La fe: poseer lo que se espera y conocer lo que no se ve

Abraham, el prototipo del hombre creyente, parte de su patria hacia una tierra desconocida, sin saber a dónde iba, guiado por la promesa de Dios. Y además, cuando llegó a esa tierra que Dios le había prometido, vivió como extranjero, pues en realidad esa tampoco era la tierra de su destino final. Él y sus hijos esperaban la ciudad de sólidos cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios.
De igual modo Sara, a pesar de no haber tenido hijos en la edad fértil, cuando ya era anciana y se le había pasado el tiempo de la fecundidad, pudo concebir un hijo, porque creyó que Dios habría de ser fiel a la promesa. Y cuando ese hijo nació y Dios lo puso a prueba, Abraham estuvo dispuesto a sacrificarlo, porque pensaba que Dios tiene poder hasta para resucitar a los muertos, y que el sacrificio del hijo por quien se cumpliría la promesa de una numerosa descendencia no sería un impedimento para que Dios la cumpliera.
El autor de la Carta a los hebreos ve en estos personajes modelos de una fe que va más allá del futuro histórico y temporal. Ellos reconocieron que eran extraños y peregrinos en la tierra. Quienes hablan así, dan a entender claramente que van en busca de una patria. Ellos ansiaban una patria mejor: la del cielo.El autor llama fe a esta capaci-dad de vivir en este tiempo con la mirada puesta en la eternidad. La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven.
Nosotros quizá llamaríamos “esperanza” a esa actitud como forma de vida. Pero esta lectura trae a nuestra conciencia que la vida del creyente tiene como referencia esencial la mirada al futuro de Dios. La fe cuando incide en el presente se transforma en caridad; cuando se dirige al futuro se transforma en esperanza.
También la primera lectura de hoy, tomada del libro de la Sabiduría evoca la noche de pascua. Los israelitas de aquel tiempo supieron de antemano lo que iba a suceder; la liberación de Egipto no fue un acontecimiento inesperado. A través de Moisés Dios dio instrucciones a los israelitas acerca de lo que iba a suceder y cómo debían actuar, pa-ra que se confortaran al reconocer la firmeza de las promesas en que habían creído. De igual modo, Dios abre para nosotros un futuro que supera todas nuestras expectativas: el futuro de la vida con Dios para siempre.
Las personas actuamos con la mirada puesta en el futuro.
Una de las características propias de la persona humana es su capacidad de anticipar el futuro, de vivir en función de un futuro imaginado, que da forma y orientación a las decisiones del presente. Actuamos para conseguir unos objetivos más o menos claros, más o menos alcanzables. Actuamos para alcanzar algunas metas que podemos vislumbrar en nuestro futuro y que caen dentro de nuestras posibilidades de acción. Eso es normal. Lo peculiar de la fe, como la describe este autor sagrado, es que el futuro en el que el creyente pone su mirada es un futuro que Dios nos propone y nos promete y que está fuera del alcance de nuestras fuerzas naturales: es un futuro que Dios da más que un futuro que nosotros fabricamos o logramos. Tener fe es vivir en la dinámica de las promesas de Dios más que en función de las dinámicas de los cálculos humanos. Es un modo alternativo de plantearse la vida, apoyado principalmente, y a veces únicamente, en la promesa y el plan de Dios revelado en Cristo.
El papa Benedicto XVI convocó el Año de la Fe con el fin de invitar a los creyentes a meditar sobre el fundamento y la forma de esa opción de vida. La fe debe ser co-municada. La fe exige de sí misma la transmisión a quienes no la conocen todavía. Con ese propósito, los obispos de Guatemala acabamos de publicar una carta pastoral sobre la fe con el fin de exhortar y motivar a la nueva evangelización para la difusión de la fe. Creí y por eso hablé es el nombre de esta carta pastoral. Esa es una declaración de san Pablo que muestra que la fe mueve a hablar para proclamarla y transmitirla.
Desde esa perspectiva se pueden entender las recomendaciones de Jesús en el evangelio. No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba. Es una propuesta radical, que muy pocos viven con la integridad que la propone Jesús. El tesoro acumulado en el cielo no es solo la suma de las buenas obras realizadas en la tierra; es sobre todo la creciente capacidad de vivir sólo de Dios. De allí la actitud de espera, de atención hacia la venida del Señor. Estén preparados, porque a la hora que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre.
Esa manera de vivir, en la medida en que la asumimos con todas sus consecuencias, otorga una gran libertad para hacer el bien, para dar de uno mismo, para ser solidario. La mirada puesta en el futuro de Dios no debe crear una actitud de indiferencia hacia las realidades temporales, porque la capacitación para acoger ese futuro que viene de Dios se logra por medio del empeño por realizar acciones constructivas y solidarias en el tiempo de esta vida. La vigilancia a la que Jesús invita para aguardar su llegada no consiste en dejar toda actividad para esperar que suceda. La vigilancia se realiza por medio de la oración y del trabajo a favor del prójimo y del bien común en la comunidad en la que vivimos. El futuro que esperamos está más allá de este tiempo, pero ese futuro orienta nuestra conducta de tal modo que introduce en las realidades de este tiempo y de este mundo una dinámica de humanización, de gratuidad y de justicia.
Esto se aclara todavía mejor en la respuesta que Jesús le da a la pregunta de Pedro. Él quiere saber si esta promesa de un futuro que viene de Dios es sólo para los apóstoles o si se extiende a todos. Jesús da una respuesta por medio de una parábola. Pone el ejemplo de un administrador al que se le dan responsabilidades en un negocio. Ese administrador actúa con responsabilidad todos los días, incluso cuando su patrón no está presente. De este modo, el día que su jefe regrese, lo encontrará actuando con responsabilidad, y así recibirá el reconocimiento. Lo pondrá al frente de todo lo que tiene. En cambio, si actúa con negligencia y descuido, pensando que su patrón está lejos y tardará, fomentará el desorden y la despreocupación. El día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente.
Al final concluye: Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más. Jesús pone en relación el futuro con el presente. Ese futuro que Dios da como regalo y como don debe motivar y sostener la acción responsable y constructiva en este tiempo y en este mundo. El pensamiento del cielo no es nunca excusa para la evasión y la negligencia, sino más bien motivación para la acción perseverante en el bien. Incluso la participación en ese futuro de Dios no es igual para todos. Hay una capacitación para participar en el futuro de Dios que se realiza en durante este tiempo presente. Esa capacitación se da de acuerdo con la magnitud de las responsabilidades a las que uno ha sido llamado y también de acuerdo con la dedicación y empeño con que uno las ha desarrollado. El Señor aumente nuestra fe y nos ayude a vivir de sus promesas cada día con mayor integridad y transparencia.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de los Altos, Quetzaltenango-Totonicapán