Un amigo me escribía; dentro del sobre me introdujo una sencilla
hoja de calendario que así decía:
"Qué es un amigo? Yo te diré. Es una persona con quien te atreves a ser tú mismo. El no quiere que seas mejor o peor. Cuando tú estás con él te sientes como si fueras un prisionero que acaba de ser declarado inocente. No tienes que estar tenso. Puedes decir lo que piensas, mientras seas realmente tú.
El comprende esas contradicciones en tu naturaleza, que lleva a otros a juzgarte mal. - Con él respiras libremente. Puedes dejar salir tus pequeñas vanidades y envidias, odios y chispas malévolas, tus maldades y absurdos, y, al mostrárselas a él, se pierden al disolverse en el blanco océano de su lealtad. El comprende. No tienes que tener cuidado. Puedes abusar de él, olvidarlo, tolerarlo. - Lo mejor de todo es que puedes estar callado con él. No importa. El te quiere. - Es como el fuego que quema los huesos. El comprende. -Tú puedes reír con él, rezar con él, llorar con él. A través de todo, él te ve, te conoce y te ama. .¿Un amigo? ¿Qué es un amigo? Sólo uno, repito, con el que te atreves a ser tú mismo."
Leí esta hojita con atención; me entusiasmó. Después, me llenó de emoción el contenido de la carta. Decía así:
- Yo quisiera ser para ti un amigo como el de la hoja que te mando. Yo lo único que cambiaría es la segunda línea. En la verdadera amistad es indispensable, me parece, que ambos deseen ser mejores, según pasa el tiempo. Aunque muchas veces se influye mutuamente casi sin notarlo. Por ejemplo: Tú has influido mucho en mí desde que éramos pequeños con tu paz y serenidad; con tu forma de escuchar en la conversación, con otras mil cosas, que discurriendo aparecerían. Así influimos los amigos para el bien unos con otros. Purificarse es esencial. Y debe ir unido con la oración. Las pruebas continuas que estás padeciendo en tu vida te purifican, van labrando poco a poco en ti la indiferencia por los honores y demás bobadas de la tierra.
He disfrutado durante mi existencia ya madura de largos años de amistad natural y espiritual. Te deseo este gran don de Dios. Es preciso fomentarlo y conservarlo.
José María Lorenzo Amelibia
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