Muchas veces lo habías intentado. Gustabas caminar solo por el monte y las praderas; tomabas siempre la precaución de dejar una nota en tu hogar descriptiva de los lugares de tu recorrido. Atravesando senderos de las montañas creció tu ferviente anhelo por la naturaleza y su Creador.
Recuerdas ahora cuántos meses tardaste en encontrar la pista verdadera de tus cumbres favoritas. Te resultaba penoso. Mil veces habías pretendido llegar a la cima, y otras tantas tenías que regresar sin conseguir tu propósito. Al fin hallaste el camino verdadero. Y has conseguido disfrutar horas y días desde la altura: el paisaje era de ensueño, el aire puro. Tu espíritu trascendía las montañas..
Así es en tu vida interior. Has intentado una y mil veces encontrar tu senda de la virtud. Con frecuencia el desaliento cundió en tu corazón: tal vez ahora lleves el alma envuelta en la atmósfera de la tibieza o frivolidad. Quizá te halles en un descanso prolongado y sin deseo eficaz de sacudir la pereza.
Ha llegado la cuaresma.
Montañero del espíritu: coloca a tus espaldas la mochila y toma en tu mano el bastón. Lánzate con vigor juvenil en busca de tu vereda, ¡la tuya!, directa hacia las cimas de la perfección.
A cada uno ha designado la Providencia su ruta propia. Hemos de encontrarla y seguirla con diligencia.
Tú, enseñante de rutas e ideales en el quehacer diario y sembrador del mensaje de Jesús, sigue en tu noble propósito: ¡Hasta las cumbres, todos juntos!
José María Lorenzo Amelibia
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