No me refiero a los juicios de películas. Mi pensamiento se centra en la enfermedad o en las desgracias causadas por accidente: "¡Por qué se me habrá ocurrido coger la curva con tanta velocidad!"
Andaba Alfonso en una silla de ruedas. "Un año por lo menos - me dijo - tendré que sufrir esta terrible penitencia por haber tomado aquella curva sin precaución. ¡Un año inútil!" Y le daba vueltas a su cabeza. Se sentía culpable.
Y es que existen enfermedades "culpables" y también "inocentes". Estas últimas no provienen de imprudencias ni de causas delictivas. Han llegado por sorpresa; sin que pudieran preverse. O tal vez hemos sido víctimas de los gérmenes patógenos por necesidad o ignorancia.
Otras veces la enfermedad nos invade por imprudencia - como a Alfonso -, o por excesos en la comida, o por drogas, o por vicios de tipo sexual. En estos casos, una vez arrepentidos de las propias culpas, más vale no darle vueltas a la cabeza. No es preciso inculparse a todas las horas. Tan sólo se consigue agravar el mal. "¡A lo hecho, pecho!" - diría mi abuela. ¡Y con razón!
Es preciso levantar el ánimo; elevar la mirada hacia lo alto.
escarmentar en la propia cabeza. Es tan grande la bondad de Dios que estos avatares también caen dentro de su Providencia y misericordia. El Señor no deja de ser Padre porque hayamos sido pecadores. La actitud cristiana y humana en estos asuntos es pedir perdón a Dios por los pecados que han provocado esta enfermedad o accidente. Por los propios y por los de nuestros compañeros que tal vez no hayan tenido tan "mala suerte". Aprovechar esta oportunidad para convertirnos al Señor. Y todo esto con esperanza y confianza.
Alfonso es un amigo mío muy lejano con quien me comunico por internet. Comencé consolándole, diciéndole estas cosas que levantaron su corazón hacia el Señor. Hoy me edifica con su actitud. Ha renacido en su alma un espíritu nuevo. Pasa muchas horas solo, lejos de la familia, en otra nación, en una casa de beneficencia regida por unos frailes buenos. "¡Oh feliz culpa!" - suele decir -. Porque su corazón ha cambiado. Y Dios escribe derecho con líneas torcidas.
¿Y las enfermedades inocentes? No desesperar por ellas. Tener siempre una visión trascendente. Mientras pones los medios y aguardas la curación, tienes tiempo para reflexionar y para orar. Una enfermedad puede convertirse en una temporada de retiro espiritual. No matemos el rato sólo con unas revistas y con la televisión. ¡Estamos tan necesitados de tiempo para meditar, para lecturas que nos lleven a Dios...!
José María Lorenzo Amelibia
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