Gratitud para Dios…pan para los pobres

No dejes de mirar esa cesta que pones ante el altar del Señor: Es sacramento del don que has recibido de tu Dios; es memoria de la tierra con que has sido bendecida; es también sacramento de tu fe y rebosa con las primicias de tu agradecimiento.
Está tu Dios cerca de ti, tan cerca como la tierra que trabajas, tan cerca como los frutos del suelo que son tu alimento, tan cerca como la gratitud que llevas en el corazón.
No dejes de mirar esa cesta con las primicias de la tierra buena en la que el Señor te ha colocado para que la cultives y goces de su abundancia. Por gracia se te ha concedido entrar en Cristo Jesús, ser bendecido en él, ser justificado por él, ser amado del Padre como él. Ante el altar de tu Dios puedes presentar frutos de justicia y fidelidad, frutos de espíritu, de santidad y de gracia, frutos de verdad, de libertad y de vida que nunca hubieras cosechado fuera de la tierra buena que es Cristo Jesús.
Tu cestilla va diciendo con sabores de la tierra lo que con palabras de fe le dice tu corazón a tu Dios: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”.
Tú que has entrado con Cristo en el desierto, allí serás tentada como Cristo.
El tentador te ofrecerá su pan de poder y de gloria, una tierra toda para ti al precio insignificante de que dobles las rodillas delante de él.
Pero tú, con tu cestilla y tu fe, seguirás diciendo a tu Dios: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”. Tú sabes que el corazón se te quedaría de hielo si nada tuvieses que agradecer, nada que ofrecer, nada que cantar, nadie a quien decir: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti”. Tú sabes que la tierra toda sería para ti un desierto de muerte si no vieses en tu cestilla justicia y fidelidad, espíritu, santidad y gracia, verdad, libertad y vida.
No dejes de ofrecer tu cestilla, llena de gratitud para Dios, llena de pan –de la tierra y de Dios- para los pobres.
Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger