Corregir al que yerra

El Concilio de Jerusalén había definido que la salvación viene por la fe en Jesucristo y no por las muchas prácticas de la Ley judaica. Sin embargo, pasado el tiempo, San Pedro, en la práctica condesciende con los judaizantes. Así narra el incidente San Pablo en su Carta a los Gálatas (2, 11-12):
«Mas cuando Cefas [San Pedro] vino a Antioquía le resistí cara a cara, por ser digno de reprensión. Pues él, antes que viniesen ciertos hombres de parte de Santiago, comía con gentiles; más cuando llegaron aquellos se retraía y se apartaba, por temor de los que eran de la circuncisión.»
La actitud del apóstol Pablo respondía a un mandato de Jesucristo, quien dijo: «Si tu hermano peca contra ti, vete y corrígele a solas, tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano» (Mt 18-15). Esta práctica, la corrección fraterna, tiene una honda raíz evangélica, pero no siempre se aplica incluso en la Iglesia.
El Papa Francisco ha llamado varias veces la atención sobre las murmuraciones, y ha pedido que las rechacemos. No hemos de hablar mal de nadie, pero menos aún de los que se encuentran investidos de algún tipo de autoridad, como los padres de familia, los maestros, los sacerdotes… Las críticas nacen a veces de la envidia y cuanto menos de la incomprensión y la falta de caridad. Corregir al que yerra es una obra de misericordia. Quien hace algo mal, tiene derecho a que se le corrija, no a que se escampe su error.
Como arzobispo estoy convencido de que puedo equivocarme en algunas decisiones que tomo, o por las que no tomo. ¡Cómo no va a ser así si incluso un Papa, como es el caso de San Pedro, se equivocaba! Agradezco en estos casos que se me diga confiadamente. Y pido que entre todos reine la caridad, el mutuo aprecio. Cuando éste existe la corrección cuesta menos de hacer y de aceptar.