El retruque como política

Nunca pensé que la práctica de un deporte infantil de tan gratos recuerdos como el juego de metras pudiera gozar de actualidad en este país al revés en el que vivimos. Una de las habilidades que lo convertían a uno en un temible jugador de canicas era, tener puntería claro está; pero más aún, el dominio de saber pegarle de lado a la metra enemiga para quedar cerca de otra que asegurara el seguir jugando; y, tener dominio del retruque: pegar y echar para atrás, retroceder para no quedarse clavado en el rayo o huir a suficiente distancia para no ser blanco fácil del contrincante.

Tenemos un estilo de jugar a la política que requiere dominio de tácticas no reseñadas en los libros tradicionales del arte de gobernar. Debemos tener la suficiente suspicacia para darse cuenta de que cuando se acusa “al otro” de algo es porque eso es lo que se está acostumbrado a hacer. De retruque le endilgamos al contrario el defecto de lo que aquellos consideran viveza, permitida porque para algo se tiene la sartén por el mango. Jugar a la “irresponsabilidad” porque nada de lo malo que sucede es producto de una errada política sino sencillamente es el fruto de las zancadillas que el otro pone, y no nos deja gobernar. Es otro retruque.

Llamar estrepitosamente a defender la soberanía de lo que nos quieren arrebatar porque es nuestro, cuando se ha jugado a complacer y regalar al otro para que esté con nosotros, y encontrarse con que nos sale respondón, porque los regalos se reciben pero no tienen por qué generar la reciprocidad del agradecimiento y la sumisión. No nos los quitarán, de ninguna manera, porque somos patria y lo defenderemos hasta el final. Y a eso lo llamamos paz, no es sino otro retruque para ver cuán malos son nuestros vecinos con nosotros que hemos sido tan buenos que nos sentimos ofendidos por venirnos a decir ahora que “nanai nanai”.

Tenemos el mejor sistema electoral del mundo, impecable, comprobado por nuestros amigos; pero que no se le ocurra a cualquiera venir a observar, porque aquí no vienen sino los nuestros. Igual pasa con los derechos humanos. Nadie como nosotros los respeta y promueve. Las muertes, las torturas, las ejecuciones, son hechas por infiltrados. Libertad de prensa como aquí, en ninguna parte. Son malintencionados los que señalan que aquí se coartan los derechos de los demás.

De retruque en retruque, vamos retrocediendo en el ejercicio de una ética que sólo premia y justifica a quienes están plegados al poder. Los demás son unos desalmados y apátridas. “En la cultura predominante, nos dice el Papa Francisco, el primer lugar está ocupado por lo exterior, lo inmediato, lo rápido, lo superficial, lo provisorio, Lo real cede el lugar a la apariencia” (Evangelio de la alegría 62). Tal vez un jueguito tan inocente como el de las metras nos enseñe a valorar lo recto y no andar siempre de retruque culpando a los demás, cuando la responsabilidad es propia y no ajena.

Mons. Baltazar Enrique Porras Cardozo
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