La alegría llenaba sus corazones

Las lecturas de este domingo guían nuestra reflexión hacia tres temas: las dudas que preceden la fe; la institución del domingo; la propuesta de una vida nueva.
Las dudas de la fe. Los evangelios no ocultan el hecho de que solo con dificultad los discípulos de Jesús llegaron a la conclusión de que él estaba vivo después de haber muerto en la cruz. El primer día de la semana, pasado ya el descanso sabático judío, algunas mujeres del grupo de Jesús fueron a visitar la tumba, para rezar, para llorar, para dolerse de la ausencia del Maestro, como hace cualquier bien nacido con su finado. Aunque se trataba de un propósito descabellado, hasta llevaban aromas para ungir el cuerpo. Todos pensaban que el cadáver seguía allí, donde había sido sepultado al atardecer del viernes.
Esas mujeres fueron las primeras que descubrieron que las cosas no estaban tal como habían quedado el viernes. La piedra que cubría la oquedad rocosa donde había sido colocado el cadáver estaba removida y el cadáver no estaba. De ningún modo saltaron a la conclusión de fe, sino que hicieron la interpretación lógica y natural del hecho. Han saqueado la tumba y se han robado el cadáver. Cuando los varones del grupo, advertidos por las mujeres, constatan los hechos, no llegan a una conclusión diferente; quedaron perplejos. Solo las apariciones de Jesús ayudaron a vislumbrar otras interpretaciones posibles para el hecho de que el cadáver no estuviera. Pero incluso estas apariciones fueron recibidas con dudas, con recelo, con cuestionamientos. El que se aparece, ¿es el mismo Jesús de antes? ¿Es una alucinación o es real?
Entre todos los relatos de las dudas iniciales es célebre el que concierne a santo Tomás. Al atardecer de aquel día en que había sido descubierta la tumba vacía, Jesús se apareció a los discípulos. Tomás, no estuvo para la ocasión. Cuando le contaron, se resistió a creer. Quería pruebas tangibles. Ocho días después, estando Tomás presente, Jesús volvió a aparecerse y le ofreció la oportunidad de obtener la prueba tangible requerida. El evangelista parece indicar que Tomás se contuvo y se conformó con la experiencia visual. La representación artística de la escena en pinturas y esculturas no ha sido tan delicada con Tomás. Pero el relato de las dudas del principio muestra que la fe de ayer y de hoy no es credulidad ingenua ni ficción inspiradora ni conmoción estética ni ideología sectaria ni deducción racionalista. Se basa en hechos cuya explicación más sencilla se alcanza cuando se toma la decisión de admitir que se deben al poder de Dios para dar vida y sentido.
La institución del domingo. Muchas apariciones de Jesús no tienen fecha. Pero las que tienen, ocurrieron en domingo. El pasaje evangélico de hoy es el más claro. Jesús se aparece primero a los discípulos al atardecer del día en que las mujeres habían descubierto la tumba vacía. Tomás no estaba para esa aparición, y pide pruebas para creer. Pero Jesús no se vuelve a mostrar a sus discípulos hasta el domingo siguiente. ¿Por qué no se apareció al día siguiente, lunes, o cualquier otro día de la semana? ¿Acaso no estaban ellos reunidos también en esos días? Este relato no solo remite a la práctica de la comunidad cristiana de reunirse el primer día de la semana para conmemorar el día de la resurrección. El relato va más allá y dice que es Jesús mismo el que dispone hacerse visible, encontradizo, y presente en la asamblea de sus discípulos el primer día de la semana, el domingo.
A partir del relato de san Juan, uno podría decir, que no es tanto la comunidad la que creó el domingo para conmemorar ese día la resurrección de Jesús. Es más bien Jesús, que resucitó el primer día de la semana y se hizo encontradizo los domingos, y así suscitó en el ánimo de sus seguidores el deseo de reunirse ese día, para estar todos juntos para recibirlo y acogerlo al hacerse presente. Si pensáramos el domingo desde Jesús, redescubriríamos que es él quien nos convoca y nos sale al encuentro. Nos habla en su palabra, nos sienta a su mesa en la fracción del pan y nos da su Espíritu que hace posible la comunión fraterna.
La vida nueva. El libro de los Hechos de los Apóstoles en muchos pasajes da testimonio de cómo la fe en Jesús transformó la vida de los creyentes. Uno de esos pasajes es el que hemos escuchado hoy en la primera lectura. Destaca la comunión y unanimidad que los anima. No son creyentes aislados, cada uno viviendo su fe en privacidad. Son creyentes que se unen y comparten, no solo la fe y las oraciones, sino las posesiones y los bienes materiales. No es un sentimiento altruista o el propósito de alcanzar una sociedad igualitaria lo que mueve a aquellos hombres. Más bien el descubrimiento de que Dios es la verdadera riqueza que da consistencia a la vida les llevó a descubrir en consecuencia el carácter puramente instrumental de los bienes materiales al servicio del bien común.
La alegría llenaba sus corazones. Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. La alabanza y el agradecimiento a Dios brotaba de sus corazones. Toda la gente los estimaba. Cuando leemos estos testimonios, esa descripción del pasado se nos convierte en meta para el futuro. Queremos también llegar a ser como ellos. Y a lo largo de la historia de la Iglesia, esa imagen del pasado ha sido estímulo y motivación para los más significativos ensayos de convivencia humana fundada en la fe. Que también nosotros queramos imitarlos. Convocados por el Señor, agregarnos a su número, y contribuir así a la transformación de nuestra sociedad.