Hasta hace pocos años, ni siquiera teníamos idea de que podía existir cárcel en el Vaticano. En mi ya larga vida siempre recuerdo que si algún clérigo delinquía, era llevado a un convento, donde cumplía su penitencia en total régimen interno. ¡Y hemos conocido casos abundantes! Es cierto que se trataba en tiempos de régimen de cristiandad, y por concordatos entre la Santa Sede y distintos estados. Del Vaticano en cuanto a castigos, nadie hablaba. Nada sabíamos.
Pero no se trata de un mero caso de prisión; el problema es más hondo: la Santa Sede disfruta del Estado más pequeño del mundo. Esto a todas las luces es un mal, puesto que Jesús nada tuvo que ver con los poderes de este mundo. Pero tal vez en las actuales circunstancias podamos considerarlo como mal menor, porque el hecho de que el Papa fuera un ciudadano más, traería serios problemas a los católicos. Pero el mal existe.
A lo largo de la historia, las cárceles eclesiásticas han sido frecuentes incluso en conventos. Se leen casos crueles de monjes emparedados. Y… la terrible inquisición, que jamás he podido comprender; verdadera lacra histórica. En aquellos tiempos incluso muchos veían normal la cárcel, las torturas y la pena de muerte sentenciada en tribunales de Iglesia y ejecutada por el poder civil. Pero los tiempos han cambiando y ni en mi juventud y madurez había oído mencionar jamás la cárcel del Vaticano.
Fue hace pocos años, siendo Papa Benedicto XVI la primera vez que se mencionó esta prisión eclesial, a raíz de la revelación de secretos de Estado por un secretario del papa. Ahora, está prisionero un clérigo español por haber revelado también secretos. ¡Cárceles en el Vaticano! Y parece normal a muchísimas personas, que no se formulan el porqué del Estado más pequeño del mundo.
Por cierto, eso sí, se trata de mayor sobriedad que en los tribunales de las naciones la imposición de penas que conllevan presidio. El Papa aplica la benevolencia, el indulto, la mitigación... Pero… la verdad, no me cuadra. Y menos aún en este año de la misericordia. Y aún menos, con el talante comprensivo, humano, edulcorado de nuestro papa Francisco. ¡Cuánto queda por cambiar en la Iglesia! Francisco solo ha comenzado. Al menos nos ofrece otra imagen distinta. Por algo se empieza.
José María Lorenzo Amelibia
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