investigar y decir lo que es cierto, pero no lo que es justo y humano. De ahí que la ciencia genética necesite ser iluminada por la ética.

 Santo Tomás de Aquino [xvii] -y teología escolástica- sostiene  que el embrión o feto estaba sin formar e inerte hasta que entraba en él el alma, lo que se producía en el momento en que la mujer embarazada sentía moverse por primera vez el feto dentro de ella. Tomás de  Aquino creía que esto sucedía cuarenta días después de la concepción en el caso de un feto varón y ochenta días después en el caso de un feto hembra. A partir de este momento es cuando el feto comenzaría a ser persona, momento en que Dios infunde el alma en el nuevo ser.  Pero, ¿quién puede aseverarlo?

 Para muchos creyentes hay “persona humana” desde el momento en que Dios infunde su Espíritu, es decir, crea el alma. O dicho de otra manera, Dios infunde el alma cuando ya hay persona humana, pero en esto hay diferentes opiniones entre los mismos biólogos, embriólogos,  médicos, antropólogos, juristas, filósofos y teólogos.

 En verdad no hay una última palabra sobre el momento en que Dios infunde su Espíritu en el nuevo ser. La doctrina oficial de la Iglesia afirma que desde el momento de la concepción ya hay persona. La encíclica Humane vitae de Pablo VI insiste en ello.  Pero “no está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia  resolver el problema del momento preciso a partir del cual nos encontramos ante un ser humano en el pleno sentido de la palabra”, señala el destacado moralista católico Bernald Haring. El momento del comienzo de la vida humana personal no pertenece a la fe ni al dogma, sino a las ciencias [xviii].Y la ciencia se inclina a reconocer que hay persona humana cuando ha concluido la organogénesis, es decir, cuando comienza a ser feto.

 De todos modos, el origen de la persona humana, con un alma espiritual, sigue siendo un misterio. ¿Cuándo infunde Dios su espíritu en ese ser vivo, sea embrión o feto? ¿Es desde el primer momento en que se genera una nueva célula? ¿Es en algún momento del proceso de la formación del embrión o del feto? No vamos a entrar en discusiones por algo que no podemos entender con toda claridad, aunque según la ciencia, como decíamos, hay persona humana finalizado el segundo mes.

.Ahora bien, si no hay razón seria y justificada (salud de la madre, algunos casos de violación sobre todo de menores, malformaciones serias y probadas…), es preferible defender la vida del embrión desde el primer momento frente a la amenaza del aborto provocado. No todo aborto puede ser considerado delito, y menos “asesinato” si hay causa seria para provocarlo.

 Son iluminadoras las palabras del Dr. Diego Gracia, impulsor de la Bioética en España, cuando señala que: “Las decisiones morales tienen que ser responsables, precisamente porque casi nunca pueden ser ciertas. La responsabilidad es el precio que pagamos por la incertidumbre. De ahí la necesidad de deliberación prudencial. Y de ahí también que puedan resultar a veces insolubles”.

 Todos los bioéticos, filósofos y teólogos coinciden en que el aborto no es  un derecho. Pero, mientras unos se aferran dogmáticamente a la idea de que hay persona humana desde el momento en que el óvulo es fecundado, otros sostienen que el proceso de humanización dura varias semanas y que durante ese plazo la semilla se va convirtiendo paulatinamente en persona, de donde se deduce que la interrupción voluntaria del embarazo no puede tener la misma calificación moral antes que después y que puede haber motivos graves que expliquen su despenalización. Pero como principio ético, debemos acoger la vida naciente desde el comienzo, favoreciendo el desarrollo saludable del proceso de gestación de cara al nacimiento y protegerlo, haciendo todo lo posible para que no se malogre ni se interrumpa el proceso, ni accidentalmente, ni intencionadamente de modo injustificado.

 Respecto a un tema tan delicado y polémico, como es éste, la sensatez nos dice que es necesario estar  abiertos al diálogo para escuchar a todos y respetar las distintas opiniones, incluso debatirlas con razones científicas, antropológicas, filosóficas, teológicas, éticas y jurídicas, superando prejuicios, posturas estrechas, dogmáticas y fundamentalistas, con una actitud, efectivamente, siempre a favor de la vida.

 Concluyo sumándome a todas aquellas voces que cantan a la vida, la defienden y la protegen. Pero, como bien señala Benjamín Forcano, me parece contradictorio y escandaloso el hecho de que personas, sectores sociales, religiosos y políticos defiendan con intransigencia una vida embrionaria y no adopten las mismas actitudes respecto a los millones de vidas que a diario son sacrificadas en las guerras o por el hambre. Si de verdad se defiende el derecho a la vida de los no-nacidos, con más razón habría que defender el derecho a la vida de los ya nacidos, sabiendo que cada cuatro segundos muere un niño menor de cinco años a causa del hambre y la injusticia en el mundo. Se engendra y se nace para la vida, no para la muerte.

             *Fernando Bermúdez es  Licenciado en Ciencias Religiosas y en Teología,   Diplomado en Medicina y Cirugía,  Máster en Bioética.

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[i]  López Moratalla, Natalia. Catedrática de la Universidad de Navarra.

2  Forcano, Benjamín, Teólogo. El aborto,La vida desde la biología molecular, N. Utopía, Madrid 2009

[iii]  Gafo, Javier. Biólogo y teólogo. Bioética teológica. Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, 2003

[iv]  Gómez Sancho, Marcos. Doctor en medicina. Presidente de la Sociedad Española de Cuidados

     Paliativos. Medicina Paliativa, pg. 33.  Arán Ediciones, Madrid 1998.  

[v]  Bedate, Alonso. Centro de Biología Molecular. UAM-CSIC.

[vi]  Suárez, Antoine. Centro de Filosofía Cuántica, Zurich, Suiza.

[vii]  Wilcox, A. Michigan State university's.        

[viii]  Forcano, B. Teólogo moralista. Ibid.

[ix]  Gafo, J.Ibid.

[x] Gafo, J.Ibid

[xi] Gaudium et Spes, nº 51

[xii] Forcano, B. Ibid.

[xiii] López Moratalla, N.Universidad de Navarra.

[xiv] Pastor, Luis M. Universidad de Murcia.

[xv] Gafo, J. Ibid.

[xvi] Gracia, Diego. Fundamentos de Bioética. Universidad Complutense de Madrid.

[xvii] Suma teológica, I, q.118)

[xviii] Forcano, B. Ibid.

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