Las Vírgenes halladas

Muchas veces os he hablado de las vírgenes encontradas. Muchas de las patronas de nuestros pueblos entran dentro de esta categoría, porque como sabéis una virgen encontrada es una imagen de la Virgen que, según las diversas leyendas piadosas, habían sido “encontradas” tras la invasión sarracena. Según estas leyendas las tallas o imágenes se habían hecho antes de la invasión y durante ésta se habían escondido, y luego fueron encontradas en medio de prodigios por pastores o ermitaños. En nuestro país, la más popular es, sin duda la “Moreneta”, la queridísima Virgen de Montserrat.

La celebración de la fiesta de las diferentes Vírgenes encontradas se celebra el 8 de septiembre y por eso este día -o en los días cercanos- se celebran encuentros, romerías y procesiones en los muchos santuarios de las vírgenes encontradas que hay en Cataluña.

Pero hoy quisiera hablar de otro tipo de “hallazgo”; no de una imagen, sino de una persona. Sin embargo, no dejamos las imágenes porque para el corazón del pueblo estas vírgenes tienen una gran significación. Siempre han sido encontradas en medio de luces resplandecientes, símbolo de la gracia que por culpa del pecado hemos perdido y que encontramos en medio de un gran estallido de alegría. Por circunstancias diversas, a veces nos hemos separado de Dios y, sin embargo, nuestra alma lo buscaba, tal vez incluso inconscientemente. Y le buscábamos de la manera más inteligible para nosotros, a través de la Madre. Es como cuando éramos pequeños: si nos encontrábamos en dificultades lo primero que nos venía en los labios era llamar: “¡Mamá!”.

Las vírgenes encontradas siempre llevan a su Hijo en el brazo o en el regazo. Y es que buscando una persona encontramos otra. Es lo que decía nuestro gran poeta nacional, Mn. Cinto Verdaguer: “¡Quien busca a Jesús, lo encuentra en María!”.

En la Iglesia tenemos experiencias continuas de esta solicitud de María para llevarnos a Jesús y para lograr la salvación incluso los pecadores más empedernidos, si es que un día se resolvieron a invocar a María, su Madre. Lourdes y Fátima, modernamente, nos hablan de esta verdad mejor que la fantasía del poeta, a pesar de ser tan bella y tan acertada.

Nada más comenzar su Evangelio, San Mateo nos dice que el Hijo de Dios, hecho hombre, vino al mundo por María, de la cual nació Jesús (Mt 1,16). Y desde entonces, María sigue en su misma función de darnos a Jesús, haciendo nacer, crecer y desarrollarse plenamente a cada uno de los escogidos. Entre Jesucristo y nosotros, María es la mayor medianera que existe. Crecer en el amor a María es crecer en el amor a Jesús.

Y para darnos a Jesús, Dios se sirvió de María, la cual, humilde esclava del Señor, será hasta el fin del mundo quien siga formando a Cristo en nosotros. Por eso vemos que nadie va a la Virgen sin sentir, con su beso de Madre, revivir en su corazón la gracia y el amor de Jesucristo.
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