Lealtad y encubrimiento

La existencia de una ética civil no es sólo un buen deseo sino una exigencia de la justicia. Es el mínimo moral común aceptado por el conjunto de una determinada sociedad dentro del legítimo pluralismo moral. Queda claro que no es la imposición de una mayoría sobre el resto y mucho menos que se exija que todos entren por un único carril: el pluralismo moral no quiere decir que cada uno haga lo que quiera sino que se llega a consensos mediante un pacto social, una racionalidad que no puede apoyarse en cosmovisiones totalitarias.
La reciente polémica pública en la que se acude al principio de que la lealtad obliga a dejar la crítica de lado o hacerlo en privado para no ser tildado de traidor, es un llamado al encubrimiento y a tapar los males, que por ser públicos o tocar los intereses de la sociedad, no pueden ni deben ser tapados por la complicidad o el silencio.
Lealtad proviene del latín “legal”. Es el cumplimiento de lo que exigen las leyes de la fidelidad, las del honor y hombría de bien. Sus sinónimos son verdad, realidad, rectitud, firmeza. Lo que tiene que ver con el colectivo, con la sociedad, no se puede tratar a puertas cerradas. El destinatario tiene derecho pleno de saber qué y cómo actúan los que dicen trabajar para el pueblo. Encubrir es mentir, favorecer la impunidad y alentar la corrupción que como un cáncer se multiplica en todos los entresijos del poder.
Los que ejercen el poder se ufanan de tener el monopolio de una moral superior en torno a la vida social y política. Los hechos indican que las cosas van por otros derroteros. Quienes deben dar ejemplo se esconden bajo las alas del poder para delinquir. Con el Eclesiastés afirmamos: “otra cosa observé bajo el sol: en el lugar de la ley, está el delito; en el tribunal de la justicia, la maldad” El que codicia el oro no quedará sin castigo, el que ama el dinero se extraviará por él” (3,16; 31,5).
La lealtad se personifica en una mujer hermosa de candoroso aspecto, que muestra un corazón en la mano, y en la otra, o caída a sus pies, una careta rota. Hay hermosuras que son caretas. Cuando esconden la mentira, la manipulación y el odio, se desvirtúa, y convierte la justicia en una mueca.
Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo, arzobispo de Mérida (Venezuela)