Dos pasajes evangélicos muy unidos aunque parezcan mensajes diferentes, que muestran un problema actual muy preocupante en nuestra Iglesia. Dos fortalezas a la baja

El evangelio no es un texto cerrado en el que la conciencia del lector no tiene mucha relevancia. Al contrario, es una invitación abierta a alcanzar lo mejor de uno mismo, algo que solo es posible con una determinada actitud de apertura en la escucha al Dios Amor. La razón por la que los escribas y fariseos no aceptaron a Jesús como Mesías está en la actitud que tomaron desfigurando la religión de Israel al refugiarse en el mero cumplimiento externo de preceptos sin vivir su vida verazmente.

Cumplían normas y ritos pero no vivían lo que decían. Sin llegar a estos extremos de inconsecuencia,muchos cristianos vivimos demasiado escorados: rezamos sin transformar nuestras vidas en la práctica, o nos afanamos en hacer, sin parar, pero sin dejarnos transformar por el amor de Dios. Aquí siento un paralelismo en los mensajes de Marta y María con los del pasaje del publicano y el fariseo. Lo que subyace en mi interior al reflexionar sobre ambos  es una carencia grave de humildad, casi estructural, y de verdadera oración en el cristianismo de nuestra sociedad, cada vez más acusada esta carencia doble en las jerarquías y evidente en buena parte del laicado.

Humildad y oración en la escucha son las dos grandes fortalezas de los cristianos para seguir a Jesús de la única manera posible, es decir, con amor. En el comienzo está la Palabra. Juan es la brújula: “Dios es amor”  (1 Jn. 4, 7-21) y “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn. 15, 1-8); Lucas y Mateo, nos muestran la manera de caminar, resumida en esta frase que no admite más que una interpretación: “Por sus hechos les conoceréis” (Lc. 6, 43-44 y Mt. 7, 15-20). A la vista de estos mensajes cruciales, las dos fortalezas fundamentales para seguir la hoja de ruta de Jesucristo, son la humildad y la oración. Y, sinceramente, creo que ambas están claramente a la baja.

Vivimos una decadencia de valores impregnada de un desánimo que desluce a los cristianos. ¿Por qué atravesamos tantos  tiempos difíciles? No es la pregunta que debemos hacernos, ya que no tiene respuesta. No debemos, pues, centrarnos en el “porqué”, que no tiene explicación, sino en el “cómo” afrontarlo: con qué actitud vivimos para superar los dolores u sufrimientos. No hemos venido a entender, sino a amar (Alexis Carrel).

La oración con Dios debe ser un Tú-yo que debe confluir en un Tú-nosotros: Venga a nosotros tu Reino, danos el pan nuestro de cada día...Si reconoces a Dios en tu corazón, entonces, lo reconoces también en tus semejantes y  todo lo que te rodea. Abrirse a esta dimensión exterior nos entronca con nuestro interior más genuino haciéndonos crecer como personas. El judaísmo y el cristianismo son religiones de escucha. En realidad, la oración es más que un acto concreto que se convierte con el tiempo en un proceso que dura toda la vida, entre vaivenes y recaídas. Es un camino de transformación en la medida que escuchamos y actuamos en función de lo escuchado. La oración como una actitud de discernimiento permanente que todo ser humano puede cultivar con humildad.

Si la canción habla de que el soberbio es un ignorante, la humildad es cosa de sabios, como así se ha ponderado desde tiempos milenarios. Humildad para ver los acontecimientos de la naturaleza con un corazón de niño agradecido nada pretencioso ni auto-suficiente. La paradoja de la humildad es que al manifestarse intencionadamente, se corrompe y desaparece; ya no es modestia. Reconozcamos que la coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado. Estamos ante una virtud que, como ninguna otra, se ve solo si se practica.

Decía Martin Luther King que solo en la oscuridad podemos ver las estrellas. Sobre todo cuando reconocemos lo poco que somos y podemos, es decir, sin salirnos de la modestia. Por eso me parece un dislate la grandeza divina como justificación de una Iglesia poderosa y mundana, en lugar de hacerlo desde la alegría agradecida que nos convierta en impulso humilde pleno de solidaridad ante un Niño Dios que se despojó de su rango y prescindió de su omnipotencia para amarnos sin ventajas.

Ahora ya vende menos la pompa vaticana y los fastos litúrgicos. El problema añadido es que nos hemos ido a trabajar cada cual por su cuenta creyéndonos actores principales, como si la obra fuese nuestra, en lugar de recordarnos cada día que la evangelización con hechos es la obra de Dios. Hemos descentrado al Espíritu y la brújula, claro, no marca bien el Norte, señores obispos, sacerdotes y compañeros laicos. No seguimos al profeta Papa Francisco, que actúa pero con humildad y entregado a la oración transformadora.

Los malos no están fuera de la Iglesia, ni dentro, todos somos malos y buenos muchas veces. Bueno solo es Dios. Lo que falta es autocrítica en humildad y escucha en oración para trabajar el Reino con la fortaleza teologal necesaria. Te invito, querido lector o lectora, a releer ambos pasajes evangélicos, el de Marta y María y el del fariseo y el publicano. Y hacerlo en oración humilde, a la escucha, porque sin Él no podemos hacer nada... aunque muchos católicos, demasiados, siguen creyendo que sí, obispos, párrocos y laicos. 

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