Doce hombres boquiabiertos están mirando desde hace rato hacia arriba, como atontados. De pronto se estremecen: un Ángel se les presenta y les dice: “Varones de Galilea: ¿qué hacéis mirando al Cielo? Sabed que este Jesús que se ha ocultado a vuestros ojos, pronto volverá con igual majestad”. La Ascensión nos habla de alturas.
Cristo ha subido a los Cielos. No por arte de magia ni como un globo hinchado. Ha ascendido por su propia virtud. Ha subido para enseñarnos el camino de las alturas. No podemos arrastrarnos como culebras por el suelo. Los cristianos hemos de padecer el “mal de las montañas”. Buscar las cosas de arriba. Gozar de las cosas de arriba.
Todo es esperanza en este día. Si nuestra cabeza, Cristo, se ha senado a la diestra del poder de Dios, nosotros sus miembros le seguiremos. Pero antes tenemos que subir la montaña, subir a las alturas en verdadero alpinismo del espíritu.
“¿Qué hacéis mirando al Cielo?” No podemos estar siempre con los ojos en alto. Hay que caminar. Con Jesús han subido al monte sus amigos. Le han contemplado en su ascensión. Ahora deben bajar a la realidad dura, hecha con el esfuerzo de cada día. Así ha de ser nuestra peregrinación por la tierra. La contemplación de Jesús nos da la fuerza para el diuturno caminar. No es una droga ni un analgésico. Es un ideal que estimula nuestra conducta y mueve nuestra indolencia.
“Pronto vendrá”. Jesús no está lejos de los que ahora sufren, luchan y parecen sucumbir en el cansancio. Vendrá con el mismo poder y gloria. Y veremos deshacerse las cadenas. Entretanto, nuestra subida lenta, laboriosa, en fatiga y a veces en soledad. Pero Él está cerca.
José María Lorenzo Amelibia
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