La realidad de la Pascua

La Cruz es el signo cristiano pero la Pascua es el tiempo más importante y por tanto más largo del año litúrgico. San Pablo nos cuenta que la Cruz para los judíos era escándalo y para los griegos necedad; y escandalizó también a los discípulos de Jesús, pero es nuestro mejor símbolo de victoria y esperanza, en nuestro más seguro signo de salvación y de gloria porque apunta el camino pero no a su final, que es la resurrección.

Sabemos por la experiencia de fe este final feliz aunque haya que realizarse caminando primero con amor por este mundo, haciéndose camino al andar, como lo sentía Machado. Por eso el tiempo de Pascua es el más importante de toda la liturgia, puesto que celebramos el centro de nuestra fe cristiana, que es la muerte y resurrección de Jesús. Es una cincuentena que culmina con la gran fiesta del Espíritu Santo, el gran aliado que Jesús nos descubrió en Pentecostés. Pero como si se tratase de un solo y único día festivo. De hecho, la Pascua es la fiesta más antigua que la Iglesia celebra, mientras que la cruz se convirtió en signo cristiano en torno al siglo IV.

Y tiene todo el sentido al reflejarse lo esencial que es la Buena Noticia desde la predicación de Jesús a la Vigilia Pascual como el epicentro litúrgico de todo el año, que da sentido a todo lo demás, la cruz incluida. El cirio pascual es el gran signo de la luz de Cristo, muerto y resucitado, que tanto sentido tiene encenderlo en la “celebración” de los funerales a pesar del dolor inmenso de una pérdida que sabemos no será para siempre.

La Pascua debiera tener mayor repercusión en nuestra vida cristiana. Celebramos que la vida ha vencido a la muerte, que todo renace, que florece nueva vida, la que Jesús nos da porque para eso hemos nacido.Y esto debe notarse en nuestra alegría, que debiera ser el verdadero signo cristiano, mucho más importante que ningún otro, porque la experiencia de la verdadera alegría aun en medio de las dificultades implica confianza, fe, esperanza, otra manera de vivir la incertidumbre y las limitaciones a la luz siempre de Cristo resucitado

Debemos tomar conciencia que somos un pueblo elegido porque se nos ha dado la gracia, el regalo de la fe para que evangelicemos (divulguemos la Buena Noticia con hechos). No somos el pueblo elegido por ser de un determinado grupo humano sino porque Dios nos asigna la tarea de ser sus manos evangelizadoras con los que nos rodean. No somos mejores sino elegidos para una misión: vivir la vida que Jesús nos ha enseñado, una vida de amor, de paz, de perdón gracias a haber sido tocados por la experiencia de su presencia. Y el signo Pascual por excelencia de esta experiencia íntima aunque muy poderosa es la alegría. Sabemos reconcentrarnos en nuestro dolor de pecadores en Cuaresma y Semana Santa, pero no logramos alegrarnos por sentirnos hijos de Dios y ,o que supone de regalo durante la gran Pascua.

Creo que este tema da para una reflexión que ayude a actualizar nuestra vivencia de fe, centrados en lo esencial. No desdeño la Cruz, simplemente pretendo ayudar a contextualizarla.  

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