Los ciegos pueden ver

Me cuentan que un grupo de homosexuales se reúne para rezar y comentar en comunidad textos bíblicos en un pequeño piso cedido, en donde realizan más actividades. Quincenalmente, sus miembros se enriquecen espiritualmente compartiendo su fe con una catequista que ha cumplido los 70 y se ha brindado a dinamizar estos encuentros de fe.

Las personas de este grupo conocen bien las opiniones de la jerarquía eclesiástica sobre su realidad y prefieren acudir los domingos a iglesias donde pasan desapercibidos evitando llamar la atención de los pastores que en lugar de apacentar sus ovejas, las espantan. Tienen fe en Cristo y no han perdido la fe en una Iglesia que suele recordarles periódicamente su condición de degenerados y pecadores, sin más consideraciones ni matices. Pero al parecer, el Resucitado se les revela en medio su realidad afectiva y sexual. A menudo nos olvidamos de la parábola del fariseo y el publicano, y de cómo interpreta Jesús la actitud de ambos.

¿Quiénes son los preferidos del Evangelio? ¿Debemos juzgar o amar? En el Evangelio, Jesús aparece leyendo un texto en la sinagoga de su pueblo: “Me ha enviado para dar la noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, a los ciegos la vista, la libertad a los oprimidos...” En resumidas cuentas, el Mesías viene con un mensaje liberador para todos, preocupado especialmente por las personas más desvalidas y necesitadas de alivio, curación, liberación y comprensión: los pobres en el sentido evangélico de la palabra.

¿Cuántas veces nuestras actitudes no hacen a la Iglesia un lugar de liberación?

Jesús curó enfermos sin atender a la prohibición del sábado, a pesar que la salud del enfermo no corría ningún peligro y podía esperar al domingo. Prefirió un buen samaritano que un levita egoísta y no condenó a la cananea ni a mujer pillada en adulterio. Tampoco hubiese pasado de largo ante un homosexual repudiado religiosamente, ni le hubiese abroncado.

Fue tan chocante su conducta, que se enfadaron con él hasta los de su pueblo Nazareth.
Curó a un ciego en sábado y sólo le faltó recomendarle al frente de la biblioteca del Templo para desconcertar del todo a los que tenían poca fe. Curiosamente, muchos siglos después se le concedió el reino de los libros a un invidente, sin que se resintiera por ello el servicio bibliotecario: fue en 1955 cuando a Borges le nombraron director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires; para entonces ya se había quedado ciego. Merece la pena reproducir su comentario en verso, entresacado de su “Poema de los dones”:

Nadie rebaje a lágrimas o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.

Gracias al amor evangélico, este grupo de homosexuales bilbainos está de suerte. No son los Bartimeos del evangelio, fuera del camino, sino que tienen a Jesús que ya les ha dado la luz que más necesitan: su alegría y su amor. Mientras tanto, otros que dicen tener muy buena vista, en las cosas del Reino ven bastante menos que Borges al escribir su magnífico poema.
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