Los artículos de nuestra revista guardan siempre su línea de fidelidad a la doctrina de Cristo, al Romano Pontífice y a los Obispos en comunión con Roma. Precisamente este es nuestro distintivo y la noble causa de nuestra lucha.
Un artículo, un comunicado o+ noticia pueden perder eficacia por generalizar, no distinguir circunstancias o no discernir.
Descendemos a lo concreto. En comentarios a la reciente
Asamblea de la Diócesis de Vizcaya se criticaban bastantes conclusiones de la misma y había que matizar.
Una persona divorciada por proceso civil, si vuelve a contraer nupcias, no puede acercarse a la Comunión. Pero no se trata de un castigo que le impone la Iglesia. La causa de que no deba recibir la Sagrada Eucaristía es su estado de pecado habitual; o si se quiere de otra manera se trata un pecador que se encuentra siempre en ocasión próxima de pecado, mientras conviva con la persona elegida en su segundo seudo-matrimonio. No es la Iglesia quien la rechaza; ella misma se excluye. Debe abandonar esta situación y ponerse en amistad con Dios. En el supuesto de que pudieran vivir como hermano y hermana, podría cambiar el asunto. Pero esto en circunstancias normales no es posible. De nada sirve, pues, que se pida a la Iglesia otra manera de expresarse con los divorciados y vueltos a "casar". No está ni siquiera en manos del Papa admitirlos a la Comunión.
Con los homosexuales que conviven y practican el vicio sucede lo mismo. Se encuentran en una situación de pecado. No se puede cambiar la ley de Dios. Ni el Santo Padre, ni un Concilio tendrían autoridad para modificar la ley natural.
En estos asuntos debemos ser contundentes.
En todo lo relativo al dogma y en las prácticas contrarias a definiciones dogmáticas debemos ser asimismo del todo exigentes.
Impartir absoluciones colectivas como norma común, omitir la
manifestación individual de los pecados mortales, es una práctica contra el dogma católico. Nuestro rechazo ha de ser total a esta costumbre que se va introduciendo.
¿Y la ordenación de mujeres como sacerdotes? Algunos hablan de esta posibilidad aduciendo como argumento que, si Jesús hubiera vivido en nuestro tiempo de liberación de la mujer, las habría admitido. Y que por eso hoy la Iglesia podría cambiar la "praxis" y efectuar ordenaciones femeninas. Sin embargo esto no es posible. De hecho Cristo eligió a los Doce y estos a sus sucesores varones. Nunca ha habido una excepción femenina. Existe una tradición apostólica y esto ya constituye dogma. Entiendo que en este tema es inútil, nociva y próxima a la herejía la afirmación de que puedan ser ordenadas válidamente como sacerdotes las mujeres.
En cuanto al regreso al ministerio de los sacerdotes secularizados y casados canónicamente, se trata de una decisión disciplinar conforme con el dogma, puesto que se recibió un sacramento que imprime carácter. Es verdad que estos sacerdotes secularizados no han cumplido su compromiso de celibato, pero también es cierto que fueron legítimamente dispensados de sus votos. Por eso entendemos que, si existe en algunos un deseo de ejercer el ministerio, es sano su propósito. Y si mantienen la fe y su fidelidad a la Iglesia de Jesucristo, no habría desde el punto de vista dogmático ningún inconveniente en que fueran admitidos. No ignoramos, sin embargo,que en algunas comunidades se vería mal el retorno a la parroquia de aquellos a quienes habían conocido en otro género de vida; a muchos no agradaría la presencia de estos sacerdotes. Pero "la mies es mucha y los obreros pocos", y cabría perfectamente que se introdujeran en otros ambientes en que se les acogiera al cien por cien.
Esto sí puede sugerirse a quienes rigen los destinos de la Iglesia.
También dogmáticamente se puede pretender lo relativo al celibato opcional dentro de los clérigos en activo. Se trataría de dispensar de la obligación de un compromiso no impuesto por Cristo,a quienes se encuentran en una extrema dificultad para cumplirlo. Entre tanto, eso sí, obedecer las normas de la Iglesia. Nadie
debe hacer lo que le venga en gana.
Y cuando escribimos artículos, matizar y distinguir. No generalizar. Así nuestros dichos tendrán la fuerza de la razón y de la fidelidad. Y podrán resultar mucho más contundentes.
José María Lorenzo Amelibia
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