SANTIAGO ZUBIETA, ENFERMERO EUCARÍSTICO, SACERDOTE

Me he enterado muy tarde de la muerte de Santiago Zubieta, sacerdote enamorado de la Eucaristía, nacido en Arguedas. Su vida ministerial discurrió en Navarra, América y Alicante. Lo considero un padre en la fe.


Santiago era un estudiante de lo más sencillo y amable; estaba próximo a terminar la carrera sacerdotal en el Seminario de Pamplona en el curso 1948-49. En aquellos años, los propios alumnos desempeñaban el cargo de enfermero, y Zubieta lo hacía con gozo y celo. Caí yo en cama al finalizar mi curso tercero de latín; aquel estudiante, buen samaritano, me visitaba al menos dos veces cada jornada; tenía yo entonces catorce años. Él me instruyó estando yo enfermo en el fervor del espíritu, en el deseo constante de Dios. Me hablaba del amor a Jesús en la Eucaristía; me enseñaba a hacer visitas al Sagrario; me contaba sus entrevistas con el Divino Prisionero:

Ahora voy a la capilla. Le voy a pedir a Jesús por ti; verás cómo lo notarás.

¡Y de veras lo noté!

Mi cuerpo sanó, pero lo más grande fue: mi alma resucitó. Desde entonces seríamos inseparables Jesús y yo. Era continuo mi fervor eucarístico. Leí aquel verano varias veces el librito titulado "Espíritu de Santa Micaela del Santísimo Sacramento". Fue el colofón que me faltaba para vivir un poco al estilo de mi "padre eucarístico", Santiago. En nuestro Seminario aquel buen enfermero "contagió" a todos sus pacientes del "virus de vida eterna"; del amor al Sacramento.

Desde entonces, varias decenas de personas ardemos; pero hemos de arrimarnos a nuestros hermanos para también incendiarlos en este amor. ¿Que la "leña" se encuentra todavía verde y llena de la humedad materialista del siglo? Pues a permanecer más horas junto a Él. Nos dará nuestro Jesús sacramentado tal fuego que Él podría derretir los témpanos de hielo. ¡Oh si hubiera muchos enfermeros como el entonces joven Santiago Zubieta! Y es que la enfermedad, si tropezamos en ella con un alma ferviente, enamorada de Jesús, es tiempo de gracia para quien la padece.

No he tenido la suerte de poder permanecer en contacto más que de una manera esporádica con este mi padre en la fe. Guardo de él como verdadera reliquia alguna carta que nos hemos cruzado. Me dijeron que falleció en diciembre del 2002 en la residencia sacerdotal del Buen Pastor de Pamplona. ¡Y yo sin enterarme! Me dijeron también que siempre mantuvo ese amor a la Eucaristía; que murió lleno de devoción a Jesús Sacramentado.

¡Señor, que la enfermedad sea para tus hijos una renovación del fervor cristiano! He visto a enfermos convalecientes en la capilla de la clínica visitando al Santísimo. Al recobrar la salud ellos se sienten como el "hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdadera" (Ef. 4,24)"

Pero lo cierto es que no dura mucho tiempo el fervor sensible. ¿Qué mérito íbamos a tener? Por eso hace falta mucha paciencia para perseverar, a pesar de las sequedades y desganas. El que después de haber caído se levanta, ese es el que llegará a la meta. El que quiere siempre estar en consolación, pronto se desanima y lo deja todo. Así pienso yo.

Ya no somos niños. La vida avanza. Y a seguir con los buenos deseos y propósitos. Que Dios en su misericordia tendrá muy en cuenta ese anhelo constante que tenemos de marchar por el buen camino. La verdadera fuerza nuestra está en el deseo de continuar cueste lo que cueste. Dios ha de mirar esa sinceridad de nuestro corazón.

José María Lorenzo Amelibia
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