APRENDER A RENUNCIAR

Malos augurios para niños y niñas cuando sus padres no los educan en la renuncia, cuando les conceden todos los caprichos que están en su mano. ¡Qué difícil para ellos la edad adulta en los momentos de frustración! El deseo siempre está a flor de piel en la persona. Y cuando disponemos de bienes económicos, nos dejamos llevar de la fiebre del capricho con suma facilidad, si no ha habido entrenamiento en nuestra niñez y juventud en practicar pequeños sacrificios.



“La publicidad caracteriza a las mujeres como fatigadas, estresadas, insatisfechas e inseguras corporalmente. Los productos son lanzados al mercado para dar respuesta al malestar de las mujeres, pero éstos no cubren sus demandas, ya que el malestar se debe a condiciones de género” – dice el Instituto de la Mujer. Pero también el hombre, en aficiones más de tipo masculino, es víctima de la publicidad. Gastar, gastar, tener de todo, satisfacer todo capricho. Es una enfermedad moderna. Y en el fondo siempre la insatisfacción, el vacío, la nada. No merecía la pena. La casa se llena de cacharros para arrojarlos a la basura unos meses más tarde y llenarlos de nuevo con más trastos inútiles. El mal nos entra por los ojos. Si no poseemos lo deseado, frustración. Si lo conseguimos, insatisfacción.
Tarde o temprano debe llegar a nosotros la “conversión”, la verdadera madurez, la salud psíquica. A buen seguro que nuestros antepasados no podían vislumbrar este mal absurdo que nos atenaza. Las modas, los anuncios, nos estimulan; y más a quienes nunca aprendieron la difícil virtud de la renuncia voluntaria. El modelo de mujer eternamente joven se nos ha metido hasta lo más profundo del alma; es preciso gastar dinero para suprimir arrugas, quitar años de manera artificial. En el hombre, conservarse en forma; para ello no es suficiente el ejercicio moderado, el deporte tradicional: hay que buscar otros modos de relajarse y renovarse más sofisticados, aun cuando suponga ello el dispendio económico.

Cada uno es dueño de sus actos, cada cual manda en sus decisiones, pero es necesario conseguir ser señor de sí mismo. Y el único camino para ello es tener espíritu de renuncia; aprender a superarse con el sacrificio voluntario día a día. Es la gimnasia necesaria del espíritu. En nuestra juventud los educadores nos exhortaban a ello en las pláticas formativas y en la dirección espiritual. De una manera o de otra es necesario enseñar a niños y jóvenes a superarse. Cuantos llegan a la edad adulta sin haber conseguido esta noble virtud, se dejan llevar del capricho, de la moda, del consumismo. Y al no lograr por ese medio la felicidad, la frustración y tristeza anidan en sus corazones. Aunque sea con retraso, es necesario aprender a renunciar al capricho como medio de una mejor salud mental y espiritual de la persona.
El consuelo mayor en los momentos supremos está en la confianza en el Señor, y la tranquilidad de conciencia de haber vivido en combate con el egoísmo y con los ojos abiertos para ayudar a nuestros semejantes; la satisfacción del deber cumplido; mi fe y mi amor a Dios.
Vivir preparados para todo. Porque del Señor venimos, en Él vivimos, y del Señor somos.

José María Lorenzo Amelibia
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