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El camino de vuelta al sepulcro que emprenden las mujeres del evangelio va cargado de certezas: van a ungir el cuerpo con perfumes, van a terminar la tarea que no pudieron culminar el viernes, van a encontrarse con un cuerpo sin vida. No obstante, todo cambia de golpe. Al amanecer del primer día de la semana las certezas desaparecen porque nada de lo que buscaban está ahí. Lo viejo y ya esperado es superado por lo nuevo e inesperado: "[...] no hallaron el cuerpo del Señor Jesús" (v. 2).
La irrupción de la novedad es lo que debería alimentar la fe de todos los que hoy proclaman la resurrección de Jesús. Una religión que repite ritos ininteligibles y que fomenta la creación de adeptos más que de personas creativas y retadoras son los síntomas de permanecer en el sepulcro. Una fe que se atiene a la seguridad de las doctrinas y que no percibe la universalidad del Evangelio en lo que se refiere al tiempo y al espacio es una fe temerosa, impedida de ver la novedad aunque aparezca de frente. A quienes viven la fe en Jesús desde el cumplimiento, los hombres con vestiduras deslumbrantes les siguen planteando la pregunta clave: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" (v. 5).
Regresar a Galilea es la respuesta: ahí está el resucitado, por los caminos polvorientos, en la mirada de los niños, en los ancianos olvidados, en las mujeres agredidas, en los extranjeros estigmatizados, en los pueblos devastados por la guerra, en toda persona marginada. Volver a Galilea implica, eso sí, volver con otros ojos, con una mirada sensible que pueda descubrir la belleza de Dios en la cotidianidad. Es el discipulado de las mujeres en donde se encarna este anuncio, pues, aunque no reciben ningún encargo, por el recuerdo de Galilea saben que no pueden quedarse calladas e inmóviles. Así, vencen el desprestigio que, como mujeres en aquella cultura, tendrán después (v. 11) y van a anunciar el mensaje de la resurrección [1].
Proclamar al resucitado no es, simplemente, hablar de hechos extraordinarios, sino que es ahondar en una experiencia vital que transforme los corazones y nos haga vivir la fe con alegría. Se trata de una realidad que nos saca de las comodidades, que nos hace retar nuestros miedos y salir de la pasividad. Si logramos hacer lo que han hecho las mujeres del relato, eso sí que es un milagro:
¿Para qué seguir haciendo cosas de una manera que no nos transforma? ¿No necesitamos, antes que nada, un contacto más real con Jesús? ¿Una nueva simplicidad? ¿Una fe diferente? ¿No necesitamos aprender a vivirlo todo con más verdad y desde una dimensión nueva? Si Jesús desaparece de nuestro corazón, todo lo demás es inútil [2].
Referencias
[1] Cf. J. Green, El evangelio de Lucas (9-24), Salamanca: Sígueme, 2022, p. 504.
[2] J. A. Pagola, El camino abierto por Jesús. Lucas, Madrid: PPC, 2012, p. 350.
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