NUNCA DESANIMARSE

A sacerdotes, diáconos, seminaristas, religiosos de ambos sexos

A mí me suele ocurrir que cuando más fervoroso estoy, cuando me parece que va a ir todo bien, ¡zás! un enfado, una crítica nada constructiva, ¡todo lo he echado a perder en unos minutos! Otras veces me domina la desidia, la pereza, la dejadez. No me determino a luchar más que a media marcha. Y es necesario ir venciendo y lograr pequeñas metas de perfección cada día.


No sé si te sucederá algo parecido. Pero pienso que es el
momento de no desalentarse, sino recibir la humillación y seguir caminando poniendo en El nuestra esperanza. Y ver en esto también la Providencia de Dios para nuestra propia humildad.

Es verdad: en nuestra naturaleza de hombres existe gran
debilidad. Y debemos aguantarnos sobre todo a nosotros mismos.
¡Qué paz y qué dicha trae ver a Dios en todos los sucesos,
incluso en la humillación que suponen las propias imperfecciones! Vamos a pedirle a Jesús que nos vaya enseñando a sobreponernos,
que nos enseñe a luchar contra nuestros propios defectos.

Siempre recuerdo los años de mi adolescencia. Grandes ideales
eran acompañados por fracasos notables. El padre espiritual nos hacía reflexionar. Eran tiempos en que el equilibrio interior no era lo más frecuente.

Cuando llega la madurez, también existe este riesgo. Hemos de
recordar lo que nos dice la Palabra de Dios sobre los "Cedros del Líbano" que caen.

Levantarse todas las mañanas. Saber convivir con nuestra debilidad. Esto no quiere decir ausencia de lucha. Todo lo contrario.
Me decía un amigo eremita: "Siempre hemos de estar delante del
Señor con la mano extendida, como el mendigo".

Y viene a mi pensamiento ahora aquella oración al Corazón de
Jesús tan expresiva, que en los meses de Junio recitábamos con devoción: "Mirad que soy muy pobre, y necesito de Vos como el mendigo de la limosna que el rico le ha de dar."

Vamos a repetírsela al Señor continuamente.

José María Lorenzo Amelibia

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