Concilio Vaticano II: La palabra de Dios

La constitución dogmática "Dei Verbum", sobre la divina Revelación, enfatizó la importancia de que en la Iglesia estuviéramos a la escucha de la palabra de Dios, ya que es a través de ella como Dios mismo se nos revela.

Por el conocimiento natural la humanidad podía llegar a la convicción de la existencia de un Dios creador y omnipotente, y por las enseñanzas de la Biblia podíamos conocerle mejor, por ejemplo su Alianza con el pueblo escogido; pero por la palabra de Jesucristo sabemos mucho más y con certeza mayor: conocemos que Dios es amor.

La "Dei Verbum" es un documento que no tuvo una redacción fácil; por el contrario, el primer borrador fue desestimado por los padres conciliares y fueron necesarias hasta cuatro redacciones para su aprobación, que, eso sí, fue casi unánime: 2.344 votos a favor y seis en contra.

¿Qué es lo que hacía necesaria tanta precisión en las palabras? Era preciso conjugar de modo satisfactorio las dos fuentes de la revelación, la Escritura y la Tradición, que no todos los cristianos valoran igualmente y que, en determinadas épocas, tuvieron un peso desigual. Ambas fuentes son necesarias y se complementan. La tradición es la que, en la época patrística, fijó el canon de libros inspirados por el Espíritu Santo, y la Sagrada Escritura ha sido el tesoro del que se ha nutrido la fe.

El Concilio recomendó una lectura atenta de la Biblia, del Antiguo y del Nuevo Testamento, que se interrelacionan uno con otro, sin que quepa menospreciar el primero, al que hay que dar la importancia que le da el judaísmo, pero viendo al Nuevo como continuación histórica y culminación interpretativa de toda la palabra de Dios.

Pero la transmisión de la Palabra no sólo se asienta en la Escritura y la Tradición, sino que hay un tercer factor a tener en cuenta: el Magisterio de la Iglesia, que confirma o rechaza interpretaciones que se han dado de la Biblia o de las enseñanzas cristianas en general. La utilización de diversos géneros literarios, igual que las costumbres y usos de la época en que fueron redactados los escritos, pueden provocar a veces diferencias interpretativas que han de ser resueltas teniendo en cuenta el conjunto de la Escritura y las consideraciones sobre estos textos que ha hecho la Iglesia durante siglos.

Los teólogos tienen una gran misión de estudiar la Revelación en el sentido de interpretar, de modo a veces nuevo, pero siempre fiel a las enseñanzas del Magisterio, las enseñanzas que contienen los libros sagrados y la voluntad de Cristo sobre su Iglesia. La aceptación del Magisterio como última palabra no es coacción a la libertad investigadora, sino garantía de que la interpretación no se aparta de la verdad revelada.

La "Dei Verbum" declara, en este sentido, que "la función de interpretar auténticamente la palabra de Dios, escrita o transmitida, ha sido confiada únicamente al magisterio vivo de la Iglesia", entendiendo naturalmente que "este magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio". Esto requiere a veces humildad, por parte de los estudiosos.

La voluntad del Concilio Vaticano II fue que todo el pueblo de Dios, no sólo los científicos, se familiarizara con la Palabra de Dios, que adquirió más relevancia en la Santa Misa. En este aspecto, el Concilio animó a las familias a la lectura frecuente de la Biblia en sus hogares.

+Jaume Pujol
Arzobispo de Tarragona
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