La Santa Misa da fuerza a nuestra debilidad

Enfermos y Debilidad

La Santa Misa da fuerza a nuestra debilidad

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La Eucaristía nos da fuerza

 Un amigo me decía: “¡Si nos diéramos cuenta de lo que es la Misa… cómo cambiaría nuestra vida de ser tan débil a la misma fortaleza! Seríamos fervientes, enamorados de Dios.

No seré negativo ni arremeteré contra sacerdotes tibios que dicen su Eucaristía como una rutina continuada. No lanzaré denuestos contra seglares domingueros que jamás faltarán a su obligación, pero se aburren ante la presencia del Señor como los soldados que jugaban a los dados al pie de la cruz; y viven en una mediocridad total.

            Prefiero recordar al Padre Pío, aquel fraile italiano que vivió en la primera mitad del siglo XX. Él mismo decía: “La Misa es Cristo en la cruz, sobre el calvario, con María con los ángeles en adoración. ¡Lloremos de amor!” Y el Padre Pío lloraba cada vez que celebraba el santo Sacrificio. Y solía decir: “Durante la Misa no estoy de pie, sino suspendido en la cruz…” “La Misa es una sagrada mezcla entre Jesús y yo; porque sobre el altar son dos las víctimas que se inmolan: Él y yo.” Aquel fraile capuchino fue un hombre enfermizo en lo físico, pero su fortaleza era inigualable.              Alguien que vio celebrar la Eucaristía al Padre Pió lo explica con palabras entrecortadas por la emoción:

 - He descubierto en el Fraile Capuchino mientras celebraba el Sacrificio del Altar, abismos de amor y de luz. Toda su vida gravitaba alrededor de la Misa. Cuando decía: “Esto es mi cuerpo, este es el cáliz de mi sangre”, su rostro se transfiguraba. Pasaban por su semblante momentos llenos de gozo, a los que seguían el temor, la tristeza o el dolor. Se podía leer en su expresión el misterioso diálogo. Ahora protesta; ahora mueve la cabeza para decir que no; ahora espera una respuesta. El tiempo parece detenerse. De repente, unas lágrimas surcan por sus mejillas; la espalda, sacudida por los sollozos, parece ceder bajo un peso oprimente. En la Misa el Padre Pío vive la tragedia de la cruz.

¡Dadnos, Señor, un poco del fervor de este santo! Entonces superaremos la tremenda mediocridad que nos domina.

José María Lorenzo Amelibia

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