La filosofía existencial surgió en Europa durante la primera mitad del siglo XX y se desarrolló principalmente en la década siguiente a la Segunda Guerra mundial. Uno de sus principales proponentes, el filósofo alemán Martin Heidegger (1889-1976), resaltó la singularidad del hombre ya que se trataría del único ser que “no sólo es, sino que sabe que es, que está ahí”. Es la idea que pretendió definir con la palabra alemana Dasein. El ser humano sería distinto al resto de los animales porque es un ser histórico. Es decir, un ente capaz de recordar el pasado y anticipar el futuro para vivir en un presente razonado y con propósito.
La antropología de Heidegger procura dejar muy claro la oposición que existe entre sujeto y objeto, entre hombre y cosa. La criatura humana no sería un objeto más de la naturaleza, sino una realidad consciente capaz de asumir la tarea de escudriñar el mundo que le rodea.
Uno de los principales asuntos que atraviesa casi todo el pensamiento heideggeriano es el problema de la muerte. El hecho de que el hombre, nada más nacer, sea ya suficientemente viejo para morir. La radicalidad de esta ruptura de la existencia humana es algo propio, constitutivo y característico. Nadie puede desprenderse de su propia muerte, ni tomar para sí la de otro.
El hombre sería un ser para la muerte que procura reprimir la angustia que ésta le produce, olvidándose de ella o distribuyéndola entre todos los demás, mediante frases como: “Todos tenemos que morir alguna vez. aunque todavía no”. Sin embargo, Heidegger propone correr hacia el encuentro de la muerte en vez de huir constantemente de ella.