Orfandad espiritual acomodarnos con la ayuda de Dios  

  Feliz el hombre ferviente que disfruta del privilegio de un santo director en su andadura hacia Dios. Si en los asuntos temporales necesitamos padres y guías, mucho más en lo referente al espíritu. Pero no todos pueden gozar tamaño bien. Así me escribía un amigo: “Ha muerto mi padre espiritual. Siento ahora la gran necesidad de apoyo en el camino de la virtud.”

Mi amigo -hombre santo- seguía entregado por completo al servicio del prójimo, prescindiendo de sus problemas personales. La experiencia de orfandad en la vida espiritual se adelanta con frecuencia a la edad biológica de la madurez. Es preciso encontrar en esos momentos la figura de “hermanos en la fe”: grupo de amigos comprometidos en la ayuda mutua para caminar hacia Dios. Ser unos para otros estímulo, consuelo, fuerza, desahogo, e incluso guía en determinadas ocasiones.

            Los amigos en la fe forman grupos de al menos tres personas. Se reúnen para conversar de Dios; ser unos para otros, estímulo. Celebran con gozo la Palabra del Señor; se escriben cuando la distancia los separa; consultan entre sí las dudas y problemas. Sobre todo, se aman con una amistad natural, elevada por el Señor a miles de quilates, porque “nos congregó en la unidad el amor de Cristo.”

            Es hora de quitar los tapujos encubridores de la bondad del corazón, de remover respetos humanos cuando se trata de hablar de las cosas de Arriba desde el fondo de la experiencia religiosa, porque “la caridad de Dios ha sido derramada en vuestros corazones.”

 Es el momento de descubrir el fondo de tu alma a aquellos amigos de antaño, e instituir desde ahora una nueva amistad espiritual que te llevará hacia Dios. Anímate. ¿Que el ideal será un padre, un director espiritual de los de siempre? Nunca negaremos su eficacia, comprobada por la experiencia de siglos. Por supuesto que mientras se pueda, es lo mejor sobre todo en los años jóvenes. Pero los hermanos en la fe, los acompañantes en el camino hacia Dios son verdadero apoyo para alcanzar la santidad.

José María Lorenzo Amelibia

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