Cuidado con los moralistas

de creerse poseedores de toda la verdad y moralidad.

Crítica Constructiva

Cuidado con los moralistas

Nos decían en el seminario en plan de broma, cuando comenzábamos los estudios de Teología Moral: “Cuidado, si pierdes la cartera, que no caiga en manos de un moralista, que no la encontrarás”. Tenía miga el asunto. Y es que entonces – y también ahora – hacían estos doctores mil triquiñuelas para llevar el agua a su molino.


Durante dos cursos enteros nos explicó esta asignatura un hombre bonachón, simpaticón, y a la vez muy seguro de sí mismo. Demasiado. A mí me gustaban las cosas claras y bien razonadas, pero aquel hombre no le gustaba mucho razonar; le cansaba el dar razones. Por lo visto él todo lo veía claro, pero nosotros no. En una ocasión, en uno de sus muchos asertos sin demostrarlos, le espeté: “Y eso ¿por qué, Don Juan?” Y él con una sonrisa simpática pero no convincente, me respondió muy tranquilo y seguro: “Porque sí”. Y yo me dije para mis adentros: “¡No te fastidia!” Y me callé. ¿Qué iba a hacer?

La manera de obrar y razonar de nuestro querido maestro, durante aquellas décadas no era infrecuente. Y hoy en ciertos ambientes , ciertas personas también quieren imponer su opinión, su parecer, su “moral”, sin razonarla, porque sí, como nuestro bonachón profesor nada convincente.

En otras ocasiones he referido el caso de un prelado que a un sacerdote quiso también imponerle un criterio suyo como norma de conciencia. Y el pobre obispo no se daba cuenta de que su interlocutor conocía la teología moral mil veces mejor que él mismo.

Pero a lo que voy: no hay derecho a que un superior o igual quiera dominar la conciencia bien formada de nadie. Y si a juicio del “superior”, el “súbdito” tiene la conciencia mal formada, lo menos que podía hacer es razonarlo. No me gustan la palabras superior ni súbdito en estos asuntos, a no ser que el tal jefe sea mayor en edad, y el mal llamado súbdito sea su alumno en período de formación.

Pero entre personas adultas lo menos que podemos hacer es respetar la conciencia del otro. Está reconocido dentro de los derechos humanos (art. 18) y en el mismo catecismo de la Iglesia católica nº 2106. Pero con gran pena hemos de confesar que ayer y hoy sigue habiendo personas irrespetuosas de los derechos más elementales; y con la gran soberbia

José María Lorenzo Amelibia
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