El rostro de Jesús

Todos “sabemos” cuál es el aspecto de Jesús de Nazaret por la abundante iconografía de la figura más retratada del arte occidental: alguien de cabello largo y barba, cara serena y mirada limpia. Pero es representado con rasgos occidentales, a la manera del fenotipo de esta nuestra parte del globo.

Sin embargo, existe una prohibición radical de pintar imágenes de Dios en el mundo judío y musulmán –aniconismo- por su profunda y arraigada creencia de que Dios es el único creador y, por lo tanto, el arrogarse esta facultad representativa un ser mortal es una blasfemia considerada pecado de idolatría para el artista. La razón es que no se veneraría al verdadero Dios sino una representación suya. Solo el hecho de encerrarle en una figura creada por un ser humano supone restarle valor a la categoría eterna e intangible de Dios al reducirlo a una representación humana. De hecho, nuestras imágenes de Jesús son de la época bizantina, del siglo IV en adelante. Eran representaciones simbólicas sin ningún soporte histórico.

Curiosamente, son varios grupos de científicos y arqueólogos que dicen haber encontrado la imagen de Jesús. Una de ellas en el baptisterio de una iglesia bizantina del desierto de Negev (Israel) en que se relaciona un dibujo con la representación de Jesús al que se ha tratado de reconstruir los trazos. El resultado final es un Cristo que nada tiene que ver con el que actualmente representamos, lógicamente, pues sus rasgos son los propios de aquella zona de Medio Oriente. También se han encontrado numerosas representaciones del Mesías a lo largo y ancho del Mediterráneo.

Quizá lo más sorprendente sea la llamada Carta de Publio Léntulo al Senado romano, en la que describe a Jesús de Nazaret de una manera muy hermosa, con comentarios como estos:

Publius Lentulus, legado de Tiberio César en Judea

He sabido ¡oh César! que deseas tener noticias detalladas respecto a ese hombre virtuoso llamado Jesucristo, a quien el pueblo considera como Profeta, y sus discípulos como Hijo de Dios y creador del cielo y de la Tierra. El hecho es que todos los días se oyen contar de él cosas maravillosas, sana a los enfermos y resucita a los muertos.

Este hombre es de mediana estatura y su fisonomía se halla impregnada a la vez de una dulzura y de una dignidad tal, que quien le mira se siente obligado a amarle y a temerle a un mismo tiempo. La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna. Su aspecto es sencillo y grave. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad. Su cabellera hasta la altura de las orejas es del color de la nuez madura, y desde ahí hasta los hombros, de un color claro y brillante, hallándose dividida en dos partes iguales por una raya, al estilo de los nazarenos. La barba, de un mismo color que la cabellera, es rizada y partida; sus ojos, severos, tienen el brillo de un rayo de sol y nadie puede mirarle de frente.

Cuando reprende inspira temor, pero al poco tiempo las lágrimas asoman a sus pupilas; hasta en sus rigores es afable y bondadoso. Dícese que jamás se le ha visto reír, y en cambio llora con frecuencia. Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí. La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista y, por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.

Todos encuentran su conversación agradable y seductora. Pocas veces se le ve en público, y cuando aparece, se presenta con singular modestia. Su aire es muy distinguido, y bellas sus facciones; no es extraño, pues su madre es la mujer más hermosa que se ha visto en este país.

Aun cuando no ha seguido estudios, conoce todas las ciencias. Anda descalzo y lleva la cabeza descubierta. Muchos se ríen al verle desde lejos, pero al acercarse a él se sienten poseídos de respeto y admiración. Los hombres dicen no haber visto jamás un hombre semejante, ni haber oído una doctrina como la suya. Muchos creen que es Dios, otros aseguran que es tu enemigo ¡oh César! Dícese que jamás ha hecho daño a nadie, y que, por el contrario, se esfuerza en hacer feliz a todo el mundo.

Si quieres conocerle ¡oh César!, según ya me lo han dicho una vez, dímelo y te lo enviaré.

Precioso pero, según parece, se trata de un texto apócrifo en al menos tres versiones. Tampoco está clara la existencia de este personaje romano, supuesto antecesor de Poncio Pilato que, con seguridad, no habría utilizado expresiones acordes con el lenguaje del mundo hebreo. El pergamino fue descubierto en Roma, en la antigua biblioteca de los padres Lazaristas, cuyo contenido quedó sepultado por el estallido de la Gran Guerra de 1914. Un tal Giacomo Colonna encontró la carta en 1421 escrito en griego durante los primeros siglos, Y posteriormente fue traducido al latín para tomar su versión actual hacia el siglo XV.

Pero resulta hermoso pensar en cómo sería físicamente Jesús y, sobre todo, la fuerza que emanaría su rostro. Nos seguiremos conformando con los iconos, cuadros y estampas para facilitar un poquito la devoción, con permiso de los judíos, musulmanes… y de algunos cristianos, que de todo hay.
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