Cuidado con los que proclaman que solo algunos partidos políticos son cristianos... Elecciones y cristianismo

Este año es tremendo en cuanto a elecciones políticas se refiere. Por no hablar de 2018, un año que lo vivimos como una verdadera montaña rusa por el cambio en el Gobierno abrupto con el no menos sorprendente vuelco en el liderazgo del Partido Popular. Hubo un momento en el que Albert Rivera se vio con la expectativa de entrar en La Moncloa hasta que la moción de censura en junio pasado lo cambió todo. Rajoy prefirió a Sánchez de presidente antes de convocar elecciones y éstas han llegado todas seguidas en 2019. Ante semejante vorágine electoral, ¿en qué nos salpica como cristianos?

Es cierto que no existe un partido cristiano porque todos pueden llevar mensajes acordes con el Evangelio y propuestas que no lo son tanto o muestran radicales antagonismos con las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Por tanto, nadie puede arrogarse una paternidad cristiana tras unas siglas electorales, como hace Vox, por ejemplo, al tiempo que pone sobre el tapete electoral supuestas esencias cristianas mientras atenta gravemente contra unos de los principios esenciales de la Buena Noticia: los pobres, los inmigrantes, los desheredados del mundo como colectivos predilectos del Evangelio, a los que se sigue maltratando en general en toda Europa, no solo entre nosotros.

Vaya por delante que soy consciente de que toda generalización acarrea injusticia, pero hay que erradicar esa leyenda de que las esencias cristianas están entre los azules y no entre los rojos. O que entre cristianos existen algunos considerados de “pata negra” y otros, pobres ellos, son de segunda división. O que ciertas esencias cristianas son contrarias a opciones políticas nacionales diferentes a las que conforman los Estados clásicos. Recuerdo al inefable cardenal Cañizares cuando, no hace tanto, afirmó que la unidad de España es un bien moral. Negarlo es ir contra la verdad”.

El nacionalcatolicismo fue, precisamente, un mal letal para la recta conciencia, que tanto daño sigue haciendo reconvertido en otras posiciones que en su esencia no son más que variaciones del mismo tema. Estar machacando un día sí, y otro también, sobre los abismos del aborto sin una sola mención a los miles y miles de criaturas que mueren de hambre y de sed a las pocas horas de nacer por la codicia y el egoísmo humano, es una forma de manipulación moral, como lo es callar taimadamente sobre el escándalo de los inmigrantes poniendo el dedo en la incomodidad que nos supone su presencia, sin alzar la voz de la manera que lo hubiese hecho Jesús. Él se preocupó especialísimamente de los más pequeños e indefensos aunque estropeara con su ejemplo algunas interpretaciones de costumbres, normas y leyes.

Su mensaje fue la de interpretación en la actitud, no de codificación de conductas según la literalidad de algunos textos. Podemos engañarnos hipócritamente segmentando partes de la Biblia, pero no tenemos justificación al comportamos fuera de los cánones del amor tal y como lo entendió Cristo. Por eso, ante las elecciones y sobre todo después, en el día a día, no podemos sacralizar poderes e ideologías humanas en nombre de Dios o satanizarlas por ser cosa del diablo; no. Los buenos no están en un lado, y los malos en el otro. Bueno solo es Dios y el publicano “malo” salió justificado mientras el fariseo “bueno”, no.

Y sin olvidarnos de algo que no suele ser frecuente comentar: si hay alguna conducta especialmente antievangélica, es la de subvertir la verdad, deformarla induciendo a error -más bien manipulando- a las gentes sencillas para convertir la Verdad en mi verdad; esto último va dirigido, sobre todo, a los que más saben de legalidades religiosas y utilizan su capacidad para manipular el Mensaje en favor de ideologías y actitudes políticas que deforman el corazón del Padre.

Cuidado, pues, en protegernos tras algunas siglas electorales so pretexto de seguir a la conciencia, cuando lo único de lo que tenemos que protegernos es de nuestro ego nos juegue las malas pasadas que acostumbra cuando nos gusta engañarnos en nuestras conductas mientras aporreamos las actitudes de los demás en nombre de la verdadera Revelación. No me gusta descalificar cristianamente a quienes no son cristianos porque lo importante es que solo por nuestros hechos nos conocerán. Ni tampoco escudarnos en algunas siglas como portadoras de las esencias evangélicas mientras los hechos denigran la misericordia y la compasión con el más necesitado.

Votamos para cargos domésticos pero también para escaños de la Unión Europea, cuya actitud con la inmigración me duele el alma. Y qué pocos cristianos “de toda la vida” escuchan y siguen al profeta Papa Francisco en este y otros temas...  

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