Ancianos, mujeres y niños Los mártires de El Mozote, la sangre del Pueblo es la sangre de Cristo

Los mártires de El Mozote, la sangre del Pueblo es la sangre de Cristo
Los mártires de El Mozote, la sangre del Pueblo es la sangre de Cristo

Entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981, el ejército salvadoreño masacró en El Mozote y localidades cercanas a 600 ancianos, 700 mujeres y 150 niños.

Según el testimonio de Rufina Araya, una de las sobrevivientes: “Ellos estaban vendados y amarrados de manos, los hombres eran sacados de la iglesia y fusilados. Los pocos que quedaban agonizando eran brutalmente decapitados con golpes de machete en la nuca.

Se trata de la matanza más sanguinaria en la historia de América Latina y un hecho sin precedentes en el que un ejército masacró sin piedad a la sociedad civil desarmada, sin enfrentamiento alguno.

Pero el Pueblo salvadoreño aguarda con la esperanza de la Resurrección a que el Dios de la Vida les haga justicia para que “los verdugos no triunfen sobre las víctimas”.

“Vi una multitud enorme que nadie podría contar, vestidos con túnicas blancas y palmas en la mano (…) Estos son lo que han salido de la gran tribulación y han blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero (…) Él les guiará a fuentes de Agua Viva y secará las lágrimas de sus ojos” (Ap 7, 9-17)

Entre el 10 y el 13 de diciembre de 1981, el ejército salvadoreño masacró en El Mozote y localidades cercanas a 600 ancianos, 700 mujeres y 150 niños.

El batallón Atlácatl, un grupo del ejército salvadoreño encargado de poner fin a la guerrilla y formado en la Escuela de las Américas, invadió en el caserío de El Mozote en la zona norte de El Salvador que limita con Honduras. Este batallón es el mismo que ocho años después asesinaría al jesuita Ignacio Ellacuría, a sus compañeros y a dos mujeres en la UCA.

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En ese momento, su objetivo era localizar y eliminar al Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la organización política que había elegido la guerrilla como el medio para terminar con la pobreza extrema y las muertes de campesinos y obreros y con la nefasta influencia de los Estados Unidos en la política nacional que vivía el Salvador.

El Mozote estaba lleno de gente que se había refugiado por el temor del operativo. Las pocas casas reunidas en torno a una plaza pública quedaron vacías porque los militares exigieron a toda la población que abandonara sus viviendas y se concentrara en la plaza. Una vez reunidos fueron interrogados por los soldados sobre las actividades de la guerrilla en la zona y luego obligados a encerrarse en sus casas y amenazados de muerte si a alguno se le ocurría salir a la calle durante el resto de la noche.

En la madrugada del 11 de diciembre el batallón reanudó los interrogatorios. Los habitantes fueron divididos entre hombres, mujeres y niños y encerrados por separado en la iglesia, en un sitio conocido como "el convento".

Los soldados formaron a grupos de 5 personas para preguntar de forma intimidante todo lo que supieran sobre el movimiento insurgente. Con las técnicas de la Escuela de las Américas el interrogatorio se traducía en torturas para los miembros del grupo.

Según el testimonio de Rufina Araya, una de las sobrevivientes: “Ellos estaban vendados y amarrados de manos, los hombres eran sacados de la iglesia y fusilados. Los pocos que quedaban agonizando eran brutalmente decapitados con golpes de machete en la nuca. A las doce del mediodía ya habían terminado de matar a todos los hombres. Mi esposo, Domingo Claros, fue uno de los primeros en morir. Iba en uno de los primeros grupos, pero comenzó a forcejear y le dispararon. Estaba vivo, un soldado se acercó y con un machete lo degolló. Las mujeres no corrieron mejor suerte. Los soldados entraron a la fuerza en la pequeña casa y comenzaron a seleccionar a las mujeres más jóvenes. La mayoría de madres se opuso, pero fueron sometidas con golpes de culata de fusil o a patadas”.

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Una vez finalizados los interrogatorios, asesinaban a todos los que encontraban para borrar cualquier evidencia. La plaza, el convento y la iglesia veían pasar ríos de sangre y un montón de cuerpos apilados mientras la masacre continuaba. Los militares fueron especialmente sádicos con las mujeres y los menores. Muchas de ellas fueron violadas y posteriormente decapitadas.

Un testigo que ha permanecido en el anonimato durante todo el proceso de investigación, que fue obligado a servir como guía por los oficiales del Atlacatl, reconoció que: “Las adolescentes fueron violadas durante todo ese día. Los soldados bromeaban sobre lo mucho que les habían gustado las niñas de doce años. Después de violarlas, los soldados las mataban a tiros o las decapitaban. Las mujeres fueron asesinadas con el mismo método practicado a los hombres: se les transportaba en grupos de cinco y se les fusilaba; posteriormente se decapitaban los cadáveres o a las agonizantes".

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Estos crímenes se repitieron en otras localidades vecinas de El Mozote durante al menos tres noches. Se trata de la matanza más sanguinaria en la historia de América Latina y un hecho sin precedentes en el que un ejército masacró sin piedad a la sociedad civil desarmada, sin enfrentamiento alguno.

El gobierno salvadoreño negó sistemáticamente la masacre y sepultó cualquier posibilidad de investigación en 1993, cuando la Ley de amnistía general promulgada meses atrás cerró el caso con total impunidad. A inicios de 2017 se esbozó una posibilidad para hacer justicia, luego de que un tribunal salvadoreño reabriera el caso, cuando se logró la anulación de la ley de amnistía.

El Ejército del Salvador nunca ha reconocido hasta el día de hoy su participación en la masacre y asegura no tener ningún documento de la época que corrobore esos hechos o la intervención de sus fuerzas en estos poblados.

El actual gobierno de Nayib Bukele ha bloqueado una inspección judicial a los archivos secretos del ejército sobre la masacre El Mozote. Las organizaciones de DDHH aseguran que: "El presidente Bukele incumple su responsabilidad constitucional de promover la paz y armonía social, pero también infringe los estándares internacionales que le obligan no solo a proteger los derechos humanos de los defensores, sino también a ser promotor de tales derechos".

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En definitiva, a cuarenta años de la masacre, la impunidad aún ampara a los asesinos. Pero el Pueblo salvadoreño aguarda con la esperanza de la Resurrección a que el Dios de la Vida les haga justicia para que “los verdugos no triunfen sobre las víctimas”.

Cada anciano, cada mujer, cada niño asesinado en El Mozote, nos acompañan hoy en la Memoria viva del Resucitado que también fue Crucificado como ellos.

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