La comunidad como signo

Señor, enséñanos a orar”, (Lc 11,1) le piden los discípulos a Jesús, y eso que ellos sabían mucho de oraciones que tenían que recitarlas varias veces durante el día. Pero se dieron cuenta que faltaba algo. Y entonces le piden que les enseñe a orar. Y Jesús les mostró su corazón, les enseñó al Padre, les dio su fundamento en torno al Padrenuestro, no al Padre mío. Y de la oración a la acción y de la acción a la oración.

La Constitución Apostólica papal,  Sacrosanctum Concilium, marca las normas fundamentales sobre la liturgia. En ella, Francisco afirma que “La Santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa de las celebraciones litúrgicas. La misa no se escucha, se participa, nos recuerda. Y en su reciente Carta Apostólica sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios (Desiderio desideravi), el Papa nos habla de la Evangelii Gaudium (5): “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horario, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual” más que para preservar sin cambiar nada. Sin embargo, prosigue el Papa, en nuestras eucaristías abunda el individualismo y la falta de común unión sin la alegría del espíritu celebrativo. Una celebración que no evangeliza, no es auténtica (37).

Siguiendo la reflexión papal, la liturgia es un encuentro vivo con Él, o no es. Por tanto, no estamos ante un ceremonial decorativo o un mero conjunto de leyes y preceptos que ordena el cumplimiento de los ritos (18); esto lo recoge Francisco de Pío XII, nada menos. Se trata de ·recuperar la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica (…) en la comunidad de hombres y mujeres (…) abriendo el angosto espacio del individualismo espiritual(32)… con una plena implicación de las personas (45). Por último, Francisco nos recuerda: “Es una actitud a la que están llamados todos los bautizados”, no solo el ministro ordenado: “La asamblea, como un solo hombre (Neh 8,1), participa en la celebración” (51).

    En la misma dirección, la teóloga Laura Depalma, experta en Liturgia (Ritos que transforman, PPC) nos recuerda la actitud comunitaria, imprescindible, sobre todo cuando nos reunimos en torno a la Eucaristía. Entre otros mensajes, nos traslada estas reflexiones:

    La necesidad de motivar la participación es un desafío planteado por los padres conciliares. Y dicha participación no puede circunscribirse a la tutela clerical o reducirse a la mera repetición ritual estipulada y fijada sin posibilidades de contextualización ni conexión real con la vida. El agiornamento pedido por el Concilio Vaticano II es la liturgia como fuerza transformadora, personal, comunitaria, cultural y global.

    ¿Qué debemos entender por “sana tradición”? No hay tradición sin interpretación, sin pasar por el corazón y sin la encarnación en la vida concreta.

    A pesar de los múltiples intentos, no se ha llegado a un reconocimiento de los laicos como sujetos activos en la realidad ritual actual, sino que se mantienen como receptores.

    Manteniendo la estructura y la tradición, necesitamos una perspectiva creativa para generar liturgias más inclusivas. Una fiesta en la que todos son bienvenidos en un contexto acogedor para la celebración por la presencia y la acción concreta y desbordante de Dios.

    Unidad entre rito y vida, ya que todo rito religioso tiene una función transformadora de la realidad.

    Jesús rechaza, al igual que los antiguos profetas, las prácticas rituales viciadas de formalismos.

    La belleza de la liturgia no está en las imágenes, en la música, en las obras de arte, en las palabras… sino en el sentido trascendente que encuentra la vida cuando celebramos juntos.

    El cambio interior se completa con el contacto con los demás. Las personas traducen o simbolizan lo que viven en su grupo.

    “Celebración” y “creatividad” son dos palabras que van unidas. No hay celebración sin la novedad y sin la alegría y la diversión que surge del encuentro. Sin embargo, cuando nos referimos a las celebraciones religiosas, no siempre las asociamos con la creatividad y la alegría radical que implican.

    Se conseguirá la renovación de las formas litúrgicas si la creatividad litúrgica  fuera expresión de la autenticidad eclesial.

Hasta aquí mi extracto del libro de la teóloga Depalma.

Preguntas finales:

¿Merece la pena recordar que no venimos a oír misa, sino a participar en la Mesa del Señor? ¿Qué Cristo nos busca para “un encuentro vivo con Él” (Francisco)?

¿El proceso sinodal es una oportunidad?

¿Es posible alguna medida que ayude a juntarnos más allá de una suma de individualidades y evitar tanta dispersión individualista -Covid 19 aparte- en los templos?

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