LA DEVOCION Y EL FERVOR

Cuanto más leo y medito, mayor suele ser mi devoción y fervor. Es una rueda que siempre va en aumento. Como los aludes de nieve que se deslizan por las montañas. Yo sé que no es lo más importante la devoción y el fervor, sino la caridad que habita en nuestros corazones. Pero podemos decir que la caridad es el fuego y la devoción y el fervor la llama. Por eso nos encontramos mucho más animados cuando llevamos dentro de nosotros el fervor. Y por eso calentamos más a los demás cuando somos devotos de verdad.


¿No has notado que cuando te encuentras del todo fervoroso te cuesta muchos menos el sacrificio? Dios premia nuestra generosidad con el fervor verdadero. Y purifica nuestros desvíos sensuales con la aridez en la oración. Los verdaderamente santos, casi siempre se han encontrado con fervor, paradójicamente incluso en las noches oscuras.

¡Cuántas veces nos domina el "qué pensarán los demás de mí", el quedar bien ante la gente, el prestigio total... Ni nos damos cuenta de que al poco tiempo de morirnos, fuera de las personas íntimas de verdad, todos nos van a olvidar...

Vamos a pedirle al Señor su verdadera sabiduría.

La devoción, si es verdadera, ha de ser desinteresada. entregarnos a Dios con toda energía de que seamos capaces. Aun en medio de la desolación. Jesucristo se entregó al Padre cuando se encontraba en lo peor de la pasión, próximo a morir. No tenía ya fuerzas, y le dijo al Padre: "¿Por qué me has desamparado?" Así; entregarnos aun en los momentos peores. Con confianza. Con generosidad. Conservar vivo también en los momentos duros el espíritu de oración. Con suspiros o con gestos internos. Unidos siempre a nuestro Dios. Y en los momentos de consuelo, acercarnos de verdad a este "Fuego devorador", cuanto más nos acerquemos, mejor nos abrasaremos y tendremos fuerza de persuasión hacia cuantos nos escuchen o vean, y fuerza para seguirle en los momentos más duros.

Santo Tomás de Aquino dice que con frecuencia los más sencillos y las mujeres abundan en devoción y son más capaces del amor divino que los muy entendidos y sabios. Esta misma idea abunda en Arintero. Y siempre recordará con gran emoción lo que leía de San Ignacio de Loyola: buscaba la compañía de una sencilla mujer para hablar de las cosas de Dios. Lo intentó con muchas otras personas de letras; gente entendida en teología e incluso en cuestiones de espiritualidad y no lo halló. Es difícil
encontrar un amigo con quien poder conversar de estos temas. Una vez encontrado, conviene seguirlo; no abandonar este trato espiritual por incuria.


José María Lorenzo
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