Aquello que oíamos tantas veces en nuestros años de formación: Estar en la presencia de Dios. Hoy tiene total actualidad. Buscar siempre el rostro de Dios, como dice el salmo. Viviendo así, a la fuerza se notará en nuestra actuación. Estamos como los santos del cielo, aunque en pura fe. Perdemos mucho tiempo porque no andamos en su presencia. Se nos hace difícil la virtud porque no nos encontramos en la presencia del Señor. ¡Si lo tuviéramos tan instintivo como la propia respiración!
La presencia de Dios, mantenerse atento a ella. Ese es problema resuelto ya por muchos de cuantos viven a fondo su vida de piedad. El está más presente que nosotros en nosotros mismos. Por eso no va a resultar difícil vivir en la presencia de Dios. Porque es real. Sólo conviene ir reduciendo nuestro parloteo mental, ir dirigiendo la atención al dulce huésped del alma.
¿No lo has experimentado muchos días? El alma se embebe con sosiego en el pensamiento de Dios, y le adora y ama presente en lo más íntimo de nuestro propio ser. En tu alma y en la mía, las tres divinas personas habitan. Y podemos repetir aquello que nos enseñaba el P. Latasa: El Padre engendra al Hijo por vía de conocimiento, del amor del Padre y del Hijo procede el Espíritu Santo por vía de amor...Me entrego a Ti, Dios Padre, me entrego a Ti, Dios Hijo, me entrego a Ti, Dios Espíritu Santo.
Creo que te pasará a ti lo mismo. A veces yo siento la fe, la presencia de Dios como algo evidente; casi palpable, pero no podría explicar cómo. Algo así como cuando percibes el olor de una flor y no logras nunca explicar cómo es ni por qué te agrada. No puedes captar nunca del todo esa presencia de Dios. Sólo puedes adorarla.
A veces es María la que me guía hacia esa experiencia de lo sobrenatural; es como una compañía amiga que viene con nosotros al Cenáculo, a la Cruz y no nos deja de su mano. Yo suelo invocar a María como madre y también como modelo de vida. Ella es la mujer fuerte que supo fiarse de Dios en los momentos duros de la vida. Ella es como un espejo que desaparece y ni nos fijamos, cuando estamos viendo en él algo que nos interesa. María está junto a nosotros, pero se esconde para dejar paso a Jesús. En este sentido siempre recuerdo aquello de nuestros años de estudiantes; creo que lo cantábamos en vísperas en una antífona: "Atráenos, oh Virgen Inmaculada. Corremos detrás de ti, siguiendo el aroma de tus virtudes".
José María Lorenzo Amelibia
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