Para que pienses en tu libertad y en la verdad

Siempre me ha impresionado la parábola de la cizaña. Pero cuando el domingo pasado volvía a escucharla, quizá caló en mi existencia con más hondura aún. Y me di cuenta de la realidad fundamental que es el ser humano. El ser humano es libertad: así nos ha creado Dios. No solamente nos da libertad, somos libertad. La libertad no pertenece al ámbito del tener, sino del ser. La libertad es dimensión esencial y constitutiva de la persona humana. ¿Qué dice la parábola?

Entre otras cosas, esto: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino el enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña” (Mt 13, 24-26). Dios nos ha creado y nos ha mandado a este mundo para ser libres, para ser trigo, para ser planta buena, que alimenta y da vida y hace crecer a los demás. En este campo que es este mundo, el Señor te puso a ti y a mí para ser buena semilla y crecer como buena planta. Pero el enemigo está presente y desea quitarnos la libertad; por eso y para eso planta la cizaña. Esta semilla, cuando se hace planta, ahoga todo lo que está a su alrededor. Es más, quien se alimenta de ella, pierde la libertad, pierde su ser y muere. Y es que esta semilla cuando se hace planta, también da espigas como el trigo, pero es venenosa y mata, no engendra vida, entre otras cosas porque no procede de quien nos da la libertad.

No podemos renunciar a ser la semilla de Dios y por tanto a crecer y hacernos plantas que dan vida y libertad. ¡Qué inmensa grandeza para un ser humano vivir y ser plantación de Dios! Es una dimensión irrenunciable. Estamos obligados a ser libres. Y bien sabes que la libertad verdadera se traduce necesariamente en responsabilidad. Dios hace al ser humano responsable, en el doble y original sentido que tiene esta palabra: capacidad para responder y urgido a responder. Es verdad que Dios nos hizo tan libres que en su campo se da lo que Él ha plantado y lo que plantó el maligno: “Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero” (Mt 13, 30). Te voy a decir algo que sabes muy bien, pero que, quizá, no has reflexionado en todas las consecuencias que tiene: los otros seres del universo están hechos, terminados, concluidos. En ellos se da un desarrollo biológico celular y son capaces de evolución, pero no de perfeccionamiento en el sentido estricto que tiene esta palabra. El ser humano, por designio amoroso de Dios, tiene la misión de ir haciéndose ininterrumpidamente, como artífice de sí mismo y de su propio destino. Esto es un privilegio, pero es una responsabilidad.

La libertad es, ante todo, un don de Dios. Es más, tiene todas las características que son esenciales para que sea un don verdadero, pues es enteramente gratuita y se ha de acoger y reconocer con un profundo sentido de gratitud. Ahora bien, los dones de Dios son siempre germinales, necesitan de cultivo, de atención, de cuidado. Sabes muy bien que son dones dinámicos y, por tanto, llevan dentro de sí mismos como una exigencia de desarrollo y crecimiento progresivo. Ese “dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega” (Mt 13, 30a), es una muestra de la libertad que Dios nos ha otorgado. Podemos mantenernos limpios y por ello ingresar en el granero cuando Dios lo quiera, o podemos dejarnos invadir por la esclavitud que trae consigo el contagiarnos de la cizaña. La libertad y la liberación son tarea permanente, quehacer ininterrumpido y progresiva conquista.

¿Cómo alcanzar nuevas cotas de libertad? Te aconsejo algo muy sencillo, pero esencial: vive como Jesús y como María. Es decir, vive enteramente para otros: para Dios y para los hombres. Permíteme hacer esta reflexión en voz alta que, creo, es muy importante para este tiempo que vivimos: lo que sea nuestra tierra será el resultado de lo que se piensa sobre el mundo, el hombre y Dios. De ahí la importancia de vivir la comunión con Jesús, con el Hombre verdadero, con Dios mismo que se hizo Hombre para revelarnos quién y qué debe ser el hombre. Porque esas tres realidades –mundo, hombre y Dios–, determinan la forma concreta en que el hombre proyecta su existencia hacia un fin y a la luz del cual va realizando todos los trabajos de su vida cotidiana. Mira y fíjate en esto: la diferente intensidad de percepción, valoración y soberanía que el mundo, el propio hombre o Dios vayan teniendo, configura a cada época un sentido u otro. Por eso la vida cristiana tiene que demostrar, es decir, tiene que hacer ver con argumentos convincentes, que es capaz de forjar auténticas personalidades humanas, realizadas y maduras y por eso mismo felices. Aquí es donde entiendes: “El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo” (Mt 13, 24b).

Tú tienes que hablar siempre primero sobre Dios y, mejor aún, dejar que Dios te hable primero. Porque te voy a decir que quien habla primero sobre Dios, habla consecuentemente de una forma sobre el hombre y sobre el mundo. Y quien, en cambio, habla primero sobre el mundo está implicando unas afirmaciones sobre Dios y sobre el hombre. Y quien habla primero sobre el hombre, ten la seguridad, no llega a su última profundidad hasta que no ha hablado sobre Dios. La verdadera personalidad integral de un cristiano consiste en ser verdad como Jesús en sus actitudes vitales, en su entrega total de sí mismo a Dios y a los hombres, en pensar como Él, en tener y en ir asimilando progresivamente sus mismos criterios, su lógica y su mentalidad. ¡Qué fuerza adquiere el ser humano cuando se siente sorprendido ante sí mismo y abierto a Dios, desde su inserción en el mundo! “Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les contestó: Algún enemigo ha hecho esto” (Mt 13, 27b-28a). Vivir siempre conscientes de que somos plantación de Dios es nuestra gran tarea y nuestra gran misión: sé mensaje y palabra de Dios para todos los que viven en tu entorno. Proclama que todo es relativo con respecto al absoluto que es Dios, que se nos ha manifestado en Jesucristo.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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